_
_
_
_
_

Maria Antonietta Macciocchi

A la búsqueda de una identidad cultural de Europa

Es, desde luego, una mujer. Y casi ha hecho de ello su ser en el mundo, sin necesidad de caer en feminismos estridentes. Un ser en el mundo que es cualquier cosa menos estático. Se mueve, mira, piensa, anota, incluso cuando habla. Maria Antonietta Macciocchi ha sido diputada en el Parlamento italiano por el PCI; en el europeo, en las listas radicales; periodista, profesora, conferenciante y escritora. Su autobiografía, 2.000 años de felicidad, ha sido tal éxito que hasta mereció la atención de L'0sservatore Romano, "la primera vez que reseñan la obra de una escritora de izquierdas", se sonríe ella misma. Anda ya preparando una segunda edición, de bolsillo, con un capítulo añadido que recoge la muerte de Enrico Berlinguer.

Afirma que su obra es como un cuadro de Tintoretto: "Hay dos mujeres, una desnuda y otra vestida. Ésta arranca una espina del pie de aquélla, y al fondo, en una ventana, aparecen tres viejos observando. No son tres viejos verdes, son el símbolo de¡ poder. Y las mujeres, las dos, soy yo misma". Quizá Maria Antonietta Macciocchi no pueda nunca llegar a ser dos, pero ha vivido más que ciento y, los más de los años, de forma pública, desde que en 1943 ingresara en el entonces clandestino Partido Comunista Italiano (PCI), abandonando sus estudios para dedicarse a la resistencia.Ya en 1946, acabada la contienda, se doctora en letras en la universidad de Roma con una tesis sobre Stendhal y la novela y la poesía en el siglo XIX. Otros tres años más y aparece dirigiendo el semanario Nosotras las Mujeres, "la primera publicación que luchó por liberar a las mujeres de las secuelas del fascismo". A esa época pertenecen sus primeros viajes: Irán (1952), China (1954), y su primer libro, Irán en lucha ( 1953). En 1956 pasó a dirigir el semanario Vías Nuevas, órgano del comité central del PCI. Y en 1961, un nuevo salto adelante: L'Unitá, el diario comunista, la nombra corresponsal en París, ciudad en la que acabará instalándose. Hoy, alejada de los comunistas, afirma que "ni siquiera supieron valorar lo que les aporté como corresponsal". Macciocchi está convencida de que su relegación en las filas del PCI, en las que fue diputada, se debe al hecho de ser mujer: "Es difícil ser mujer en la política italiana, salvo que una sea buena chica, y también lo es en el aparato del partido comunista".

Marco Pannella le ofreció un puesto en las listas al Parlamento Europeo, y ella aceptó, hasta que el líder radical se presentó en el congreso de los mismos de Giorgio Almirante. "Era más de lo que es taba dispuesta a soportar. Yo sé que entre Pannella y yo no había nada. Él quería monstruos en sus listas, come, Sciascia, como Toni Negri. Yo era un monstruo femenino. Pero una vez firmadas las listas pretendía que no existiéramos más". Paralelamente, sostiene una dura pugna. con la Universidad francesa, de donde fue apartada por el Gobierno Giscard por incompatibilidad con su cargo de diputada europea. Mitterrand, a su llegada al Elíseo, se comprometió en el tema, con un saldo negativo: nada. Ella no desespera. Ni siquiera desespera de convencer a unos y a otros de la conveniencia de la unidad europea. Una unidad "que no sea la del aceite, los pollos y las gallinas. Europa será una unidad cultural o no será nada", afirma. Una Europa que se inicia en el Atlántico y termina en la Unión Soviética, "porque Praga, por ejemplo, es culturalmente europea. El gran crimen de los intelectuales europeos es haber dado como un hecho la división de Yalta, la que culmina en Berlín con un muro que atraviesa casas y cines, calles y plazas, como el dibujo de un niño loco sobre un mapa".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_