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DECIMOSEXTA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Olía a hule

Fue la tarde de los sobresaltos. Víctor Mendes resultó cogido de forma impresionante. Ortega Cano se cortó un dedo al entrar a matar. Manolo Arruza olía a hule, como todos, durante su faena de muleta al cuarto. Los propensos a infarto se ponían a morir, y a los no propensos les entraba taquicardia. La corrida de Pablo Romero con sus remiendos de Murteira trajo estos sustos.La cogida de Víctor Mendes se produjo nada más salir el tercero de la tarde. Lo recibió por delantales y en uno de ellos el toro le arrolló arrojándole a distancia. Luego le, corneó ferozmente, y enganchándole por un muslo, lo volvió a Ianzar al aire como un pelele. Quedó Mendes inconsciente en la arena y cuando las asistencias le llevaban apresuradamente a la enfermería, en la plaza quedó la sensación de que sufría una cornada grande.

Plaza de Las Ventas

29 de mayo. Decimosexta corrida de San Isidro.Cuatro toros de Pablo Romero, desiguales de presencia, mansos, broncos. Dos de Murteira: segundo, sobrero, inválido; quinto, aplomado; ambos cinqueños, con trapío. Manolo Arruza. Bajonazo (pitos). Bajonazo infamante (silencio). Bajonazo (silencio). Ortega Cano. Estocada, en la que resulta herido en una mano (palmas). Pinchazo, enocada delantera -aviso con retraso- y descabello (vuelta con algunas protestas). Dos pinchazos y estocada (palmas). Víctor Mendes. Cogido en su primer toro. Partes facultativos. Ortega Cano fue atendido de herida incisa en un dedo pronóstico leve. Victor Mendes, de herida en región escrotal, puntazos en muslo y hemitórax con contusión torácica, y contusiones en regiones nasal y frontal, pronóstico reservado.

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Por fortuna, no fue así. Sorprendentemente, volvió a salir en plena lidia del quinto, con la intención de estoquear al último toro. Los compañeros le abrazaron conmovidos. Mas no pudo ser. Se sintió mal, tenía el semblante como la cera, y de nuevo, maltrecho, volvió a la enfermería.

Ortega Cano había intentado dar pases al sobrero de Murteira, un inválido absoluto, de esos que suscitan todas las sospechas de manipulación fraudulenta, pues su tremendo trapío no concordaba con la debilidad perniciosa que padecía. Ante la imposibilidad de conseguir un mediano derechazo sin que le diera un soponcio al toro, hizo lo que corresponde en tales circunstancias: perfilarse en corto, volcarse sobre el morrillo hundir el acero arriba, hasta las péndolas. Y así ocurrió, pero se cortó la mano y también tuvo que retirarse.

De manera que, en el hule dos espadas, quedó solo Manolo Arruza, con la inquietante perspectiva de tener que medirse con los Pablo Romero, que estaban saliendo con guasa. Ojala se hubiera ido a remar al Retiro, pues nos hizo pasar las de Caín. Muleteó pundonoro so, en tanto que el peligro de la cogida se cernía sobre su muy alta persona. Quizá fuera, también, que el miedo se había apoderado del público y le sobresaltaba una mosca que pasara. Si a cualquiera en el tendido se le ocurre gritar, de repente, "¡Uh, el coco!", lo vacía: miles de espectadores habrían echado a correr, despavoridos.

El primer toro tenía 'genio y Arruza no lo pudo dominar. El que cogió a Víctor Mendes estaba inválido, y el mexicano lo trasteó con brevedad, según convenía. El cuarto desarrollaba sentido, y fue angustioso, pues una y otra vez pretendía Arruza pasárselo por delante, en redondo y al natural. Tuvo la sensatez, sin embargo, de no perderle la cara, y además como está ágil y fuerte pudo sortear los numerosos derrotes, parones y coladas. Mató de bajonazo y tan mal rato pasábamos que, si lo trincha, nos habría dado lo mismo.

Salió de la enfermería Ortega Cano y ofreció banderillas a Manolo Arruza. Ambos realizaron la suerte en varios toros, al cuarteo y con bastante vulgaridad, de manera que mejor será olvidarlo. En cambio el cartagenero está muy puesto Con capote y muleta. Se anotó un buen quite por chicuelinas y media a juego en el toro que abrió plaza, y al quinto, otro Murteira que acabó aplomado y con la cara alta, le hizo una faena valiente, serena, bien construída, en la cual, a base de consentir, templar y mandar, logró que la res tomara el engaño y así pudo interpretar con hondura las series en redondo, que ligaba con pases de pecho ceñidos de cabeza a rabo. A la hora de la verdad el toro esperaba, con la cara alta, y de nuevo Ortega Cano se volcó sobre el pitón, saliendo trompicado.

El sexto era un manso que unas veces embestía bondadoso, otras maligno, otras se paraba, otras se tiraba al suelo. Es decir, a estilo morucho, y además perverso, pues deshonraba el histórico hierro que lucía sobre su cárdeno pelaje. Naturalmente, Ortega Cano no podía acoplarse con semejante burro, aunque lo intentó por derechas, por izquierdas y en varios terrenos. Esta vez pinchó dos veces, antes de cobrar la estocada y nos dio otro susto, pues los pitones le sacaron la pañoleta.

Es decir, que hasta el último segundo estuvo oliendo a hule la corrida. Agua de azahar deberían llevar los cerveceros para estas tardes de sobresaltos. Menudo disgusto llevaba la gente en el cuerpo, cuando abandonó la plaza, por culpa de los Pablo Romero, mansos, broncos, flojos, desclasados. Pena de divisa.

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