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Marín

Ahora que casi todo ha terminado o casi todo está a punto de empezar, llega el tiempo de la pequeña filosofía sobre la larga andadura de la negociación entre España y los países de la CEE. De Ullastres a Marín ha llovido mucho y ha cambiado sobre todo el talante de los negociadores y su lenguaje corporal y verbal. Ullastres parecía recién salido de una misa de 12 en una iglesia con poca luz y Marín en cambio siempre ha parecido un negociador molesto porque prefería estar en una discoteca.Los fotógrafos le han sorprendido borrándose el rostro con una mano en las horas bajas de la desesperación o bostezando entre partida de pesca y partida de naranjas o entre desarme industrial y desarme arancelario.

Y cuando más dramática era la situación, el negociador español aparecía relajándose, con las piernas sobre la mesa de su despacho y el resto del cuerpo entregado al difícil equilibrio de una silla con las patas delanteras encabritadas.

Cuando los Natali, Delors y compañía le hacían luz de gas, Marín no ponía cara de póker, sino de Cristo de nuevo crucificado en la quinta estación de un Vía Crucis de incomprensión. Y lo decía: No nos quieren. Se están quedando con nosotros. Así no se puede aguantar.

Menos mal que las negociaciones ya se han terminado, porque de haberse prolongado era de esperar y temer la instantánea de Marín haciendo un corte de mangas o imitando a un chimpancé glorioso, como copito de nieve, por esas calles de Europa donde hasta las sombras están pasteurizadas.

Dentro de lo que cabe, Marín no ha atravesado los límites de la diplomacia alternativa, pero casi, como Fernando Morán, que ha negociado con la colilla en los labios, para que sus antagonistas no oyeran nítidamente los tacos.

Difícil será ahora buscarle un destino tan fotografiable a Marín, diplomático de alma punk aunque aparezca disfrazado de vendedor de coches ingleses de importación. Lástima que el PSOE no quiera encargarle la negociación para salir de la OTAN. Era, es, el hombre adecuado.

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