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Miguel de la Madrid mete el miedo en el cuerpo a los funcionarios corruptos

Hombre de escaso carisma, palabra gris y gesto seco, Miguel de la Madrid ha sorprendido a todos por su energía. En sólo diez días ha puesto patas arriba a la Administración mexicana, ha metido el miedo en el cuerpo a los funcionarios corruptos, ha dado a los diputados trabajo para un año, ha elaborado el presupuesto, ha puesto en marcha una reforma administrativa, ha silenciado a los barones de su partido, ha convencido a los sindicatos de que acepten su programa de austeridad y ha renunciado a ciertas facultades presidenciales de corte autoritario. ¿Quién se acuerda ya del presidente José López Portillo?

Su permeabilidad ante los consejeros más directos, su rigor en el análisis y frialdad a la hora de tomar decisiones son dos de los rasgos esenciales del carácter del nuevo presidente. A esto se añade una ortodoxia económica, sólo levemente teñida de la ideología social del Partido Revolucionario Institucional (PRI).Pero tal vez su mayor distancia respecto a ciertos perfiles autoritaautoritarios de la práctica del poder en México esté marcada por el decidido respeto a la ley que pregona y que hasta ahora ha venido cumpliendo. En este sentido resulta reveladora una de las reformas constitucionales propuestas en estos días. Se trata de desposeer al presidente de la facultad que le otorga la Constitución para remover a cualquier funcionario judicial sin apelación posible, lo que de hecho ha convertido en letra muerta la independencia de los jueces. En un país donde los presidentes acumulan un poder casi omnímodo y que no han hecho sino sumar, nuevas parcelas a su capacidad de decisión, esta propuesta resulta bastante reveladora de los propósitos democráticos del actual presidente, que pretende acercar lo más posible el modelo mexicano a las democracias occidentales.

Otro gesto sin precedente en el país ha sido la reunión conjunta celebrada con los líderes de los siete partidos de oposición. Después de reconocer su derecho a disentir del Gobierno, les invitó a celebrar encuentros periódicos como una contribución para la solución de la crisis.

Hace no demasiados años, a los opositores, sobre todo de izquierda, se les encarcelaba y aun en ocasiones se les hacía desaparecer. López Portillo les abrió las puertas de las cámaras. Miguel de la Madrid los ha sentado en torno a la mesa de su despacho.

Desaparecidos políticos

Uno de los temas mas vidriosos de la política mexicana, el de los desaparecidos por motivos políticos, ha sido también abordado. Hasta hoy el Gobierno sostuvo siempre la tesis de que no había desaparecidos. Los familiares exhiben una lista de seiscientos nombres y se han declarado en huelga de hambre ante la catedral de México, en los aledaños del Palacio Nacional.Rosario Ibarra, candidata presidencial en las últimas elecciones, madre de un desaparecido y líder de esta lucha, ha sido recibida en audiencia por el presidente. Se investigará el tema y habrá al menos una respuesta clarificadora. Este debe ser uno de los tests democráticos del nuevo Gobierno. Los anteriores ocultaron siempre el problema bajo fórmulas de ajustes de cuentas entre grupos rivales, muertos en enfrentamientos con la policía o simplemente huidos.

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No es fácil para un sistema que se pregona democrático reconocer en su pasado una de las prácticas más abominables de las dictaduras militares del Cono Sur. Miguel de la Madrid ha empezado, al menos, por decir que a menudo la policía es factor de inseguridad. Esto ya es algo frente a la autocomplacencia de sus predecesores.

En esto, como en otras decisiones tomadas durante sus primeros días de mandato, Miguel de la Madrid se está revelando como un político pragmático, que no le tema a la realidad. El tiempo dirá si este equilibrio inicial no se enturbia con el poder casi absoluto que la presidencia otorga en México.

Hasta ahora ha puesto especial acento en que la ley obliga a todos y no sólo a los gobernados. En este principio se basa su programa contra la corrupción. Quienes creyeron que esta sería una de tantas promesas que se lleva el viento empiezan a sentirse incómodos en sus poltronas.

Lo que no se explican muchos es cómo bajo esta bandera de honestidad pública ha podido meter en su Gabinete, como secretario de Trabajo, a Argenio Farell, un hombre de oscura trayectoria económica al frente de la seguridad social. El columnista de Excelsior Manuel Buendía acaba de airear algunos de sus. turbios manejos económicos.

Hechos de este tipo hacen rece lar al mexicano de a pie, histórica mente escamado con sus políticos que este vendaval pueda deshacer se luego de sus primeros ímpetus Ya ocurrió en el sexenio anterior, y desde los periódicos le recuerdar hoy a López Portillo ("me voy cor las manos limpias de sangre y de dinero", dijo) los 4.000 millones de pesos que costó al Tesoro público su palacio fortaleza junto a la autopista de Toluca, donde piensa dejarse crecer la barba y dedicarse a pintar y a escribir.

Otros datos avalan, sin embargo, la credibilidad del programa anticorrupción: nunca se instrumentó una legislación tan severa en la materia y, con la excepción ya citada, no hay por ahora cargos de mayor cuantía contra los restantes miembros del Gabinete.

Razones de índole económica obligan además a actuar con rigor. Se acaba de decir al mexicano que se encuentra ante la mayor crisis de su historia desde la gran depresión, y que todos, sin excepciones, deberán sacrificarse para superarla. La moderción salarial, los nuevos impuestos y las subidas generalizadas de precios son incompatibles con el derroche disparatado y la apropiación indebida de fondos públicos.

El presidente mexicano ha dicho que no consentirá que la nación se le deshaga entre las manos. Con una estrategia económica de corte ortodoxo como la que ha diseñado, de elevado coste social, no tiene otro argumento para evitar el estallido popular que el ejemplo de una Administración honesta.

Aun con eso no será fácil restablecer la fe tras la política de despropósitos del último año, que, como gran boutade final, parió en su última semana un reglamento de publicaciones y objetos obscenos que nos retrotrae a la Inquísición. Los libros de arte con desnudos debían ser envueltos en plásticos. Todo lo que fomentase el fanatismo y el fetichismo o atentase contra la moral pública, la familia y la actitud favorable al trabajo podía ser arrojado a las llamas. Miguel de la Madrid, un puritano en su vida privada, acaba de derogar el decreto. El dorado ángel de la independencia podrá seguir exhibiendo sus pechos en el centro de la ciudad.

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