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Tribuna
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España y Guinea Ecuatorial

España no tiene ninguna deuda histórica con Guinea -en opinión del autor-, sino que hizo surgir un país donde no existía. Allí viven 2.500 españoles, la vigésima parte de los que viven en Chile, el 1% de los que residen en Venezuela o el equivalente de los españoles en Honduras. España debe cooperar para conservar el hecho diferencial nacional, pero sin caer en tentaciones neocolonialistas.

Guinea Ecuatorial, en cuanto problema singular de nuestra política exterior, ha ido adquiriendo, al paso del tiempo, una carga emocional en la opinión y una entidad absolutamente desproporcionadas con su realidad específica propia y con la magnitud de los intereses españoles allí en juego. Desde que en 1968 España tomara la decisión de otorgar la independencia a su ex colonia hasta nuestros días, nuestra acción ha configurado unas constantes que, a la vista general, han quedado deformadas por medidas que o bien estuvieron motivadas por el logro de fines ajenos a la propia problemática ecuatoguineana o bien obedecían a reacciones emotivas, adoptadas precipitadamente, sin las mínimas consideraciones de adecuación a la realidad a la que se dirigían.Inicialmente se intentó una concesión de independencia a la De Gaulle, pero se realizó con pautas conceptuales rousseaunianas, en medio de pugnas -encontradas y sin dilucidar- en el seno mismo del Gobierno español de entonces. A los nuevos ciudadanos se les equipó con una Constitución otorgada democrática, en perfecta abstracción de su experiencia política y de sus tradiciones, pero que para sí hubiesen deseado los españoles del momento. Se legisló con más magninimidad que para los propios, con un pueblo ideal en mente, sin atención a sus particularismos, a equilibrios reales entre las etnias, etcétera. La pronta aparición de Macías fue la respuesta, contundente y regresiva, que la realidad ecuatoguineana dio al desajuste idealizado de nuestro proceder.

En agosto de 1979 el golpe que encabezara el presidente Obiang abrió un nuevo capítulo para Guinea Ecuatorial. La petición de ayuda a la antigua metrópoli fue inmediata, estimulada por el espejismo histórico de una colonia, ordenada y moderadamente productiva, que en su día brindara trabajo a nativos y a braceros importados, lugar de esparcimiento para las colonias vecinas y pacífica avanzada hispánica, carente de problemas, en el África central. El país salía, aparentemente, en esa fecha de su noche oscura, diezmadas sus producciones de cacao y madera, aniquiladas las de café, exiliados los más capaces y sumida la Administración en el caos de la más radical arbitrariedad e inoperancia. Los ojos se volvían incondicionalmente a España; de ella se esperaba todo.

Ante el Gobierno español, en ese momento, emergió, cual tentación, la aventura posible del neocolonialismo. Optó por no incurrir en ella; se negó al envío de las unidades militares que nos pedía el presidente Obiang. Generosamente, en cambio, decidió embarcarse en un esfuerzo, empeñoso e improvisado, de asesoramiento y ayuda que, tanto por su magnitud como por su coste, no tenía precedentes en la todavía corta historia de nuestra cooperación internacional. La acción se montó sobre la marcha, detectando sobre el terreno carencias y necesidades, con un espíritu a la vez de empresa misional y de aventura tropical. Hubo mucho más altruismo que cálculo; más emoción en la ayuda que adecuación a unos objetivos con visión de futuro; bastante más ilusión que realismo. Una vez más, España daba muestras de su impulso generoso, de su capacidad de desinterés y de su poca devoción pragmática.

Balance frío

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Tras un lustro de actividad, tiempo es de que procedamos a un balance, frío y desapasionado, de lo que ha supuesto nuestra cooperación con Guinea Ecuatorial. Justo es que reconozcamos paladinamente que se han simultaneado los aciertos y las equivocaciones; que aquéllos han sido más que éstas, sin que se pueda ignorar que el hecho de haber esperado otra cosa es un rasgo ilusorio suplementario que los críticos aportan de idéntico carácter que lo que vituperan. Y, sin embargo, el drama de todo intento de cooperación generalizado es claro: los errores y lo que no se acomete destacan como no lo hacen jamás los resultados positivos, por muchos que éstos sean. Nunca será posible aducir, en el haber, lo que hubiera sido hoy Guinea Ecuatorial si en su día no hubiésemos atendido en la forma en que lo hicimos las peticiones del presidente Obiang y persistido desde entonces en el empeño, aun con todas las fallas que puedan ser computadas.

Con todo, pasadas las primeras euforias, a los españoles nos suele llegar la hora de la racionalización del esfuerzo, de la contracción del gasto y de la consecuente fijación de metas, congruentes, y alcanzables. Para que esto ocurra, sin incidir en nuevos desenfoques, es absolutamente necesario que la problemática de nuestras relaciones bilaterales con Guinea Ecuatorial sea despojada de la sobrecarga emocional y de los clichés que ha ido acumulando, tanto a nivel de la opinión en general como en los propios medios políticos, que dejemos de utilizarlas como arma arrojadiza de ocasión, como si carecieran de historia reciente, de señalados particularismos en la contraparte y de servidumbres enquistadas.

A título de ejemplo consignemos algunas muestras. En primer lugar, sería importante disipar esa idea de deuda histórica que a veces es invocada como razón moral de nuestra cooperación con la antigua colonia. Su falsedad es patente. España dejó un país donde, antes de su llegada, no había sino etnias dispersas, plurilingüismo, organización meramente tribal y primitivismo generalizado. Españoles fueron los que allí iniciaron el cultivo industrial del cacao y del café y llevaron las cotas de explotación agrícola y forestal hasta los niveles conocidos. Legamos un idioma, que hoy es la lengua franca hacia adentro y un hecho de participación cultural evidente. En 1968 los índices de salud y de escolaridad estaban a la vanguardia de toda el África de color. Al proclamarse la independencia, la. nueva nación tenía una de las expectativas más razonables de viabilidad de cuantas conoció el proceso descolonizador en el subcontinente. La destrucción de esa realidad no fue obra nuestra. ¿De qué deuda histórica se habla?

En segundo término, la irreversibilidad de la independencia de Guinea Ecuatorial no es un hecho que pueda ponerse en duda y como tal está registrado por la opinión mundial. En muchas de las posiciones críticas y de las Iíneas argumentales al uso, sin embargo, anida un trasfondo, más o menos consciente, más o menos confesado, de neocolonialismo disfrazado, al estilo, según no deja de alegarse, de lo que otros han sabido ejercer en el área. Sin duda, en pura hipótesis, con el prestigio y el hábito colonial intactos, hubiera sido posible el mantenimiento de un status de esa naturaleza, sin solución de continuidad, al otorgar la independencia. Si se quiso o no, en ese entonces, no viene al caso; el hecho claro es que no se hizo o no se supo enrumbar por ese derrotero. La naturaleza política del español, entre sus virtudes y defectos, cuenta con un techo de ambigüedad política muy escaso. El disfraz de ocultamiento que exige la empresa neocolonial requiere dotes que no nos son propias; y sin tenerlas, el fracaso y la frustración hubieran aguardado al final de la aventura. Hoy esa evidencia es todavía más cierta.

Como último ejemplo, sería conveniente desmitificar la cuantía e importancia de los intereses que España tiene y supuestamente arriesga en Guinea Ecuatorial. De entrada, el número de. españoles allí residentes es de unos 2.500; tantos como en Honduras, la vigésima parte de los que viven en Chile, el 1% de los de Venezuela... Sus intereses productivos no se encuentran precisamente incentivados por las disposiciones económicas locales. Nuestras exportaciones, dada la falta de poder adquisitivo del mercado ecuatoguineano, no son realmente significativas.

No quiere esto decir que nuestros intereses actuales deban ser abandonados a su suerte, sino que su fomento y protección debe ponderarse en el marco de los intereses globales del Estado y de los ciudadanos españoles en el exterior. La desorbitación de la atención a unos va en merma, del mismo derecho que ostentan los demás, dado que los recursos disponibles son lo que son y no procede ignorar indefinidamente. una más consecuente equidad distributiva.

La maarca hispánicaPero, sentadas esas y otras premisas que cabría aducir, hay un hecho que sí es determinante, tanto para la diagramación permanente de nuestra política con Guinea Ecuatorial como para el acrecentamiento eventual de los intereses españoles en el área: su carácter de marca hispánica, única en África. De ese hecho destila nuestra auténtica responsabilidad: la de contribuir a mantener y potenciar ese hecho diferencial tan singular; tarea para la que nos reclaman insistentemente los propios ecuatoguineanos. Lógicamente, ése ha de ser -como lo es ahora- uno de los ejes que oriente nuestra cooperación. El otro, que se desprende directamente de la irreversibilidad de su existencia independiente, debe proponerse el ayudar y facilitar a Guinea Ecuatorial, en la práctica -es decir, más allá del plano legal y formal-, el granar plenamente como Estado soberano, con los atributos y las facultades inherentes a esa condición.

Así, en función de esos dos ejes, las metas de nuestro inmediato quehacer en Guinea Ecuatorial deberían estar claras. En lo que respecta a la cooperación, no podemos tener como objetivo el perpetuar ayudas sustitutivas permanentes, sino el formar contrapartes en quienes delegar los cometidos tan pronto puedan asumirlos. En un orden general, al potenciar el hecho diferencial, no debemos perder de vista que,. si Guinea ha de asentarse como Estado soberano, no podrá hacerlo sino en armonía e íntima relación con los demás países de su subregión continental, desarrollando los lazos de vecindad, intercambios y comunidad de intereses lógicos y naturales en toda nación. independiente.

Con todo, llegada esta nuestra hora de análisis desapasionado, no debe bastarnos con fijar las metas. Será necesario el abordar, también, los procedimientos y los medios, en una más pragmática relación de coste-eficacia. No parecería hoy desacertado el ir pensando en una planificada contracción gradual del empeño, a través de una concentración futura en ciertas líneas de acción, sin menoscabo de los proyectos que ya estén en vías de ejecución. El esfuerzo generalizado tuvo su momento y su razón; no puede concebirse como una servidumbre indefinida. Ese carácter permanente sólo corresponde a determinados intereses comunes. Como colofón a esta sucinta primera aproximación, sería injusto no insistir en la generosidad con que España ha brindado y brinda su ayuda a Guinea Ecuatorial y la aportación positiva que de su ejecutoria global se desprende. Sería igualmente imperdonable pasar por alto la entrega, ilusión y grado de sacrificio personal que han aportado a la obra la generalidad de cuantos allí la han hecho efectiva. Pero, por encima de todo, como timbre de ejemplaridad, importa subrayar un hecho: el estricto respeto de España, en todo momento, de la independencia ecuatoguineana. Son rasgos que dignifican, que signan un comportamiento en la escena internacional y que, habida cuenta de nuestra idiosincrasia, deberían compensarnos de las ventajas que otros quizá se hubieran empeñado en obtener.

es director general de la Oficina de Cooperación con Guinea Ecuatorial.

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