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LA LIDIA / VALDEMORILLO

Toreritos con padrino

El circo romano que fue Valdemorillo el lunes, montado para chavales de la Escuela de Tauromaquia, ayer se reconvirtió en placita de tientas, con toritos bobos. Los toreritos del cartel tenían padrino, esa es la explicación.Así planteada la fiesta, la tarde fue de dengues. Los hacían los novillos, los hacían los toreros. Un mírame y no me toques los coletudos, un mírame y no me toques los cornudos. Por una vez, Valdemorillo era Versalles. En estas circunstancias, aconteció lo habitual cuando en el ruedo todo son facilidades: que a los toreros les dio un aire y se pusieron a pegar derechazos, como enloquecidos.

Ocho toros de lidia molidos a derechazos durante tres horas de función, es suplicio que ya no soporta nadie, ni el condescendiente público de Valdemorillo. Aunque los derechazos sean buenos, no se soportan. Pero, además, los de ayer eran malos. Unos porque se producían en desacuerdo con los cánones, otros porque se ajustaban a las reglas de la neotauromaquia esa, según la cual hay que meter el pico, echar hacia afuera la embestida, medio tumbarse para embarcarla, y después de consumada la chapuza, intentar disimularla prolongando el viaje con intención de hacerlo circular.

Plaza de Valdemorillo

7 de febrero. Cuarto festejo de feria.Novillos del conde de Mayalde, discretos de presencia, manejables. Luis Cancela. Silencio y oreja. Luis Miguel Campano. División y oreja protestada. Paco Machado. Silencio y oreja. Juan Rivera. Oreja y oreja.

De este segundo estilo fueron los derechazos y hasta las faenas completas de Luis Miguel Campano, que se encuentra en un triste punto de amaneramiento profundo, el cual abarca cuantos truquitos utilizan diestros veteranos en decadencia para aliviar los riesgos de la lidia.

Luis Cancela actuó ayer sin personalidad; Paco Machado, que dio faroles de rodillas, de pie no se le veía estilo y le escaseaba la técnica. Estos novilleros, como Campano, les hacían dengues a los novillos bobos, y era inevitable recordar a los chavales del día anterior, que a despecho de pitonazos y coscorrones, se querían comer a los jaboneros rabiosos e imposibles.

Una luz se hizo entre las opacidades del insoportable espectáculo cuando Juan Rivera se abrió de capa e instrumentó verónicas y chicuelinas con las manos bajas y la suave cadencia del temple. En el último tercio también pareció ser alguien -o, por lo menos, querer serlo- y bregó con valor en el novillo difícil, que fue el sobrero, un manso fuerte y bronco. Le ayudaba Curro de la Riva, un gran peón de confianza, que ayer instrumentó capotazos magistrales.

Para entonces caía la tarde, el cielo tomó color verde mar, y anaranjado unas nubes densas que colgaban imitando, merengues gigantescos. En la plaza encendieron focos y centelleaban los alamares, los hierros toricidas, la sangre caliente del toro corriendo por el morrillo hasta la pezuña. Cada año, cada día, Valdemorillo, en su altura serrana, ofrece una escenografía soprendente. Alguien debería pintarla. Allí estaba Viola, a quien brindaron toros. Al final, los aconteceres del ruedo no merecían la pena; el espectáculo verdadero venía del cielo.

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