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Julio

Rosa Montero

Julio otra vez, se dirán quizá muchos de ustedes al ver el tema de esta columna, desesperados y exhaustos ante tanta juliedad, ante el paroxismo informativo con que se han cubierto las actuaciones del cantante.Pero Julio otra vez, sí, porque yo también estoy que no salgo de mi asombro y no alcanzo a comprender el por qué de tanto sobo y tanta gloria. Yo no sé si será cosa de un remordimiento españolista: no vamos a ser nosotros quienes le pongamos mal cuando el chico anda triunfando por ahí fuera. 0 si influirá cierto papanatismo colonial, a saber, si Julito obtiene éxitos en el corazón de los imperios, es que ha de ser bueno a la fuerza. O si simplemente se aplica la norma de la cantidad y el caballo grande, aunque no ande: un millón de moscas no pueden equivocarse: coma mierda.

A una, que tiene su corazoncito nacional, no deja de halagarle que un español ande vendiendo discos por el mundo. Pero ésta es una complacencia irracional, así, de primeras, sin pensarlo. Después me paro y miro. Y veo a un Julio Iglesias de tergal, internacional a fuerza de no ser de ningún lado, por mucho que hable de su España. Homogeneizado, sanitizado, desratizado, desinfectado.

Hay artistas que intentan expresar su propia visión del mundo. Yo creo que en Julio es al revés, que su afán es el de adaptarse a las visiones de su público. Julio es el ejemplo del triunfador de clase media. No importa que refleje una clase media inexistente, producto del Reader's Digest y de los cursos de Hágaselo usted mismo por correo. Julio mimético, competitivo pero bueno, ligón pero decente, picaruelo pero siempre respetuoso, hombre de orden. Y la única emoción que se permite, alguna ha de mostrar para fingirse humano, es una melancolía desnatada de amante abandonado. Julio juega a las mentiras y, con su triunfo, triunfa una vez más lo reaccionario, la docilidad de nailon y los sentimientos de madera. No es una cuestión de ideología política concreta: Borges es de derechas y eso no le impide escribir como los dioses. No, el éxito de Julio es una cuestión de falsedad, es la consagración de lo ficticio, la apoteosis del engaño. A veces los superventas embrutecen y las tiernas baladas hacen daño.

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