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La vocación del Opus Dei

Hay dos aspectos que destacan de manera especial en el medio siglo de existencia del Opus Dei. Uno es fundamentalmente temporal. El otro es esencialmente religioso. El primero no es ajeno a la trayectoria general de todas las religiones y, desde luego, está plenamente incorporado al quehacer secular de la Iglesia. Se resume en la vocación de intervenir en los asuntos civiles, en el gobierno de la sociedad, lo cual, en el caso del Opus Dei, se ha producido con una relevancia tenaz. El segundo, aun poseyendo una motivación netamente religiosa, se ha configurado también, en el ámbito de los intereses del Estado. Esto es lo que hace, a mi juicio, que esta institución secular tenga un carácter peculiar dentro del catolicismo. Y no tanto por la condición laica de sus miembros, como por la índole laica de su filosofía.En efecto, la cualidad mundana de los socios del Opus Dei se rebela clarificadoramente, ya que, por su intermedio, se puede participar como miembro de la institución. De hecho, es entre los profesionales laicos entre quienes se recluta la militancia. Esto es muy llamativo en el catolicismo que, históricamente, ha establecido una rígida diferenciación entre sacerdotes y fieles, en base a la profesionalización religiosa de los primeros. En el caso de las órdenes, por ejemplo, resulta difícil explicar que la actividad laica predisponga la adscripción de un católico a una orden concreta. El sacerdote o el fraile pertenecen a la Iglesia, antes que nada, por su condición religiosa, a la que, secundariamente pueden añadir una profesión civil. No así el socio del Opus Dei, en el que la profesión parece condicionar, en algún modo, su vida religiosa. Esta interpretación de lo religioso es una influencia del protestantismo. El asceta protestante originario se proyectaba en el mundo -era intramundano-, y se salvaba desempeñando con probidad su profesión, siempre y cuando tuviera, lógicamente, una actividad religiosa propia. Lo religioso-mundado se unía, pues, según las tesis weberianas, en un culto al trabajo y a la ganancia, para impulsar la creación del ca-

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Luis Saavedra es profesor de Sociología en la Universidad Complutense.

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La vocación del Opus Dei

Viene de la página 11

pitalismo. En el catolicismo, sin embargo, sucede todo lo contrario. El mensaje más depurado de la espiritualidad católica invita a elevarse por encima del mundo. El religioso católico, por excelencia, se recluía en un convento para huir de la tentación mundanal. Y el movimiento que más ha sublimado la virtuosidad católica, el misticismo -del que tan grandes y admirables ejemplos hay en España- se apoyaba en el alejamiento del mundo material y en la concentración en lo espiritual-religioso. La figura venerable del anacoreta, contemplativo e inane, tiene una dimensión mucho más próxima al catolicismo que al protestantismo.

Todas estas divagaciones nos llevan a preguntarnos si los trece seglares que Escrivá eligió para fundar el Opus Dei en 1928 conocían los escritos weberianos sobre sociología de la religión, y si el dominio de la literatura científica de la época sobre la relación entre capitalismo y protestantismo fue decisivo a la hora de fundar esta institución laica, que bien pudiera ser considerada como la primera secta protestante del catolicismo. Porque el Opus Dei incorpora al pensamiento católico una doctrina elaborada sobre la bondad ética del capitalismo con similares argumentos a los que inspiraron a los puritanos del siglo XVI a defender la moral del lucro capitalista. Pero el caso es que esta moral se opone a la tradición católica, mucho más cercana a posiciones igualitarias y a sentimientos caritativos, bien distintos de la preocupación social del Opus Dei, que mira, sobre todo, a la captación de las elites desdeñando cualquier clase de igualitarismo. Nada tan lejos de la humildad teresiana o de la pobreza franciscana como esa ignorancia deliberada de los humildes que transpiran las páginas de Camino, o ese culto a las minorias poderosas de que hace gala Escrivá. La pureza católica se concentra en otras preocupaciones, y su doctrina nunca ha desmentido la enseñanza evangélica que se desprende de la parábola: "Es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos".

Evidentemente, los católicos, y la Iglesia a la cabeza, y hasta podría decirse que de una forma ejemplar, por lo provechosa, han practicado el negocio capitalista, pero, no es desatinado afirmar que lo han hecho en contra de algunos de sus más imperativos preceptos, con una sensación de remordimiento íntimo, y de aparente desgana. Es bien notorio el desdén formal con que la Iglesia se refiere a cuanto se relaciona con el dinero, así como el velo misterioso y la hipocresía social con que trata de encubrir los asuntos crematísticos, como impropios de su ministerio. Muy distinto es lo que ocurre en el protestantismo que, en general no pone impedimentos entre su doctrina religiosa y sus prácticas económicas. Y esto es, precisamente, lo que el Opus Dei ha hecho: adaptar su conciencia católica a la práctica especulativa del negocio económico.

Por ello, no fue una casualidad que miembros relevantes de esta institución tuvieran un protagonismo muy destacado en el diseño y la gestión de los planes de desarrollo de la última etapa del franquismo. En realidad, era la primera vez que el catolicismo se comprometía abiertamente con la filosofía capitalista por medio de un conjunto muy selecto de sus fieles que, naturalmente, no tuvieron que hacer esfuerzo alguno por sentirse en su elemento. Esta intervención en la economía le dio un tono renovador y desarrollista a la sociedad española, a la par que acentuó la connivencia entre el Opus Dei y el franquismo. Y de esta concomitancia surge una derivación que hay que tener muy presente, porque la vocación económica de esta institución se ha desplegado siempre al amparo de un tutelaje autoritario, de claro contenido antipopular. El Opus ha clamado desde su creación por un soporte social fuertemente jerarquizado y acrítico, en el que la vana alabanza sustituyera al juicio ponderado, y la obediencia adocenada impidiera el ejercicio de la libre voluntad. "No hagas crítica; cuando no puedas alabar, cállate"; "¿Quién eres tú para juzgar el acierto de tu superior?"; "Jerarquía: cada pieza en su lugar", son máximas de Camino, que encajaban a la perfección en el sórdido encuadre del franquismo.

La implicación cómplice de la Obra de Escrivá en la dictadura, desde los primeros momentos, en defensa de una sociedad su misa y muda delata su esencia inmovilista y reaccionaria. Por algo los inicios apostólicos de don Josemaría estaban fuertemente tentados por una admiración carismática hacia el caudillaje. En el vademécum que escribió son innumerables las veces que el fundador invoca la figura del caudillo, con una jactancia clasista, no muy sutil: "¿¡Tú del montón!? ¡Si has nacido para caudillo!"; "¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo". Esta admiración no debió ser ajena al ascenso del fascismo en Europa, ni a los vientos que corrían entre la ultraderecha española que, años después, impondría por la fuerza de las armas el régimen en el que el Opus Dei alcanzó una expansión impensable. Escrivá debió conocer bien las corrientes ideológicas de su tiempo, a juzgar por la clara y maniquea distinción que hacía entre derechas e izquierdas: "No tengas enemigos. Ten solamente amigos: amigos de la derecha, si te hicieron o quisieron hacerte bien; y de la izquierda, si te han perjudicado o intentan perjudicarte".

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