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Reportaje:

El maestro y su magia

Director vitalicio de la Filarmónica de Berlín, a los 74 años Herbert Von Karajan es el director de orquesta más importante del mundo

Como de costumbre, el maestro llega tarde al ensayo. Sobre el es cenario los componentes de la Filarmónica de Berlín han acabado de afinar sus instrumentos y se agitan nerviosos en completo silencio. ¡Zas! En el rincón más alejado del Festpielhaus de Salzburgo se abre de golpe una puerta de doble hoja, y la orquesta, como un solo hombre, se pone firme. Entra Herbert von Karajan. Va rodeado de un enjambre de ejecutivos de las casas discográficas, organizadores del festival, suplicantes varios y un guardaespaldas privado. Según camina, cojeando visiblemente, como consecuencia de una caída del podio en 1978, sus fríos ojos azules recorren con una mirada crítica toda la sala. ¿Hay algún espectador que no tenga autorización? ¡Fuera!Von Karajan es director vitalicio de la Filarmónica de Berlín, cargo que heredó del legendario, Wilhelm Furtwängier. Es el emperador de Salzburgo, el encantador centro barroco, escenario del famoso festival de música europeo y, no incidentalmente, su lugar de nacimiento y el de Mozart. En la década de los cincuenta dirigió también la Opera Nacional de Vie na, la Filarmónica de Londres y fue uno de los principales directo res de la Scala. Hay más directo res de orquesta de gran celebridad en Europa, entre ellos, Carlo María Giulini, Carlos Kleiber y Bernstein. Pero ninguno iguala a Von Karajan. "Es un nombre que todo el mundo conoce", dice la soprano Leontyne Price, a quien Von Karajan introdujo en Europa en los años cincuenta. "Es el amo, casi un rey".

Von Karajan no es menos respetado en Estados Unidos, en donde los melámanos estudian sus interpretaciones de manera tan meticulosa como las de cualquier director de orquesta de su país. Es seguramente el artista clásico que más discos ha vendido, habiendo grabado más, de 280 obras principales. (Su más reciente ciclo de Beethoven, con la Filarmónica de 'Berlín, en la Deutsche Grammophor, ha vendido hasta el momento más de seis millones de discos y cassettes en todo el mundo). Dirige poca música moderna. Pero cuando grabó un álbum de cuatro discos, para Deutsche Grammophor, de la Segunda Escuela de Viena, Schoenberg, Berg y Webern, se vendió tan bien, recuerda Von Karajan, que la compañía discográfica estaba sorprendidísima.

La célebre precisión del estilo de Vón Karajan ha tenido una repercusión duradera sobre toda una generación de directores. "Su nivel es increiblemente alto", dice Seiji Ozawa, que estudió dirección de orquestacon Von Karajan en Berlín, en 1960. Sobre la estatura de Von Karajan sólo queda una duda en el aire: ¿Es tan bueno como lo fueron Toscanini y Furtwängler? ¿Ha contribuido algún aspecto original a la interpretación musical? Hay mucha gente que afirma que sí. Pero hay otros, sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra, que han tachado su estilo de dirigir, de frío, desprovisto de humor y carente de espontaneidad.

Herbert el Terrible

El hecho de que Von Karajan posea un ego que iguala sus logros no es nada sorprendente; los directores de orquesta, en general, hacen palidecer a los astros del cine. Su carrera profesional ha sido una larga sucesión de amargas riñas y salidas histriónicas. Es famoso por su arrogancia y volubilidad. Si algo sale mal en un ensayo, sus enfados pueden ser terribles: los ojos se le ponen de un gris tenebroso, se le desencaja la mandíbula y arroja un torrente de vituperios en alemán. Trata a sus músicos como alumnos, algo que no les hace ninguna gracia a éstos, y al resto del mundo como si fueran sus criados.

Si a Von Karajan se le ha acusado ya hace tienipo de frío, se le ha acusado igualmente de ser despiadadamente ambicioso, acusación que ya se le hizo en la segunda guerra mundial, cuando permaneció en la Alemania nazi promoviendo su carrera profesional. No parece que le afecten tales ataques. Sigue haciendo más y más música y más y más dinero cada vez. Reparte su tiempo entre cuatro lujosas viviendas, en St. Tropez y St. Moritz, además de Salzburgo y Viena. Tiene una cadena de coches preparados y un modernísimo yate de competición de veinte metros. Pilota su propio avión a reacción, un Falcon 10. El y su tertera esposa, Eliette, una preciosa ex modelo, se hacen transportar de un concierto a otro en un Mercedes con chófer.

Así uno está ya preparado para que Von Karajan en persona sea Herbert el Terrible. Y no lo es. El otro lado de la moneda es un hombre extrañamente tranquilo, cuya timidez le hace aparecer más distante de lo que es en realidad. Durante una conversación mantiene la mirada baja y no le resulta fácil mirar a la cara a su entrevistador. Parece sentirse auténticamente incómodo con la fama: "Odio que la gente me mire fijamente", dice. Va a pocas fiestas. Antes de que hayan cesado los aplausos, después de un concierto, ya está en el coche camino de casa. Este Von Karajan saca tiempo para sus amigos. "Hay tanta gente que no le entiende", dice Ozawa. "Quiere mantenerse distanciado del mundo para poder disfrutar de una vida tranquila. Pero para mí es un hombre afectuoso y de trato fácil".

En gran medida, la ostentosa falta de corazón de Von Karajan es, sencillamente, en interés del arte. Siendo un disciplinado perfeccionista, no puede entender a la gente que da menos que él. "Puede que a veces sea duro, pero me exijo lo imposible a mí mísmo y a los demás", dice. "Me pongo furioso conmigo mismo cuando cometo una equivocación. Es mi forma de ser".

Más que cualquier otro director de orquesta, Von Karajan es el Jano de la música moderna, el puente entre el siglo XIX y el siglo XX. Se crióen Austria, empapado en las tradiciones clásicas y románticas. Era.un mundo en el que "Beethoven y Brahms eran dioses" y "Furtwängier y Bruno Walter eran sus vicarios en la tierra", tal como dijo en cierta ocasión el violinista Yéhudi Menuhin. Parecía que había una línea directa con el pasado. Era un mundo con un estilo de interpretar música profundamente alemán y con unos directores profundamente alemanes. Furtwängler, que se convirtió en director de la Füarmónica de Berlín en 1922, era el epítome de esa tradición, con sus interpretacíones sublimes y místicas. "Muchas veces tenía un efecto casi milagroso", dice Von Karajan.

Von Karajan fue también tempranamente influido por Toscanini, el primer gran positivista, a quien se debe en gran parte la formación del sonido de la música clásica modema. Toscanini insistió en unas líneas musicales perfectamente equilibradas, en tiempos regulares, en contraposición a las ensoñaciones de los poéticos alemanes, y en una total fidelidad a la partitura. En cierta ocasión, dijo de la sinfonía Heroica, de Beethoven: "Hay quien dice que es Napoleón, otros que Hitler, y otros que Mussolini. Para mí se trata simplemente de allegro con brío". Era un ídolo del joven Von Karajan. Se escondía tras el órgano durante los ensayos a puerta cerrada de Toscanini, en Salzburgo, y se iba hasta Bayreuth en bicicleta para oírle dirigir Tannhäuser.

La contribución de la tradición austrogermana a la formación de Von Karajan se refleja de manera evidente en la selección de su repertorio, sólidamente clásico y romántico, con énfasis en las grandes obras dramáticas de Bruckner, Mahler, Strauss y Wagner. De Furtwängler, Von Karajan aprendió también "a dar una gran libertad a la orquesta". Puede que sea el hombre más estático sobre el podio de todos los directores actuales. Parece dirigir a un nivel subterráneo, dando forma al fluir interior de la música con movimientos llenos de gracia y fluidos de la mano izquierda. La confianza en sus músicos y en él mismo es tan grande que dirige incluso con los ojos cerrados. "Admiro el extraordinario control de una bandada de pájaros", dice Von Karajan. "Jamás se paran a pensar si van hacia la derecha o la izquierda, simplemente se mueven. Trato de contagiarle esa misma sensación a una orquesta".

Imágenes musicales

Von Karajan es sobre todo un gran arquitecto musical. Sus interpretaciones, en especial de las dispersas obras del romanticismo tardío, tienen una fuerza y una lógica que muy pocos directores pueden igualar. Oírle en vivo es estremecedor. Sus conciertos logran una fusión de precisión y potencia que impulsa por igual a los músicos y al público. "Mantiene hipnotizada a la orquesta, tiene la habilidad de crear un estado de excitación en tensión", dice el maestro concertista berlinés Thomas Brandis. "Parece como si los músicos se jugaran la vida en ello".

Cuando Von Karajan dirige ópera, su control es total. Primero es el reparto. "Me opongo a hacer una ópera si hay que estar preguntandó quién está libre", dice Von Karajan. "Esperé durante veinticinco años para poder tener a la Salomé precisa, y no pienso hacer ahora el Anillo porque no dispongo de las voces justas". Dos o tres años antes de la fecha de representación de una ópera, repasa las ideas de la puesta en escena con Günther Schneider-Siemssen, su dotado diseñador. "Von Karajan tiene en la cabeza todas las imágenes que surgen de la música", dice Schneider-Siemssen. "Me describe todas las escenas y yo empiezo a trabajar". De tres a seis meses antes del comienzo de los ensayos, Von Karajan hace una grabación con los cantantes elegidos y les envía a cada uno una cassette para que la estudien.

Luego viene el duro trabajo del último mes, siete días a la semana. Von Karajan supervisa hasta el mínimo detalle. "Recuerdo que cuando estábamos ensayando El caballero de la rosa me dijo: "Por favor, levanta los ojos mucho más despacio, tarda dos segundos en lugar de medio", dice la soprano Elisabeth Schwarzkopf. Von Karajan insiste de manera rigurosa en una forma natural de actuar: "No aguanto que los cantantes me miren. Hay que enseñarles a cantar con el ritmo exacto, sólo a partir de ese momento pueden empezar a actuar".

A pesar de lo terrible de la experiencia, la mayoría de los cantantes se mueren por trabajar con él. "Hay directores a los que en realidad no les gusta la voz humana", dice Leontyne Price. "A él sí. Con él no se está nunca nerviosa porque se tiene la sensación de que no puede salir nada mal".

El primer recital

Von Karaján nació en Salzburgo, en el seno de una familia culta. Su padre era cirujano y clarinetista aficionado. No fue, tal como lo recuerda Von Karajan, una infancia muy feliz. Sus padres estaban bastante distanciados y "así como indecisos", en palabras de Von Karajan. "Nadie se ocupaba jamás de nada. Por eso es por lo que ahora, tal como dijo mi hermano Wolfgang en una entrevista: "Herbert tiene que tener siempre algo que dominar". Su primera competición fue con su hermano, año y medio mayor que él. "Mi hermano tenía clases de piano, y yo también quería. Pero me dijeron que todavía no tenía edad. Así que me escondía detrás de las cortinas antes de que llegara el profesor. En tres meses", sonríe alegremente, "le había pasado sin haber tenido ni una sola clase, y a los cuatro años di mi primer recital".

A los dieciocho años, Von Karajan se fue a estudiar a Viena. Se matriculó en un curso de una politécnica, pero al cabo de año y medio se pasó a música. "Vi que no podía vivir sin la música", dice.

A los veinte años alquiló la Mozarteum, de Salzburgo, y dirigió su pnmer concierto profesional. Entre el público se encontraba el íntendente del teatro del Estado de Ulm, y le ofreció trabajo. No era ni mucho menos un puesto de primera clase: sólo tenía veinte músicos fijos, y los ensayos se hacían en un restaurante. Pero Von Karajan trabajaba catorce horas al día. "Desde que tenía diecisiete años estaba viendo hijos de padres ricos que tenían coches y chicas. Pero me dije a mí mismo que eso no era para mí. Que tenía que seguir callado y aprendiendo. Que debería intentar ser rico, pero que si quería tener dinero, tenía que ser un maestro de mi profesión".

Von Karajan se marchó de Ulm en 1934, y fue nombrado director musical del teatro de la Opera de Aquisgrán. Eso suponía afiliarse al Partido Nazi, pero, como dijo Von Karajan en cierta ocasión, hubiera hecho lo que hiciese falta para conseguír ese trabajo. Su carrera pegó un giro positivo. En 1938 dirigió un Fidelio y un Tristán e Isolda de gran éxito en la Opera de Berlín.

Von Karajan se muestra, comprensiblemente, reticente a hablar de esa época. En muchos sentidos, su decisión de hacerles el juego a los nazis se asemeja a la vieja historia de la coexistencia de una miopía moral con el gran arte, y la gran ambición. En la década de los treinta, Von Karajan no era todavía muy conocido. A diferencia de otros directores de orquesta más famosos, no hubiera podido encontrar una carrera profesional en ese momento fuera de Alemania. Y, además, el éxodo de directores de gran categoría suponía que podía hacer música con los mejores músicos de Alemania. Frente a tal tentación, Von Karajan sucumbió. Dirigió por todo el país. Los nazis le utilizaron en Berlín como una especie de palanca contra Furtwängler, que había abandonado la Opera Estatal en 1934 por las interferencias de los nazis en cuestiones artísticas.

No obstante, a Furtwängler se le devolvió posteriormente la dirección de la Opera Estatal de Berlín. Como el viejo maestro le detestaba, los días de trabajo de Von Karajan estaban contados. En 1943, Von Karajan huyó, sin autorización, a Italia. Tras la guerra pasó seis meses en Milán esperando su regreso a Austria. Se encontraba desmoralizado y sin un céntimo, pero con fuerza. "Invertí el último dinero que me quedaba en comprar libros en italiano que ya conocía bien en alemán. Cuando me marché de Italia podía llevar una discusión filosófica en italiano". Como parte del período de desnazificación tras la guerra, los aliados se negaron a dejarle dirigir en público a Von Karajan. Se retiró a las montañas del Tirol, donde se pasaba los días estudiando partituras musicales. Poco a poco consiguió volver a dirigir. Pero Furtwängler, que seguía siendo un enemigo implacable, se interponía en su camino. Mientras vivió Furtwängler, Von Karajan fue considerado persona non grata en la Filarmónica de Berlín, en la Filarmónica de Viena y en Salzburgo. Furtwängler murió en 1954. Von Karajan, que se hallaba en Italia en aquella época, recibió un telegrama anónimo que decía: "Le roi est mort; vive le roi" (El rey ha muerto; viva el rey). Empezaron a llover las ofertas.

Peligrosa Viena

El nombramiento vitalicio de Von Karajan con la Filarmónica de Berlín le convirtió de un buen director, en un director extraordinario. "Les dije: os entregaré todo, pero no podéis echarme al cabo de cuatro años".

El nombramiento de Von Karajan como director de la Orquesta de la Opera de Viena fue la coronación de su fama. Para los austriacos y los alemanes, Viena ha sido siempre el centro de la cultura musical europea. Gustav Mahler y Richard Strauss fueron los dos directores de la Opera. "Había pasado cientos de noches en el gallinero", recuerda Von Karajan. "Y de repente... me convertí en su director.

Pero Viena ha sido también siempre el puesto más arriesgado de Europa, debido a que la ópera ha sido siempre un asunto de vida o muerte para esa ciudad. "Hay un millón de vieneses que creen que la pueden dirigir mejor que tú", dice Von Karajan. Ocho años más tarde dimitió de su cargo. "Quería perfeccionar las representaciones todas las noches. Tardé en darme cuenta que eso es simplemente imposible en un teatro de repertorio".

Entre las muchas anécdotas del despótico reino de Von Karajan en Viena se encuentra una sobre una representación memorable del Fidelio, de Beethoven. En el punto en que FIorestán pregunta: "¿Quién está a cargo de esta prisión?", salió una voz de entre el público: "Von Karajan".

Actualmente, nada da la sensación de que Von Karajan esté perdiendo ímpetu. Se levanta todas las mañanas a las seis, y hace una hora de preparación física, seguida de, aproximadamente, una hora de yoga: "El yoga es casi esencial para dirigir una orquesta, porque te enseña a estar al mismo tiempo dentro y fuera de ti mismo". El resto del día Io pasa envuelto en una bruma de ensayos, reuniones y sesiones de preparación de proyectos futuros.

Sin embargo, incluso cuando está de vacaciones, Von Karajan jamás se detiene. "Durante la guerra tuve qite esperar por todo", dice. "Juré que más adelante no perdería ni un solo segundo". En los deportes es tan furiosamente impulsivo como en todo lo demás. No se limita a navegar. Participa en competiciones con su balandro, Helisara (combinación de los nombres Herbert, Eliette y los de sus hijas, Isabel, de veintidós años, y Arabel, de dieciocho), con total dedicación; su tripulación, formada por veintitrés miembros, incluye al estratega que ganó la copa de Estados Unidos con el equipo de Ted Turner. Von Karajan tuvo que dejar eI esquí de velocidad a causa de su artritis, pero continúa practicando el esquí de fondo.

Inevitablemente, Von Karajan da ahora la impresión de estar librando una, carrera con el tiempo. En 1975 superó una operación de nueve horas por un problema de un disco dorsal; ya había empezado a sentir la parálisis antes de que le llevaran al hospital con toda urgencia. "Sé que mi vida se habrá acabado en cuestión de años", dice. "No temo a la muerte. Naturalmente, creo en la reencarnación. Hay una frase de Goethe que dice, más o menos, así: 'Si tengo en mi mente demasiado para que mi cuerpo pueda expresarlo, entonces la naturaleza tiene que darme un nuevo cuerpo'".

Cuando la era Von Karajan llegue a su final, el mundo habrá perdido algo más que un extraordinario director de orquesta. En muchos sentidos es el último hombre renacentista de la música. Nacido a finales del gran florecimiento de la cultura cIásica alemana, se crió empapado de poesía y filosofía. De ese entomo, y de la búsqueda de la autoperfección de Goethe, proviene la voraz cultura de Von Karajan, su interés por todas las cuestiones, desde lingüística y psicología a la última tecnología de grabación. Es, incluso, promotor de investigaciones científicas sobre la naturaleza de la música.

Además, seguramente ha hecho más por impulsar carreras de directores prometedores que ningún otro director. Tiene una fundación que convoca unos concursos para directores y orquestas jóvenes.

Si, al final, hay una sola imagen de Von Karajan que retenga la muerte, es la que él mismo sugirió, bromeando, cuando le preguntaron por la reencarnación: "No me importa regresar en forma de halcón". Una imagen tan romántica puede parecer un poco exagerada. Y, sin embargo, encaja a la perfección. Sobre Von Karajan, en su vida diaria, hay algo del halcón en cadenado: parece rabiosamente controlado, alejado, casi atrapado. Pero también se percibe un descarado anhelo de los espacios abiertos, una pasión, como él dice, por "las montañas y el mar". Para Von Karajan, tras el agotador trabajo de preparación, la música es una oporitunidad de escapar, de volar, de ascender por los cielos.

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