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Crítica:MÚSICA CLASICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gulini, en la cima de la interpretación brahmsiana

ENVIADO ESPECIAL, Después de escuchar durante tantos años y de modo tan insistente las sinfonías de Brahins, mi memoria guarda tres o cuatro versiones: en España, la de Schuricht y su seguidor Ataúlfo Argenta; fuera de España, las que ofreció Karajan con la filarmónica berlinesa en el festival de la vieja capital alemana cuando acababa de grabarlas por segunda vez para la Deustche Gramophone ("¡Igual que Nikisch!", exclamaba el bueno y querido Hans von Benda); con ellas y a una máxima altura, las que acabo de escuchar a Carlo Maria Giulini con la Orquesta Filarmónica de la Scala milanesa.Era más que difícil, casi imposible, encontrar un puesto en la sala de Piermarini, lo que se justifica sobradamente, pues conciertos como el del domingo han de señalarse con piedra blanca.

Para nadie es un secreto que Carlo Maria Giulini es uno de los pocos, poquísimos grandes de la dirección que le quedan a Europa, verdaderamente declinante en este aspecto. Quiere decirse entonces que también es uno de los contados transmisores del mensaje hondo y sufriente de Johannes Brahms. Sufriente a la manera de su amigo mayor Roberto Schumann y al modo que lo serían después algunos otros compositores: Scriabin, por ejemplo, o Manuel de Falla, aun cuando el primero exteriorizó demasiado el patetismo de su intimidad.

Lo característico y valioso de Brahms es que la sustancialidad sufriente de su música no llega a aflorar. Su sentido del pudor, quizá consustancial con el artista auténtico, le impide contarnos su caso" desde los pentagramas, sobre los que vuela, eso sí, una niebla de melancolía, incluso en aquéllos que teóricamente debieran ser luminosos y alegres.

Calar hasta la última intencionalidad brahmsiana y exponerla con infinito lirismo y transparencia cristalina; seguir el curso ininterrumpido de la cantabilidad fluyente; entender las dinámicas desde un concepto espacial por el que determinados pianos o ciertos timbres no suenan menos, sino más lejanos (recordemos la imitación de la flauta a la trompa en el comienzo del último tiempo de la primera sinfonía); sintetizar en la orquesta al Brahins de los lieder y de la música de cámara; explicarnos, en fin, con claridad magistral y desde la música misma por qué Schóriber entendía a Brahms como un compositor progresivo, no son sino aspectos aislados de un todo coherente, emocional e irresistible.

En el lenguaje diario de los artistas el triunfo mayor se logra el día que desde el escenario sienten que sucede algo fuera de lo normal. Aluden así al añadido tan detectable como inexplicable que en ciertas ocasiones da a su trabajo una extraña, casi mágica, fuerza atractiva. Entonces el intérprete, sus colaboradores y el público mismo se conmueven literalmente. Y al final sobre los aplausos se alza en nosotros un inequívoco sentimiento de gratitud.

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