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Tribuna
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Uno de los papeles de España

La Argentina y el Brasil han emprendido ya la gozosa carrera, que todos quisiéramos que jamás hubiera de verse interrumpida, hacia la normalización democrática en un rincón del mundo, el llamado Cono Sur, que parecía estar maldito y como dejado de la mano de Dios. Aún quedan en América no pocos países capaces de ilustrar todo un tratado de las vergüenzas, pero la importancia de los que han dado el necesario y oportuno paso adelante hacia los modos democráticos permite albergar la esperanza. Nunca como en estos últimos tiempos se ha mostrado tan a las claras el supuesto que proclama al parlamentarismo democrático como la única forma de gobierno digna de ser aceptada, por muchos que fueren sus defectos. Las alternativas, incluso guiadas ideológica y técnicamente por los que pasan por ser los mejores economistas del mundo, los de la Escuela de Chicago, no han hecho sino acentuar la miseria ciudadana y el endeudamiento estatal, y tampoco nunca ha quedado tan claro como ahora el que la dictadura no es jamás ninguna solución, ni siquiera mala y de emergencia.Será dificil que los historiadores se pongan de acuerdo en el papel de reflejo que el ejemplo de la transición española hacia la democracia puede haber jugado para acelerar, siquiera en una mínima parte, los paralelos traspasos de poder a la sociedad civil. Algunos de nosotros creemos que, aun cuando sólo fuera para mostrar al mundo que en política no existe la palabra imposible, el ejemplo de España tuvo una trascendencia que supera con mucho los límites de nuestro propio beneficio. Pero se me antoja, sin embargo, que en esta coincidencia de venturas de nuestro país tiene todavía mucho que hacer y que mostrar en el continente americano, que es lo mismo que decir en el inmenso trozo del mundo herido por las zarpas del subdesarrollo económico y la tiranía política. Hasta ahora la idea de una España como cuna remota apenas había servido para mejor cosa que para alentar, con las mejores prosas y versos de juegos florales, unas muy ridículas y prescritas ansias pretéritas e imperiales. Ahora aparece una nueva fórmula capaz de llenar de contenido ciertas relaciones que tan sólo sirvieron antes como mero ejercicio retórico, ante la ausencia de nada mejor y más operante y oportuno que ofrecer. Me parece que no nos hemos dado suficiente cuenta de que ahora sí hay la oportunidad de hacer algo, y que la responsabilidad que tenemos contraída no se traduce -por desgracia y quizá también por inercia- en los esfuerzos necesarios.

La idea de una cooperación con los países de la América hispana (concepto que cubre suficientemente al Brasil para cualquiera que no insista en la más ignara cerrazón) no es nueva, por supuesto. Pero los trabajos del antiguo Instituto de Cultura Hispánica, rebautizado de Instituto Iberoamericano de Cooperación y más tarde como Instituto de Cooperación Iberoamericana, discurrieron siempre por los cauces de la menor dificultad, como un río forzado a seguir los valles sin mirar ni un solo momento hacia arriba. Los españoles hemos insistido demasiado en la cultura oficialista, que ni oficial siquiera, deteniéndonos en evaluar medallas y diplomas y Pasa a la página 10 Viene de la página 9 pompas y vanidades allí mismo donde las titulaciones y los premios siguen sospechosamente muy mansos y ortodoxos criterios de sumisión y mediocridad. Los españoles hemos jugado, quizá para compensar, al aprendiz de brujo dispensando abrazos y reconocimientos a quienes jamás contarán para el proyecto de una América libre de sometimientos y trabas. Y los españoles, finalmente, hemos desperdiciado nuestros mejores valores y los de Hispanoamérica en un vil tributo al compadreo ideológico y el nepotismo político de cualquier signo. Y ése, desde luego,Y, sin embargo, España significa muchísimo todavía para los americanos que se niegan a aceptar motes despectivos mientras reclaman una ayuda que no podemos negarles. ¿Dónde estar los proyectos para hacer realidad esa justísima causa? Es impensable, desde luego, que en tan breves años como los transcurridos desde la instauración entre nosotros del sentido común político, las cosas hubieran podido rehacerse hasta el punto de que España estuviera ocupando ya el lugar que le corresponde y estuviera representando ya el papel que debe y que incluso países mucho menos cercanos a la América hispana, como Francia, han acometido con firmeza y éxito. Pero las ideas y los propósitos de enmienda podrían haberse ya manifestado y yo no los veo por parte alguna. ¿Dónde están escondidos?

Supongo que diversas instituciones públicas y privadas habrán empezado, o continuado, en una línea de convenios y trabajos que, en su conjunto, deberán ser tenidos en cuenta por su valía. Las universidades quizá sean el ejemplo más claro. Pero es patente que no basta con eso y que algo más debería hacerse. Dentro de unos años que pasarán volando celebraremos el quinto centenario del viaje de Colón y los festejos oficiales proliferarán como los caracoles en el bosque del otoño. Nos hartaremos de oír necedades estereotipadas en los más estúpidos eslóganes; nos hartaremos de escuchar las melopeas de los coros amaestrados y proclamadores de vaciedades a los cuatro vientos, y nos llenaremos de vergüenza. Bien mirado eso sería lo de menos si la excusa de las efemérides sirviese para dejar un mínimo sustrato de la presencia española en América. Hablo, claro es, de presencia institucional, diseñada como proyecto de Estado y con el decidido propósito de cumplir el cometido que el azar, o la historia, según se prefiera, nos ha otorgado a todos.

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Quienes piensan de forma exclusiva en nuestra próxima integración en Europa se equivocan si creen que la España europea y la España americana suponen alternativas irreconciliables, y proclamo que tan sólo sería esto así como consecuencia del voluntario abandono de nuestros compromisos y de nuestras obligaciones políticas, sociales y culturales. Todavía estamos a tiempo de evitar tan torpe error histórico.

Envío

A mi compañero y amigo Mario Benedetti -a quien tanto echo de menos en esta página-, que conoce como pocos el alcance y los límites de nuestras relaciones y fricciones. Con un cordial abrazo de esperanza.

Copyright Camilo José Cela.

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