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Andropov pasa a la ofensiva

La creciente confusión quedó dramáticamente demostrada con el cese, el 12 de enero pasado, de Eugene Rostow, director de la agencia de control de armamentos y desarme, que había venido defendiendo una mayor flexibilidad en las negociaciones con los soviéticos, postura que compartía con Paul Nitze. Según el presidente Reagan, el secretario de Estado Shultz va a encargarse de todas las negociaciones de armamento, aunque no hay señal alguna de que la Casa Blanca vaya a modificar su postura dura en las conversaciones. El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, apoya la línea dura.Todo ello se debe a que al cabo de dos meses en el poder Yuri V. Andropov parece haber conseguido diseñar una política coherente hacia Estados Unidos y la Alianza Atlántica, al menos una política pública, mientras que, tras dos años en el Gobierno, Ronald Reagan sigue dando la impresión de ser incapaz de formular una política global norteamericana hacia la Unión Soviética. Frente a la ofensiva política de Andropov, la Administración Reagan actúa a la defensiva y con poca seguridad.

No hay duda, desde luego, de que el objetivo principal de la reciente campaña de propaganda pacifista soviética, dirigida personalmente por Andropov con gran aplomo, es introducir una cuña entre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN a fin de impedir el despliegue de la nueva generación de misiles norteamericanos.

Pacifismo y neutralismo

La debilidad de la postura norteamericana arranca del hecho de que Washington parece estar improvisando sus respuestas públicas. La reciente propuesta de Andropov de una reducción global del 25% del arsenal nuclear estratégico de Estados Unidos y de la Unión-Soviética y una reducción de los misiles soviéticos SS-20 de medio alcance emplazados en Europa equivalente al número de misiles tácticos con que cuentan actualmente Francia y Gran Bretaña, fue rechazada por la Casa Blanca.

En términos políticos se ha creado en Europa occidental, donde crecen los sentimientos de paz y de neutralismo están en aumento, la impresión de que los soviéticos son los principales defensores del control de armamentos.

Teniendo en cuenta estas reacciones en Europa, el Departamento de Estado logró convencer a la Casa Blanca de que sin tener que llegar a ceder en aspectos que atañían a los verdaderos intereses de Estados Unidos la Administración debería esforzarse por parecer más flexible en sus respuestas a Andropov.

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A medida que Andropov ha ido aumentando su ofensiva pública en enero, la Casa Blanca se ha vuelto claramente más cuidadosa, aunque todavía sin llegar a comprometerse. En esta situación, el presidente acogió de mala gana la propuesta del dirigente soviético de celebrar una cumbre.

Tras la oferta del Pacto de Varsovia de un pacto de no agresión con la OTAN (claramente otra idea de Andropov), el presidente norteamericano declaró que Estados Unidos y sus aliados están dispuestos a discutir con los soviéticos cualquier propuesta seria que pueda verdaderamente hacer avanzar la causa de la paz, aunque señaló que era previamente necesario una moderación de la conducta soviética.

En este contexto, el presidente reveló que iba a enviar a Europa al vicepresidente Bush para llevar a cabo unas consultas en el seno de la OTAN sobre cuestiones de seguridad y política común. No obstante, mantuvo en secreto que la decisión de enviar a Bush en esta gira la había tomado antes de las Navidades por su preocupación ante los sentimientos existentes en Europa occidental contra el despliegue de misiles norteamericanos.

Amenazas soviéticas

La idea extendida en Washington era que Andropov necesitaría un largo período para consolidar su Gobierno, sobre todo teniendo en cuenta informes presumiblemente correctos de que tenía que superar una fuerte oposición en el establishment soviético antes de poder conseguir el poder. Este análisis incorrecto confirmaba una vez más que Estados Unidos es incapaz de penetrar el velo de secreto que rodea la política interna soviética.

Al mismo tiempo, el nuevo jefe del Kremlin ha dejado claro que los rusos no tienen la menor intención de abandonar Afganistán y que piensa construir un nuevo misil soviético (además de los nuevos prototipos de misiles soviéticos que ya están en curso) si Reagan sigue adelante con la fabricación despliegue de los MX norteamericanos. Los soviéticos han culpado también a Estados Unidos por dejar en punto muerto las conversaciones START sobre armas estratégicas.

Washington sigue insistiendo en la opción cero, propuesta por Reagan en noviembre de 1981, que supone el acuerdo norteamericano de no desplegar los nuevos misiles si los soviéticos desmantelan sus trescientas rampas de lanzamiento de misiles SS-20. La opción cero surgió del acuerdo de 1979 en el seno de la OTAN de que Estados Unidos cancelaría sus despliegues de misiles si, como resultas de un trato negociado con los rusos, estos destruían sus SS-20.

Aunque los soviéticos rechazaron la opción cero desde el principio, la Administración Reagan pensó hasta finales del año pasado que el fracaso de las conversaciones de Ginebra caería sobre los hombros de los soviéticos, haciendo así que el despliegue de los misiles norteamericanos resultara políticamente aceptable en Europa occidental. Sin embargo, es evidente que Moscú supo interpretar mucho mejor el sentimiento prevaleciente en Europa.

Es bastante significativo que las propuestas de paz de Andropov tuvieran mayor impacto en la República Federal de Alemania (RFA). El canciller Helmut Kohl, un democristiano cuya llegada al poder fue acogida con alivio por los conservadores de Reagan, afronta sí unas elecciones en, y ha molestado a Washington con sus ambiguas respuestas a las iniciativas de los soviéticos. El despliegue de los euromisiles se está convirtiendo en tema central de las elecciones alemanas y parece que Kohl no quiere verse derrotado a causa de este tema. Los socialdemócratas se muestran aún más ambiguos en el tema delos euromisiles, anteriormente respaldado por el antiguo canciller Schmidt. Cuando Hans-Jochen Vogel, el candidato socialdemócrata, visitó a Reagan a principios de enero (posteriormente fue a ver a Andropov a Moscú) dejó claro que, según afirmó él mismo, prefería que las conversaciones de Ginebra prosiguieran más allá de 1983, posponiendo la decisión del despliegue de los euromisiles.

La situación surgida en Europa occidental exige inevitablemente una respuesta creíble por parte de Estados Unidos, tanto en cuanto al funcionamiento de la Alianza Atlántica como a las relaciones soviético-norteamericanas. En realidad, Andropov ha unido estos dos aspectos de forma inseparable, al menos de forma clara en cuanto al debate público. En este momento no existe una política norteamericana global, y los diplomáticos occidentales expresan en privado sus dudas de que la gira de Bush vaya a conseguirla, incluso aunque se desarrollaran nuevas ideas a tiempo. Efectivamente. La mayoría de los diplomáticos creen que el vicepresidente va a recibir grandes presiones para que Estados Unidos abandone la estrategia de la opción cero y busquen un acuerdo que, si bien no abandone el tema del despliegue de los euromisiles, al menos lo posponga.

Guerra económica

La noción de la guerra económica contra la Unión Soviética, defendida principalmente por el Pentágono, fue abandonada una vez que el secretario de Estado George Shultz logró convencer a Reagan de que las sanciones contra las empresas de Europa occidental que emplearan tecnología norteamericana en los equipos vendidos a los soviéticos para la construcción del gasoducto siberiano servirían únicamente para socavar la Alianza Atlántica, sin perjudicar a los rusos. Al mismo tiempo, naturalmente, la Administración Reagan se comprometió a venderles grano a los soviéticos (el presidente Reagan levantó el embargo que Jimmy Carter había impuesto tras la invasión soviética de Afganistán en 1979), debido a las necesidades de la política nacional: en una época de recesión los agricultores norteamericanos necesitan exportar todo lo que puedan, y, estando ya próximas las elecciones de 1984, el Gobierno no podría pensar ni siquiera en oponerse a los agricultores. Además, recientes estudios de la CIA han señalado que la economía soviética es mucho más fuerte de lo que creían los defensores de la guerra económica y que los rusos pueden apañárselas mejor sin las importaciones que ningún otro país industrializado.

Militarmente, puede que Reagan se encuentre en la misma situación que Andropov: es cada vez más obvio que ninguna de las dos superpotencias puede permitirse una carrera armamentística desaforada. Muchos especialistas admiten actualmente que además del deseo de impedir la instalación de armamento nuclear norteamericano en Europa, puede que Andropov esté genuinamente interesado en reducir los gastos de defensa a fin de liberar más recursos para el crecimiento económico.

La política del Gobierno en la cuestión del control de armas se ve aún más complicada por las disensiones internas existentes respecto a la forma de tratar el tema, sobre todo a consecuencia de las iniciativas de Andropov. Los defensores de la línea dura próximos a Reagan han iniciado una campaña contra sus principales negociadores en la cuestión armamentística, Eugene Rostow y Paul Nitze, basándose en argumentos infundados de que se muestran demasiado indulgentes con los rusos.

Muchos funcionarios están pidiendo en privado una urgente remodelación completa de la política hacia la Unión Soviética. El rumbo actual, según ellos, va a favor de la Unión Soviética, cuya política bajo la dirección de Yuri Andropov está claramente sumándole puntos contra Estados Unidos en la zona geográfica más importante: Europa.

Tad Szulc es periodista norteamericano, ex corresponsal del New York Times en Madrid.

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