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Reportaje:La historia de los 13 Juegos Olímpicos de Invierno: de Chamonix a Sarajevo

Sonja Henie, de niña prodigio del patinaje a estrella de las pantallas cinematográficas

La nieve y el hielo no entraron en los planes de Pierre de Coubertin. Era demasiado complicado para su ya difícil empresa inicial. Los deportes invernales, además, estaban casi exclusivamente limitados a los países nórdicos, y aún no había llegado, al menos a Centroeuropa, el furor por las competiciones.De todas formas, en las primeras ediciones de los Juegos de Verano ya hubo en el programa deportes de invierno. Todo dependía de que la ciudad organizadora, como sucede ahora con los deportes de exhibición, tuviera especial interés en ofrecerlo. El Reino Unido, con tradición en el patinaje artístico sobre hielo, propuso su inclusión en los Juegos de Londres, en 1908, y el Comité Olímpico Internacional aceptó. Se disputaron los títulos individual masculino, con dos medallas para figuras obligatorias y libres, el individual femenino y el de parejas. Fue el principio.

Después, en Amberes, 1920, se añadió el hockey sobre hielo. El Comité Olímpico Internacional, en 1922, acordó patrocinar ya en Chamonix (Francia) una Semana Internacional de Deportes de Invierno, que, en realidad, fueron los primeros Juegos Olímpicos. Los países alpinos ya estaban representados junto a los escandinavos, y allí se fraguaron las bases firmes para la creación de la Federación Internacional de Esquí (FIS), la más importante de todas las invernales.

Primeros problemas

Lo de menos fue que comenzaran ya los problemas, al depender del tiempo, y sufrir la angustia de que entonces no existía la posibilidad actual de recurrir a la nieve artíficial. Aunque la víspera de Navidad no había nieve en Chamonix, cayó en gran cantidad la noche siguiente, y entre el 27 de enero y el 5 de febrero se celebraron competiciones de esquí de fondo, aún no alpino, patinaje artístico y de velocidad, bobsleigh y hockey sobre hielo.

Hubo 294 participantes, 281 hombres y 13 mujeres, de 16 países. El noruego Thorleif Haug, ganador de todas las pruebas de fondo, 18 y 50 kilómetros y la combinada, compuesta también de fondo y de salto, fue el primer multitriunfador en unos juegos invernales.

Surge la niña estrella

Pero Noruega, que dominó incluso entre los países nórdicos en aquellos años (su Holmellkolle era el mejor caldo de cultivo para sacar todo tipo de figuras), encontró realmente su joya en una mujer. Con sólo 12 años había sido ya una de las 13 pioneras de Chamonix. En Saint Moritz (Suiza), con 16 años, ganó el primero de sus títulos olímpicos. Sonja Henie nació el 8 de abril de 1912 en Oslo y se la llegó a conocer como el hada del hielo. Fue, sin duda, la patinadora más grande antes de la segunda guerra mundial y una de las máximas figuras del patinaje de todos los tiempos. No en vano dominó su especialidad durante 10 años, de 1927 a 1936, y logró éxitos que jamás fueron igualados después. En efecto, fue 10 veces campeona del mundo ininterrumpidamente; seis veces de Europa y tres veces campeona olímpica (lo haría también en Lake Placid-32 y Garmisch-36).

Sólo contados nombres en la historia del mismo patinaje y del deporte pueden acercársele. En su época, únicamente los suecos Ulrich Salchow y Gillis Grafstrom, pero ninguno (aunque el primero pasara a la historia del patinaje como inventor de un movimiento clave en el patinaje) con el ángel especial de Sonja Henie y, sobre todo, con su proyección posterior.

En realidad, el patinaje de su época era bien diferente al actual pues requería muchas menos cualidades físicas y, con seguridad, técnicas. Sin embargo, Sonja Henie aportó, sobre todo, su encanto personal, su gracia y sus sonrisas, sus famosas botas blancas, aparte de sus figuras o sus piruetas.

Largo camino

Sonja Henie había recorrido un largo camino victorioso en el deporte desde su primer triunfo, el título nacional de Noruega, a los 12 años, que le dio el pasaporte de su primera participación olímpica. Con menos de 14, y junto a Arne Lie, fue también segunda en el campeonato mundial de parejas. Hija de un antiguo campeón mundial de ciclismo, su precocidad fue enorme.

Tras su último título olímpico, en 1936, Sonja Henie pasó al profesionalismo y se convirtió en la primera gran estrella del patinaje en los espectáculos sobre hielo. Su primer contrato se cotizó ya a 100.000 dólares, y se dice que a los 15 días su éxito había sido tal que ya ganaba el doble. Si su precocidad y su calidad fueron grandes en el deporte, como mujer de negocios no quedó a la zaga, y acabó recalando en el mundo del cine, como pocos años antes había hecho Tarzán Weismuller. El estrellato la adornó con numerosas películas, dirigidas, sobre todo, por Darryl F. Zanuck. Un contrato de cinco películas le supuso entonces 25 millones de dólares.

Sonja Henie, nacionalizada norteamericana, donde ya siguió toda su carrera, murió de leucemia el 12 de octubre de 1969. Sólo tenía 57 años. La muerte también le llegó precozmente.

En Saint Moritz se dobló ya el número de participantes: 495 -468 hombres y 27 mujeres-, de 25 países. Cuatro años más tarde, en Lake Placid, Estados Unidos, las dificultades de transporte redujeron a 306 (274 y 32) y a 17 países la participación. Pero, en 1936, en Garmisch (entonces Alemania) se rompían todos los récords, con 755 (675 y 80) y 28. En estas dos últimas ediciones se había podido respetar la idea del COI de que el mismo país que organizara los Juegos de Verano se encargara también de los de Invierno. Holanda, en 1928, no había podido. Dos grandes, Estados Unidos y la Alemania de Hitler, sí. Fueron los últimos esfuerzos, de todas formas, pues el paréntesis de la segunda guerra mundial iba a ser obligado.

América, por primera vez

Lake Placid, que también tendría problemas años más tarde, en 1980, ya los tuvo en 1932 debido a una temperatura primaveral en esta teórica estación de invierno de los neoyorquinos cercana a la frontera de Canadá. Salvo Sonja Henie, nadie destacó. Más o menos como en Garmisch, donde las fanfarrias sonaban a nazismo. Hitler presidió en febrero la inauguración y algunas pruebas, como haría meses más tarde en los Juegos de Verano, en Berlín. Dos noruegos más, junto a la patinadora estrella, el saltador Ruud y el patinador de velocidad Ballangrud, ganador de tres títulos, confirmaron al país nórdico como el gran dominador. Eran los primeros tiempos y la escuela de Hollmekollen, no sólo en fondo, sino en todos los deportes de nieve y hielo, dominaba ampliamente. Con el paso del tiempo, no sólo la invasión alpina centroeuropea, sino la nórdica soviética, pondría muy caras ya las victorias.

Japón, con su ciudad Sapporo, estaba preparada en 1940 para recibir los siguientes Juegos de Invierno. Parecían ya asentados definitivamente. No habían sufrido el corte de la primera guerra mundial, pero sí iban a sentir el de la segunda. Los acontecimientos iban a ser bastante extradeportivos. Todo quedaría aplazado, a corto plazo, hasta 1948. Para Sapporo, donde un español de Cercedilla apellidado Fernández Ochoa iba a ganar la única medalla de oro olímpica invernal, el largo plazo debería ser hasta 1972.

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