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Reportaje:

Los ajedrecistas, esos bohemios trashumantes

"Me causa espanto imaginar el desértico futuro de los jóvenes talentos. En el Open internacional, celebrado estos días en Cala d'Or (Mallorca), hemos podido admirarlos y verlos con la fulgurante audacia de la ilusión decepcionada: Lester Antonio Tattersall Rodríguez, de nueve años, que alcanzó la primera categoría a los siete; Javier Gil, de 17 años, residente ahora con su familia en Australia; Lluís Comas Fábregas, de 13 años, que ganó en Argentina este año el título de campeón mundial infantil, gracias al billete de avión que le dio el Ayuntamiento de Santa Eugénia de Berga. Todos ellos tienen ante sus narices el mismo agrio horizonte que todavía pisa el gran maestro Arturo Pomar. Pomar, una gloria internacional del ajedrez, profundamente admirado, debe trabajar en una oficina de correos para sobrevivir. Él, como otros muchos, padece las deficiencias de una federación que no ha conseguido para sus socios unos locales adecuados, obligándoles a reunirse en bares ruidosos para celebrar sus partidas".

Para Ricardo Calvo, el presupuesto de la federación (27 millones de pesetas anuales), es insuficiente y no puede cubrir las exigencias de un país que produce jugadores de gran categoría internacional. "Además", añade, "está mal administrado; la burocracia se traga el 33%, y la información preceptiva y obligatoria circula con dificultad".

La categoría de los ajedrecistas se articula y reconoce internacionalmente a través de dos fórmulas: los títulos expedidos por la Federación Internacional de Ajedrez -gran maestro, maestro internacional y maestro-, y la ELO, un ranking mundial que contabiliza las puntuaciones alcanzadas por todos los ajedrecistas importantes. "Para hacerse una idea aproximada de la importancia de los jugadores españoles", añade Ricardo Calvo, "hay que valorar convenientemente los tres títulos de gran maestro que tenemos, en relación al único título que tiene Italia y la carencia de título de Francia. Desde el medioevo, España, que fue la puerta del ajedrez para Europa, conserva esta gran tradición. Los primeros tratadistas fueron españoles -Alfonso X el Sabio, Luis de Lucena, Ruiz López-, y todos posibilitaron la estrecha relación que mantiene la cultura con este juego".

La arraigada práctica deportiva y cultural del ajedrez no ha sido, según Ricardo Calvo, convenientemente reivindicada y extendida en un país que la desea y vive a pesar de todos los inconvenientds: "José Pérez, famoso maestro internacional, optó por el exilio exterior y vive en Cuba desde 1962. Miquel Farré escogió el exilio interior, resguardándose en su cátedra de música, y otros, como Rey Ardid, permanecieron durante 40 años en el ostracismo más desalentador. Aquí los ajedrecistas tenemos todavía que ser unos bohemios trashumantes. Dependemos de la buena fortuna de los organizadores de torneos, revistas o mecenas. En raras ocasiones, dependemos de nuestros triunfos".

La innovación de la Federación Española de Ajedrez, posibilitada ahora por el decreto gubernamental, debe cumplir, según Calvo, la primera obligación de todo cambio: "Redactar una constitución que proteja a todos los ajedrecistas de cualquier tentación de monopolio burocrático. Luego se debe exigir a la nueva junta directiva que gane las próximas elecciones una promoción efectiva del ajedrez, capaz de mostrar su rentabilidad y sus numerosas virtudes como instrumento pedagógico, como búsqueda personal e independiente de la verdad, como evidencia de las rivalidades sin enemistad en las actividades competitivas, estímulo del análisis y de la capacidad de concentración, asunción de las responsabilidades, tanto en caso de derrota como de victoria, y potenciar, también y especialmente, la visión del ajedrez como actividad artística (composiciones de problemas y finales), científica (programas cibernéticos) y deportiva en todas sus modalidades y abierta a todas las edades, sexo y circunstancia social".

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