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Reportaje:VISPERAS DE LOS PREMIOS DE LA ACADEMIA DE HOLLYWOOD

Los 'oscars', detrás de la fachada

La Academia de Hollywood otorga sus estatuillas la madrugada del martes

La madrugada del lunes al martes, Hollywood ofrece una nueva edición de sus premios anuales. El mecanismo de concesión de los oscars es bastante complicado, como lo es la dinámica gremial de la Academia que los concede. Una mujer española se encarga estos días de moverse entre estos entresijos para promocionar en ellos al filme Sesión continua, que representará a España en el gran show, presentado por el actor Jack Lemmon. Se ignoran las posibilidades del filme español, mientras un prestigioso diario norteamericano arremete contra los criterios de selección de los filmes extranjeros que optan al oscar.

Como todas las fachadas, la brillante gala de entrega de los oscars tiene una trastienda. Los entresijos económicos y políticos de esta trastienda son complejos, a veces incluso un poco enrevesados, como corresponde a su carácter gremial. Se otorgan mediante votación entre más de 4.000 miembros de la Academia de Hollywood, muchos de los cuales ni siquiera habitan en Los Ángeles, sino en San Francisco y Nueva York, a miles de kilómetros, desde donde votan por correo. Poner de acuerdo a una masa tan dis persa y distinta en gustos o intereses, resulta imposible. Frases tan repetidas cada año después del reparto como "está claro que la Academia ha querido congraciarse con fulano o seguir el juego de Reagan", no pasan de ser puerilidades políticas sin fundamento alguno. La verdad es más caótica.

Entre los intereses económicos que hay bajo los oscars hay que distinguir tres campos: el de la propia Academia como institución, el de los votantes y el de los profesionales que aspiran a un premio. La Academia sólo se cuida de quedar bien con la fiesta y, sobre todo, de que ésta no acabe repercutiendo en sus arcas. De ahí la lucha sempiterna con las empresas patrocinadoras y sus agentes publicitarios.

Caer en desgracia

Los votantes pueden dejarse influir, además de por su gusto personal, por la amistad o el parentesco laboral, y de hecho así ocurre. Gentes que se han ganado por una razón u otra, la antipatía de Hollywood o que han caído en su desgracia, como Coppola o Woody Allen, han de vérselas moradas para ganarse una simple nominación. Y los empleados de un estudio suelen ser fieles a los productos de la casa, votando en masa por sus patrones. En un tiempo, sobre todo, tal fidelidad era poco menos que impuesta o requerida desde la misma dirección: Louis B. Mayer, Cohen o Jack Warner no hubieran perdonado jamás -de haberlo llegado a descubrir- a un trabajador suyo que no votara a ciegas por la Metro Goldwyn Mayer, la Columbia, o Warner Brothers, respectivamente.En cuanto a los votados, poco pueden hacer. Cada año, en las revistas y periódicos locales, se machaca al lector con anuncios a favor de una determinada película o actor los únicos premios que luego tienen repercusión efectiva en la taquilla. En Hollywood se dice que no hay malas películas, sino malas campañas de publicidad. Pero también se dice a continuación que no hay campafía de publicidad que sea capaz de ganar un oscar. Los derroches publicitarios son debidos casi siempre a cuestiones de prestigio: un estudio no quiere o un productor no puede quedar por debajo de su más enconado rival, o un actor (el caso de Paul Newman, el pasado año, con el veredicto) decide que ha llegado el momento de ganar y paga de su propio bolsillo portadas y páginas dobles a todo color.

El resultado suele ser casi siempre decepcionante. A Newman, por ejemplo, le batió limpiamente Ben Kingsley, totalmente desconocido hasta que se estrenara Gandhi.

Plataforma comercial

Las consecuencias del triunfo suelen ser dulces. Películas como Carros de fuego o Atlantic City llegaron a ser un buen negocio por haber sido premiadas o simplemente seleccionadas, como en el segundo caso. Aquellos títulos que todavía se encuentran en explotación -el año anterior, con La fuerza del cariño, o éste con Amadeus o The Killing Fields- reciben un impulso definitivo. En cambio, para aquellos que ya salieron de los circuitos, la dorada estatua significa menos. De ahí que muchos productores reserven sus películas con ambiciones para las últimas semanas de diciembre y traten de seguir en cartel en la fecha del reparto. En cambio, el se reserva para films de aventuras, de ficción científica o comedias locas, géneros por los que la Academia siente desde antiguo poca afición.En cuanto a la política-política, sólo influye a través del sentimiento generalizado de los votantes. Éstos, sobre todo en California, no suelen distinguirse por sus ideas avanzadas. La profesión cinematográfica norteamericana, a diferencia de la europea, o de lo que era aquí mismo en los años treinta, suele ser muy moderada en cuanto a inquietudes. De ahí el fracaso de Reds en la Academia algunos años atrás. A estas alturas, considerar romántico a un revolucionario como John Reed todavía parecía peligroso en Beverly Hills.

Con todo, se dan excepciones: Missing, el film de Gavras, aunque esto pueda explicarse también porque se trataba de una producción importante de la Universal. Si este año The Killing Fields se alza con varios galardones, se deberá, en primer lugar, a su gran realización técnica, y, segundo, a un vago romanticismo humanitario, discutible en rigor político, pero muy caro a las gentes de por aquí. Por tradición, el capítulo o apartado más inconformista es el de los escritores. Éstos, en su selección, suelen ser quienes acusan una mayor preocupación social o política, aunque ahora la selección de Beverly Hills Cop -una comedieta sin relieve- desmiente tal inquietud.

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