Sobre la reinvención de España
He leído con calma y he seguido con tanto interés como saludable curiosidad los artículos y las opiniones que se han venido cruzando últimamente en torno a la renacida carga independentista del País Vasco. El atractivo por tales temas se justifica por sí solo entre españoles y, en este caso, con un valor añadido: el del ejercicio de teoría política a que ha llevado alguna que otra página escrita, como, por ejemplo, la de Josep María Puigjaner, en esta misma tribuna y a principios del presente mes de abril, en reflexión sobre lo dicho por el obispo de San Sebastián. No resulta fácil el encontrar entre nosotros demasiados ejercicios de ese civilizado tipo, ya que por lo común suele ser la violencia el arma preferida por el protagonista en apoyo del argumento y evitación de que el antagonista esgrima el suyo. Entiendo que el traslado de las inercias al campo de la teoría es, cuando menos, una buena y saludable noticia.Sólo nos falta saber si esta noticia es también útil y conveniente para todos. Con frecuencia se desprecia el ejercicio de la teoría por enojoso y poco feraz en comparación con las actividades de práctica terrorista y, en seguimiento, drástica y radicalmente pragmáticas. En realidad, ¿sirve de algo el planteamiento, en el terreno de las posibilidades teóricas, de una España como proyecto y en nueva ideación? ¿Puede ser útil el supuesto de que España se ha desmembrado -o existe desmembrada desde hace ya mucho tiempo- y de que las distintas naciones de la Península y de fuera de la Península se planteen la unión como una posibilidad a discutir?
Me gustaría argumentar en favor del uso de esa o de cualquier otra hipótesis, siquiera fuese como vía para conseguir, al menos, dos fines diferentes: el ejercicio de los españoles en el uso de la teoría como arma, en primer lugar, y el apoyo de las estrategias legitimantes que tan necesarias nos habrán de ser si queremos averiguar dónde se encuentra nuestro futuro.
El primer resultado favorable no merece el dispendio de excesivos caudales en su defensa, puesto que es, a todos los efectos, evidente en sí mismo por descalificación de las prácticas violentas. El segundo es ya harina de diferente y más complejo costal, ya que los sociólogos y los filósofos llevan muchos años intentando legitimar la propia tarea legítimamente y todavía no se han puesto demasiado de acuerdo.
Aun así, es evidente que la ventaja de los modelos teóricos es la de poder hacer con ellos casi todo lo que se quiera sin necesidad de que la consecuencia haya de padecerla el prójimo, mal que le pese. Recuérdense las historias paralelas del Platón de la República y del Platón político en ejercicio, si es que resulta necesario tal recuerdo.
Una España dividida en naciones discutidoras de las ventajas y de los inconvenientes de su posible unión es un modelo teórico que hace demasiadas concesiones a la fantasía, en tanto que resulta -por lo menos y por ejemplo- muy alejado del actual orden constitucional y no fácil de recuperar como dimensión histórica. Pero, puesto que los modelos ni tienen por qué seguir de
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cerca los rasgos empíricos ni tampoco han de reflejar necesariamente todo un proceso de desarrollo histórico, el propuesto bien pudiera servirnos como primera aproximación a la tarea legitimante, ya que, de hecho, es muy análogo a los que en su día se fueron construyendo para legitimar la teoría contractualista del Estado; nótese que supone una primera situación ideal antecediendo a un posterior desarrollo temporal, pese a que ni aquélla ni éste tengan nada que ver con proceso histórico real alguno.
Son harto conocidos los problemas de una legitimación por la vía del contrato social, incluso después de que Rawls haya vuelto a poner de moda tales artes. Pero insisto en el hecho de que las tareas legitimantes son lo suficientemente complejas como para que convenga no ir despreciando, una tras otra, las oportunidades. No creo que quepan mayores dudas sobre las ventajas de una teoría de la legitimación de España por la vía de un modelo de pacto entre diferentes naciones situadas en el suelo del nuevo Estado como proyecto. A las tesis ya expuestas en ese sentido por los comentaristas a los que leí y ahora gloso se añade, además, otra nada despreciable: la de entender que los modelos teóricos pueden manipularse a voluntad y cuanto se quiera. ¿No sería, pues, oportuno el intentar también la defensa de la tesis de la legitimación por la vía del contrato social de una España no configurada en Estado?
La comparación entre uno y el otro camino legitimante pudiera servir quizá de pretexto para cambiar el sentido de no pocas discusiones políticas entre nosotros los españoles. Como primera medida, pudiera servirnos para evitar dos errores básicos de principio: el de creer que la unidad de España como Estado es irrenunciable e indiscutible, y el de suponer que la independencia del País Vasco -o de cualquier otra parte de la actual España- es irrenunciable e indiscutible. En la teoría legitimante no hay tales valores absolutos, siempre que nos aferremos al valor del pacto entre ciudadanos como vía de legitimación.
Cualquier lector, al llegar a este punto de mi discurso, puede echarme en cara que he hablado mucho de la forma de la legitimación, pero que no he aludido en absoluto a los argumentos capaces de apuntalar el proyecto de una España unida o desmembrada, esto es, que no he rozado siquiera el tema de la reinvención de España. Quizá pueda tener razón, pero adviértanse mis intenciones iniciales. España -la entrañable y agudísima Babel a la que los doctrinos (y Franco en los primeros sellos de Burgos en 1936) llaman el Estado Español- es, desde muy remotas calendas y por desgracia, un mundo tumultuario, confuso y no muy en orden, en el que poca gente se ha dedicado a planear posibles alternativas políticas, humanas y aun administrativas, y a pensar en nuevas o más ágiles promesas o en proyectos diferentes de los que -pudiera ser que no más que por inercia- han ido encallando en los relejes de la historia. En consecuencia, cualquier iniciativa en el sentido que apunto puede ser, ya en sí misma, una noticia inmejorable. Tan sólo cuando los españoles, o al menos muchos españoles, dediquemos nuestro esfuerzo mantenido y nuestro voluntarioso afán a pensar sobre España y sus circunstancias sin perder los estribos ni desear la muerte de nadie podremos empezar a estar en el buen camino de disponer de un abanico de posibles soluciones capaces de ser consideradas y comparadas. No desechemos previamente ninguna, porque ninguna sobra, y trabajemos serenamente, pacientemente, con todas ellas sobre la mesa y a la vista.
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