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LA LIDIA / VALDEMORILLO

La congelación

Para qué vamos a darle más vueltas; aquello fue la congelación. En la vida habíamos pasado tanto frío en una plaza de toros. Ni siquiera en la que llamaron de "la concordia" hispano-mexicana, celebrada en Las Ventas a principios de la década de los años cincuenta, durante la cual nevó, y los areneros rastrillaban la nieve hasta los estribos.También nevó ayer en Valdemorillo, al final de la novillada, y ya nos daba casi lo mismo, pues teníamos de corcho manos, pies, orejas, narices y narizotas, todo lo que sobrasalía de abrigos, tabardos, zamarras, incluso mantas, en los que se embutía el público, aterido, lacrimógeno, moqueante, pero que no se iba, no, pues se había juramentado para morir de neumonía, si preciso fuera, por la fiesta.

Plaza de Valdemorillo

7 de febrero. Quinta corrida de feria.Novillos del conde de Mayalde, con trapío y genio. Carlos Aragón Cancela. Estocada (oreja). Cuatro pinchazos bajos,media delantera -aviso- y dos descabellos (silencio). Julián Maestro. Estocada corta contraria y otra caída (silencio). Media estocada tendida caída y cuatro descabellos (silencio). Luis Miguel Campano. Falla un volapié, pinchazo muy bajo, estocada atra vesadísima que soma por un costado y dos descabellos (silencio). Media trasera caída y dos descabellos (silencio).

La medalla de sufrimientos por la tauromaquia ganó ayer el público de Valdemorillo, que presencio la corrida pataleando, para no congelarse, y ya dispuesto al martirio, no le importaba echarse al coleto todo el coñá que eran capaces de allegar los vendedores, voceantes de su mercancía con la frase clave: "¡El que pasa frío es porque quiere!". Otro que vendía farias también había dado en el clavo con su reclamo: "¡Fumad puros, para que los amigos vean donde estáis!". Se los arrebataban.

Corría el coñá, uno le daba al cante, hubo quien se hizo pis encima, y una señora de poco se lo hace también, de la risa que le dió. Ráfagas mortales de aire helado barrían el tendido, como una guadaña que segara cabezas, y el personal las escondía en el sobrepelliz. A ratos, el tendido era una fantasmagoría de gente decapitada. Se oía gritar: "¡Que cerréis la puerta.'". Nubes de escoria proyectaban sombras en un redondel tétrico y sólo la azulina al pastel de algún pedacito de cielo concebía esperanzas de sol, que salió una vez, por unos segundos, y entonces hasta los más ateos empezaron a creer en Dios.

Por los montes cercanos trotaban caballos y en los te rrados de las casas que se asoman a la placita enana, otros días abarrotados de mirones, se adivinaban los ojos profundos de dos mujeres envueltas en mantas blancas. Y mientras tanto era la lidia, y en la lidia los novillos pegaban leña. Novillos de trapío, correosos, malauva, provocando sobresaltos y carreras a escape; alguno de plata que se tiraba de cabeza al callejón al salir de medio par de banderillas (es decir, una); los novilleros punteros, acobardados por el bufido siniestro de los funos que embestían inciertos, no se sabía si al engaño, o al bulto o a qué.

Tampoco lo sabían los propios funos-novillos-malauva, pues más bien tendían a huir, a defenderse, a librar con derrotes la molestia del torero y su engaño escarlata, después de recibir una verdadera paliza en el primer tercio, donde les castigaban sin tino. Seis puyazos se llevó el segundo, que era un manso de los que quieren saltar la barrera; cinco el cuarto, que valían por diez.

De cualquier forma hubo dos novillos boyantes, primero y quinto, pero los matadores no estuvieron a su altura. Carlos Aragón Cancela, novillero puntero de próxima alternativa, le hizo al que abrió plaza una faena larga, casi toda sobre la derecha, con algunos muletazos cargando la suerte, aunque hondura y arte no aportó, y la afición quedó insatisfecha. Julián Maestro apuntó el toreo bueno con el quinto, pero se embarullaba porque seguramente le falta oficio, y tampoco gustó.

No está tan clara, en cambio, la boyantía del tercero, pues poseía un genio desbordante, que sacó a relucir en la faena de muleta. Había flojeado con los caballos, mas seguramente era un disimulo que se traía aprendido de la dehesa. Luis Miguel Campano le instrumentó, con la más pinturera de sus posturas, un ayudado marchoso, pero para marchoso el novillo, que se fue arriba y no le dejó vivir. Embestía sin parar y al novillero puntero le faltaban manos para quitárselo de encima. Tampoco pudo con la bronquedad del sexto, al que aliñó sin mayores miramientos, y lo mismo cabe decir de Maestro con el segundo, que se le iba a tablas.

El cuarto fue un ejemplar de trapío, poderoso y abanto, que volteó a Carlos Aragón, de poco arrolla a un banderillero, y llegó al último tercio sin fijeza. El inminente doctor consiguió ligarle una tanda de redondos y bastante hizo, pues los problemas del novillo eran muchos. En cambio mató fatal, y dejó en entredicho su próxima alternativa. La gente lo decía; entre dientes lo decía, eso sí, porque nadie se atrevía a hablar, no fuera que una cuchillada de aire se metiera por la boca y congelara el coñá, nada escaso, que llevaba en el cuerpo. Lo cual habría sido horrible.

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