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Cristo/ 'Crista', o el disparate sacro

Quizá algunos lectores recuerden un artículo mío publicado en estas mismas páginas, donde, bajo el título de Unisex in excelsis, comentaba en tono ligero la revisión feminista y consiguiente corrección de los textos sagrados, a los que celosamente se deseaba limpiar de ese reprobable machismo por virtud del cual se considera masculino a Dios. Yo, por mi parte, recuerdo bien que tales humorísticos comentarios míos suscitaron la irritación de mi amigo José Jiménez Lozano, quien en cierta manera salió a defender la razón del propósito que a mí me había parecido fútbol y, en su futilidad, bastante absurdo; pues pienso yo que si no se quiere aceptar las verdades establecidas por la tradición y el dogma, siempre le queda a uno el recurso de atenerse a una religiosidad libre, en lugar de empeñarse en echarle parches y hacerle chapuceros remiendos al sistema de las creencias oficiales y de la palabra supuestamente revelada.En estos días ha surgido aquí, en Nueva York, donde me encuentro, un incidente que me mueve a volver sobre el asunto. Entre las jerarquías eclesiásticas y la congregación de los fieles de la catedral episcopaliana de San Juan el Divino se ha desencadenado un conflicto que divide a unos y otros en diversidad de opiniones, conflicto cuyas consecuencias están aún por ver. El pasado Jueves Santo, cuando el obispo salió a celebrar los oficios, se tropezó con una gran sorpresa: fuertemente iluminada, al lado del altar mayor, habían colocado una imagen representando a Crista, es decir, la crucifixión de una mujer desnuda en broncínea estatua de respetables proporciones.

Todo fue, claro está, resultado de una conspiración feminista, y no hará falta decir lo que ello significa: la escultura -obra, por supuesto, de femeninas manos es una audaz aunque descabellada protesta contra la injusticia de que el Hijo de Dios hubiera de encarnar precisamente en el cuerpo de un macho humano, y no de una hembra. Se arguye que el Creador se valió de Jesús para salvar a la humanidad entera sin distinción de razas, orígenes étnicos o sexos; y si este Salvador puede ser representado bajo rasgos fisonómicos diversos, ¿por qué no podría representarse también en figura de mujer?

Con esto se llega a tocar por fin los límites del disparate. No es ya cuestión del género gramatical que haya de usarse para designar a la inefable persona del Ser Supremo ni de las formas en que, para estimular la devoción de los creyentes, deba pintarse su venerable aspecto. En la iconografía sagrada se concede un amplio margen de libertad a la imaginación de los artistas, y aun cuando se trate de evocar, no ya seres inmateriales como ángeles u otros espíritus -el Espíritu Santo mismo-, sino seres humanos que de hecho vivieron o que se cree tuvieron una existencia histórica, el pintor o el escultor disfrutan en su trabajo de una cierta discrecionalidad. Sabido es, por ejemplo, que san José fue visto en un tiempo como anciano de muy avanzada edad, y luego, sobre todo a partir del Concilio de Trento, cada vez más como vin hombre en fresca madurez. Del propio Jesucristo se encuentran imágenes para varias etapas de su vida, tanto en la infancia como en la juventud, pero jamás he sabido que a nadie se le ocurriera exhibirlo como un eccehomo sesentón, arrugado y canoso, ni clavar en la cruz bajo el INRI el cuerpo de un viejo caduco.

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Ello hubiera atentado contra la esencia de la religión cristiana, que se funda en el dogma de la encarnación. Mediante ésta, la naturaleza divina y la naturaleza humana vinieron a concurrir en un individuo concreto de nuestra especie, Jesús de Nazaret, sujeto de realidad histórica y, por consiguiente, con una biografía singular. La teología ha debatido y precisado bien el misterio de la doble naturaleza de Cristo, insistiendo sobre el punto de su condición humana y discutiendo últimamente, no acerca del sexo de Jesús, que es cosa fuera de cuestión, sino acerca del eventual ejercicio de su sexualidad. Y precisamente en estos días, cuando las reivindicaciones feministas promueven la exaltación de Crista c on una ridícula imagen, el gran historiador del arte Leo Steinberg ha publicado una monografia, The sexuality of Christ in Renaissance Art,and in Modem Oblivión, donde señala la importancia que la iconografía sagrada renacentista atribuyó con intención simbólica a los órganos genitales de Jesús.

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