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La complicada herencia de Tancredo

Un presidente al que nadie ha elegido se enfrenta a una de las mayores crisis en la historia de Brasil

Desde la madrugada del 15 de marzo, cuando los brasileños supieron que Tancredo Neves había sufrido una primera intervención quirúrgica y que no estaría en las ceremonias de traspaso de mando, el país empezó a repetir una misma pregunta: ¿cómo quedaría Brasil sin Tancredo? A lo largo, de los 38 días de lenta agonía del veterano político, la pregunta se repitió. Tancredo Neves murió en la noche del domingo pasado, a los 75 años, y si todavía no se sabe la respuesta a esa pregunta, todos los brasileños se han visto afectados por una certeza: la ausencia definitiva de Tancredo lleva a Brasil a una crisis política de dimensiones incalculables.

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El nuevo presidente brasileño es José Samey, que estuvo ejerciendo, funciones de presidente desde que Tancredo fue internado. En ese tiempo, el país quedó atado a una parálisis total. Pero ahora el arquitecto de la nueva República está muerto, y queda al sucesor la tarea de administrar una herencia compleja, frágil, y una variada colección de gravísimos problema cuya solución depende básicamente de una habilidad en la cual poquísimos confían.Hace dos semanas, el ministro de Minas y Energía y ex vícepresidente del último Gobierno militar, Aureliano Chaves, decía: "En este momento lo único que podemos hacer es orar". Aureliano Chaves se refería al estado de salud de Tancredo Neves. Pero muerto el presidente, hay que encontrar otro camino para enfrentar la realidad.

El peso del legado que José Sarney recibe es inmenso. Por un lado, está la herencia misma dejada por 21 años de régimen militar: déficit público, inflación del 230% al año, deuda externa de 100.000 millones de dólares, desconfianza absoluta por parte de los brasileños respecto de las instituciones, escándalos financieros, corrupción institucionalizada, bolsas reminiscentes de autoritarismo, desempleo, hambre. Por otro lado, la herencia que significó la elección, por vía indirecta, de Tancredo Neves: esperanzas de restablecimiento de la democracia, sed de cambios estructurales, renovación de valores, mejorías sensibles en el campo económico y social.

Además, la receta de la torta se torna más compleja por la composición de alianzas entramadas por Tancredo Neves, gran maestro de alquimia política, y que tendrá que ser administrada por el sucesor.

Gobernar el país sin Tancredo Neves es, sin duda, uno de los mayores desafíos de la historia política brasileña.

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Uno de los puntos fundamentales de la nueva República anuncia da por Tancredo Neves es la convocatoria de una Asamblea constituyente, para devolver a los brasileños una Constitución.

Esa Asamblea, según la previsión inicial, será elegida en noviembre de 1986, y entre sus múltiples tareas está la de indicar la fecha para el restablecimiento de las elecciones directas para presidente de la República. Quedó entendido, en los muchos acuerdos combinados por Tancredo Neves, que esas elecciones se darían en 1988. Sin embargo, poquísima gente cree que Sarney pueda llenar esos años previstos por Tancredo. Ya son muchas las presiones, aunque todavía discretas, para que esas elecciones sean anticipadas. Nadie duda que, muerto Tancredo Neves, esas presiones serán reforzadas a muy corto plazo, al fin y al cabo parte fundamental del legado de Tancredo Neves es la movilización popular en favor del restablecimiento pleno de la democracia, lo que incluye elecciones.

No es injustificado el temor de que un corte abrupto del período presidencial despierte el fantasma del golpe militar. Sobre todo cuando se piensa que el más fuerte candidato sería el gobernador de Río de Janeiro, el socialista Leonel Brizola, especie de bestia negra de los sectores más conservadores del país. Pero se trata, sin duda, de un argumento confortable, ya que transfiere a los militares -cuyo comportamiento fue impecable a lo largo de estas semanas de parálisis política- por algo que los grupos políticos prefieren no asumir: la victoria de quien no hace parte de la actual estructura de Gobierno.

José Sarney sabe, al igual que cualquier brasileño, que el país tragó la decisión de Tancredo Neves, de ser elegido por vía indirecta . "Éstas han sido las últimas elecciones indirectas del país", prometió Tancredo en su primer discurso como presidente electo. Sarney también sabe que, si no tuvo legitimidad en la manera con que fue electo, Tancredo Neves la obtuvo a través de un multitudinario respaldo en manifestaciones públicas. Finalmente, José Sarney sabe -y lo sabe todo el país- que todo eso se le confió a Tancredo, y no a él.

Convidado de piedra

Ya hay, además, formidables presiones sobre el nuevo Gobierno. Si, por un lado, la clase política trata de afirmar que el sueño de la nueva República anunciado por Tancredo Neves sigue intacto, por otro lado será muy difícil mantener el control sobre intereses y fuerzas tan distintas como las que forman la Alianza Democrática. Teóricamente, bastaría con que Sarney cumpliese el programa de esa Alianza Democrática.

El PMDB, mayoritario en esa alianza, posiblemente ejercerá toda su fuerza de presión para que Sarney realice cambios sociales, mientras que el Frente Liberal exigirá pasos más lentos en cualquier movimiento que pueda fortalecer a la izquierda; hay que recordar, en todo caso, que Tancredo Neves logró simbolizar el más formidable deseo colectivo de cambio ocurrido en Brasil en muchísimos años. Con la campaña por el restablecimiento de las elecciones directas, intensificada a partir de enero de 1984, los brasileños tomaron conciencia de su capacidad de movilización popular. Derrotada la enmienda constitucional presentada por el diputado Dante de Oliveira, naufragaron las esperanzas de elecciones directas. Pero ahí la opinión pública supo que su capacidad de movilización podría ser colocada en favor de la candidatura de posición, es decir, Tancredo Neves. Esa presión fue fundamental para que Tancredo, en un colegio electoral creado por el régimen militar para perpetuarse en el poder, fuera electo. Y entonces la opinión pública tomó conciencia de su poder de lucha. Todas las esperanzas, todas las exigencias de esa movilización se concentraron en Tancredo Neves.

Brasil sabe que está huérfano. JoséSarney sabe que los brasileños se convencieron, luego de la derrota de la enmienda de Dante de Oliveira, de que la salida para el cambio era aceptar la elección indirecta de Tancredo Neves. No se trataba de aceptar la elección de José Sarney: él vino como una especie de convidado de piedra. Después de años de frustración, los brasileños depositaron toda su confianza en la nueva República que surgiría con Tancredo Neves. Pero esa nueva República no surgió, y Tancredo está muerto. La misma Alianza Democrática apareció motivada por la necesidad de asegurar la victoria de Tancredo Neves, lo que no implica necesariamente asegurar la victoria de José Samey. La realidad política era Tancredo, y no Sarney. La realidad, ahora, es una gran interrogante.

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