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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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1973-1983: memoria de una crisis / 1

En la historia económica del mundo hay fenómenos que toman cuerpo gradualmente y otros que parecen brotar en una fecha determinada, de la mano de acontecimientos precisos. La onda depresiva que agarrota a la economía desde hace 10 años se incluye entre los segundos, puesto que nace un 6 de octubre de 1973 con el estallido de la cuarta guerra árabe-israelí. No pretendemos afirmar que la subida veloz de los precios del petróleo, la materia prima por excelencia, iniciada entonces y redoblada en 1979 a consecuencia de la revolución iraní, sea la causa única de todos los males económicos, puesto que, desde finales de los años sesenta, eran perceptibles tanto el resquebrajamiento del sistema de Bretton Woods como, la aceleración de las tensiones inflacionistas a escala mundial; sí nos parece lógico señalar que el chispazo energético con el que se iniciaba la mayor transferencia de renta y riqueza jamás conocida fue el detonante de la crisis y un acelerador de primer orden de la misma.El desmoronamiento del sistema monetario

Aunque un ciclo depresivo-inflacionista tan amplio presenta múltiples facetas y se resiste a ser dibujado con trazos gruesos, entendemos que son cinco sus efectos fundamentales sobre la economía internacional: el desmoronamiento del sistema monetario, el desajuste industrial, el endeudamiento masivo, las grietas abiertas en el sistema financiero internacional y el rebrotar del proteccionismo.

El sistema monetario pactado en Bretton Woods y administrado por el Fondo Monetario Internacional establecía un sistema de cambios fijos para todos los miembros del Fondo, lo que suponía que la carga del ajuste exterior debía hacerse recaer, fundamentalmente, sobre el ritmo de crecimiento de los países con déficit; por otro lado, el patrón monetario fijado, el patrón de cambios-oro, significaba que la divisa de reserva por excelencia, el dólar, podía ser cambiada por oro al precio fijo de 34 dólares por onza troy. Se trataba, en realidad, de un sistema monetario de alcance limitado, diseñado especialmente para las condiciones imperantes al término de la segunda guerra mundial: preponderancia absoluta de la economía estadounidense, atención preferente de todos los países a las transacciones por cuenta corriente, desequilibrios exteriores no masivos ni generalizados de los países miembros.

Tras varios años de convulsiones monetarias, el sistema se viene abajo en 1971, al romperse el nexo entre el dólar y el oro: no existe posibilidad de convertir dólares en oro, lo que significa que se pasa aun patrón de cambios-dólar sin reglas definidas. Los grandes desequilibrios derivados de la crisis del petróleo y la importancia que desde entonces cobran las transacciones de capital enterrarán lo que quedaba del sistema inicial al aceptarse, a partir de 1973, la flotación de las monedas, es decir, los tipos de cambio libremente fluctuantes. Todo lo que queda ahora es, pues, un sistema apoyado en el dólar y dependiente de la política económica norteamericana y unos cambios que varían, a voces, con extremada fuerza y rapidez y que han multiplicado las incertidumbres de un mundo económico sin rumbo claro.

El desajuste industrial

El aumento veloz del precio de la energía ha producido una alteración de precios relativos de todos los factores de producción: cambian los precios de cada factor en términos de los otros factores y por lo tanto se alteran, a veces violentamente, las funciones de producción. Por otro lado, la succión de renta real que sufren los países consumidores de petróleo a consecuencia del aumento del precio del hidrocarburo produce alteraciones significativas en las pautas de demanda mundiales. Únase a ello el efecto de la innovación tecnológica y obtendremos un esquema básico de la crisis industrial: aumento rapidísimo de costes de una serie de sectores, falta de demanda para muchos bienes tradicionales, demanda acrecentada para un conjunto de nuevos productos. Hay en el mundo muchos países industriales que han visto cómo su industria quedaba envejecida y falta de competencia, lo que ha dado lugar a excesos de capacidad de muchos sectores, a desequilibrios acentuados de las cuentas exteriores y, naturalmente, a aumentos sustanciales de las tasas de paro.

El endeudamiento masivo

Ante el dilema, desplome económico-endeudamiento, muchos países capitalistas y socialistas, desarrollados y subdesarrollados, optaron por endeudarse fuertemente en los mercados internacionales, tanto más cuanto que la gran banca comercial necesitaba invertir los fondos depositados por los países exportadores de petróleo y no prestaba excesiva atención al cambio de calidad de los prestatarios: en el fondo, se pensaba, los países no quiebran. Este reciclaje de fondo inyectó oxígeno, en las economías deudoras y facilitó el crecimiento de la economía mundial hasta que, tras el segundo, choque energético de 1978, la situación comenzó a deteriorarse rápidamente y se produjo el estrangulamiento financiero de muchos de los países deudores. Por tres razones fundamentales: porque el monto de la deuda había alcanzado niveles sin precedentes unos -800.000 millones de dólares a finales de 1982, de los cuales unos 600.000 millones correspondea a países subdesarrollados-, porque a partir de 1979 las medidas antiinflacionistas norteamericanas elevaron los tipos de interés del dólar y, por la vía del arbitraje, los de todas las demás monedas, y encarecieron rápidamente el servicio de la deuda; porque el estancamiento de la economía mundial a partir de 1979 redujo las posibilidades exportadoras de muchos países, esterilizando así su esfuerzo de transferencia.

Las grietas del sistema financiero

Para la gran banca internacional, el problema de la deuda, que alcanzó su punto crítico en 1982, tras el incumplimiento de México, constituía una bomba de relojería colocada bajo su línea de flotación. No se olvide la enorme proporción de operaciones interbancarias que figuran en sus activos totales y que podía provocar un efecto dominó a todo lo largo y ancho de los mercados financieros internacionales. Para que un banco, pudiera encontrarse en situación muy delicada no era preciso que fallaran sus clientes más directos. ¡Bastaba con que otros bancos, atrapados por suspensiones y quiebras, no pudieran hacer frente a sus préstamos interbancarios! Sólo la intervención de los bancos centrales y la cooperación intergubernamental ha podido, por ahora, conjurar el peligro sin que todavía se sepa muy bien cómo resolver el problema.

¿Qué hacen los países cuando se ven acorralados por la depresión, el paro y las deudas exteriores? Terminan por cerrar sus fronteras económicas con la esperanza de trasladar el problema a los otros países. ¿Qué sucede cuando los compromisos internacionales les obligan a mantener abiertas esas fronteras? Disfrazan el cierre. Y así, pese a las declaraciones en favor del libre cambio, las promesas de cooperación y la presión de los organismos internacionales, el proteccionismo ha ido enseñoreándose de las relaciones comerciales internacionales. No aumentan los aranceles pero sí las trabas administrativas de todo tipo, las normas sanitarias y las limitaciones voluntarias a la exportación. El mundo se encamina, gradualmente, hacia una esclerosis comercial que constituye un juego de suma negativa porque perjudica a todos los países.

Jaime Requeijo es catedrático de Estructura Económica.

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