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UN GALARDÓN PARA UN HOMBRE SINGULAR

Los amigos se van a alegrar

"Me satisface muchísimo queme hayan dado el premio por la cantidad de amigos que tengo, y que se van a alegrar una barbaridad. Por ellos estoy contento". Antonio López resumía con estas palabras su estado de ánimo pocas horas después de saber que había sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Artes, que le fue concedido ayer en Oviedo. El pintor de Tomelloso restaba importancia a su galardón, "porque lo merecemos cualquiera de nosotros", y pensaba con agradecimiento en todos aquellos que de siempre le han prestado su apoyo Amigo de sus amigos, impenitente personaje generoso del arte español, conjuga su genialidad estética con su sabiduría humana, que le convierte en un ser silencioso y fresco.La dedicatoria de este premio a sus amigos no es casual, porque si cuando se habla de Antonio López, pintor, se le califica de gran maestro, cuando alguien se refiere a él por su calidad personal, todo el mundo coincide en asegurar que es un ser extraordinario. Las rivalidades comunes en otras profesiones son, en su caso, totalmente inexistentes. "Después de que me llamara el presidente del jurado, Chueca Goitia, el escultor Julio López ha sido el primero en felicitarme. Y luego el teléfono no ha parado de sonar ya con voces de compañeros amigos míos. De verdad que creo que son ellos los que más disfrutan con este premio".

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Hombre modesto hasta extremos increíbles, el revuelo que se monta en torno a los premios no deja de causar en él cierta sorpresa a la vez que un poco de parálisis, aunque no por ello pierde su amabilidad característica. "Es que, como es lógico, no creo mucho en los premios. Esta actividad, como muchas otras, no se puede medir o contar. ¿No cree? Contento estoy, porque al fin y al cabo me lo han dado a mí y ya me han llamado muchísimos amigos, pero no hay que exagerar las cosas", afirmó el pintor.

Antonio López García, nacido en Tomelloso, Ciudad Real, el Día de Reyes de 1936, considerado por la crítica como uno de los grandes maestros del realismo contemporáneo, no renuncia a su cotidianeidad por nada. Ni siquiera por un premio como éste. "Es que no sé qué es lo que uno tendría que hacer. Lo que me fastidia es estos días de lluvia, que no me dejan seguir con mis paisajes y que rompen la luz con la que yo trabajaba". Mientras la luz vuelve y la lluvia le deja salir a la calle, Antonio López se encierra y trabaja en su estudio restaurando antiguos moldes de escayola, y dice que si le insisten mucho puede que un día de estos salga por ahí a cenar con su mujer, la pintora María Moreno, y sus dos hijas, protagonistas frecuentes. de sus obras.

Pintura y poesía

Lo cierto es que, más que la gloria de los premios -"Ya me dieron la medalla de Oro de Bellas Artes y no se armó tanto revuelo como ahora"-, este manchego, cuyas obras alcanzan las máximas cotizaciones en la Quinta Avenida de Nueva York prefiere seguir dedicando prácticamente su tiempo a su pintura y a su familia, y continuar ausente de los círculos de teóricos, en los que se siente totalmente fuera de lugar. "Los premios no cambian nada. ¿Qué van a cambiar? Son algo efimero, aunque tampoco los rechazo. Pero se trata de seguir como siempre, trabajando. Hacer otra cosa no sería lógico, ¿no?".

Cuando se le dice que el jurado ha tenido en cuenta su concepción poética del arte a la hora de concederle el premio, López hace una de sus habituales pausas y asegura que su arte "es tan poético como el de cualquier otro artista. ¿Es que el arte puede ser de otra manera?" -añade- "A mí no se me ocurre ninguna. Yo lo que hago es pintar lo que veo y de la forma que lo veo. Igual que todos los demás, supongo", dice.

Su forma de ver las cosas, que a los encargados de hacer clasificaciones les hizo hablar de realismo fantástico, habla de su sorpresa vital en el. descubrimiento de los objetos cotidianos (una nevera, un retrete, una almohada) y de su entorno familiar y amistoso más próximo: sus abuelos, sus padres, su mujer, sus hijas.

Entorno cotidiano

Sin embargo, no parece haber nada más difil para este hombre, en el que la naturalidad parece ser su norma básica de vida, que teorizar y especular demasiado sobre su propia obra.

A la hora de charlar, prefiere claramente hablar de los temas más inmediatos, y, de repente, hace girar la conversación para contar algo que parece alegrarle más que los premios: que él, fumador empedernido de cigarrillos americanos, ha dejado el tabaco gracias al paloduz que le trae una de sus hijas de un supermercado madrileño. "Estaba muy triste porque no me gustaba mí dependencia del tabaco. Ahora ahogo mi ansiedad con las raíces, del paloduz que me trae mi hija y me siento mucho más feliz".

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