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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mitterrand y los comunistas

LA REUNIÓN que han celebrado las direcciones de los partidos socialista y comunista francés ha concluido sin excesivas sorpresas. El comunicado aprobado implica sustancialmente un nuevo compromiso de los comunistas de apoyar el Gobierno Mauroy y, por tanto, de frenar el doble juego que están practicando, al criticar en su prensa y en la calle lo que los ministros comunistas aprueban en la sede gubernamental. Se ha hablado de cumbre. Conviene precisar que ni el presidente Mitterrand ni el jefe del Gobierno, Mauroy, han participado en ella; encabezaban las delegaciones los dos secretarios generales: Marchais, máxima figura del PCF, y Jospin, con una categoría a todas luces inferior en la jerarquía efectiva del socialismo galo.En el texto aprobado sobresale una especie de impermeabilidad de la izquierda francesa, como tal, encerrada en su apoyo prioritario a la fuerza nuclear creada por De Gaulle, insensible a las principales preocupaciones europeas en materia de desarme que expresan, en cambio, las recientes actitudes de la socialdemocracia alemana y escandinava y del laborismo británico. La declaración, fruto de 12 horas de reunión -y que en cierto modo viene a actualizar, y casi a sustituir, el acuerdo inicial de junio de 1981-, refleja la extraordinaria flexibilidad de que han dado prueba los comunistas al comprometerse a apoyar la política de Mitterrand en puntos concretos en los que la han criticado en los últimos tiempos. En el plano de la política internacional, se mencionan, por ejemplo, las iniciativas francesas en Chad y en Líbano; incluso el argumento del equilibrio de fuerzas, utilizado por Mitterrand en su apoyo a la instalación de los euromisiles norteamericános. El periódico Liberation dice que la expresión tragar culebras se queda corta para. indicar lo que han tenido que aceptar Marchais y sus compañeros de delegación. Lo cierto es que el PCF está dando la sensación de que se agarra a la participación ministerial con un estilo que recuerda las peores tradiciones de cierto parlamentarismo francés: sobrevalorar la ocupación de cargos de gobierno hasta el extremo de abrir fosos con principios, doctrinas y compromisos electorales. Los sondeos señalan que el PCF ha seguido perdiendo influencia y no representa actualmente más de un 10%. o 12% del electorado. Pero a todas luces considera que su salida del Gobierno, al menos en la presente coyuntura, acentuaría su proceso de marginación.

El interés de los socialistas en conservar al PCF dentro del Gobierno es bastante lógico, sobre todo en las condiciones indicadas más arriba. La situación francesa se caracteriza por una ofensiva muy dura de la derecha, que ha cosechado triunfos electorales parciales, pero re petidos, particularmente en bastiones comunistas del llamado cinturón rojo de París. El problema de fondo que tiene Mitterrand es que su política de rigor económico está causando descontento, no ya en sectores privilegia dos., sino en las capas populares que constituyen su electorado. El plan Delors estaba previsto para 18 meses y concluye normalmente con el año 1983. Ha dado ciertos resultados, como la estabilización del paro y la mejoría del comercio exterior. Pero la perspectiva ahora no es poner de lado el rigor y volver a una política de gasto fácil y estímulo del consumo interno. Al contrario, lo que está sobre la mesa, después de las duras medidas aprobadas para la minería, es la reconversión en ramas como la siderurgia, el textil, la construcción naval . Entre los trabajadores de estas ramas, los comunistas, y el sindicato que dirigen, la CGT, son muy fuertes. De ahí, aparte de consideraciones más generales la conveniencia para el partido socialista de atar más de cerca a los comunistas, de limitar sus querencias a» utilización de pro bables zonas de descontento social.

Aproximadamente a la mitad de la legislatura, Mitterrand, con la tranquilidad que le da el disponer como presidente de un mandato/considerablemente más largo, necesita decidir si mantiene a Pierre Mauroy en la presidencia del Consejo de Ministros; el nuevo acuerdo firmado con el PCF puede ser un argumento a favor de prolongar, al menor hasta las elecciones del Parlamento Europeo de la próxima primavera, el mandato de un hombre que há sabido imponer con eficacia su autoridad en un gobierno de coalición. Pero, de cara al año 1984, otra consideración va a adquirir creciente peso en la política de Francia y en las determinaciones de su presidente: ofrecer la imagen de una renovación y de una capacidad de ofensiva contra una derecha hoy en auge para empezar a preparar las elecciones de 1986.

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