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Entrevista:

"El artista no debe tener prisa"

Sobre el método de, trabajo de Giulini, bastará decir que una traducción inglesa del libreto de Arrigo Boito para Falstaff fue repartida a los miembros de la orquesta antes de empezar los primeros ensayos. "Es indispensable que los instrumentistas sepan lo que se está cantando en la escena". En una pausa, salta con agilidad -68 años cumplidos el 9 de mayo- al patio de butacas, y conversa durante unos instantes con su esposa Marcella, que ha superado en los pasamos meses una gravísima enfermedad. Después comienza nuestra conversación.Pregunta. En 1968, durante la visita de la Opera de Roma a Washington, dirigió usted por última vez una compañía lírica. En estos últimos catorce años se ha concentrado en el repertorio sinfónico de manera sistemática. ¿Cuál es el balance de estos lustros sin ópera?

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Respuesta. Yo creo que no hay apenas diferencia, porque, en última instancia, siempre hablamos de música. La música siempre es unívoca, ya sea operística, sinfónica o camerística. El problema que la ópera plantea -y que no se da en la sala de conciertos- es el de suscitar una concentración y un trabajo en común..., aunque esto también se da en un concierto coral, por ejemplo. Pero en la ópera se precisa, además, que los cantantes estén disponibles para todos los ensayos, porque han de mantener previamente un estrecho contacto con el director de escena y, naturalmente, con el director musical.

P. Sin embargo, usted ha permitido que durante las representaciones de Falstaff de los principales intérpretes, Katia Ricciarelli y Leo Nuzzi, compaginaran este trabajo con otras actuaciones y grabaciones discográficas.

R. No, perdón, pero yo no lo he permitido. Ocurre que en el caso de estos dos solistas había unos contratos anteriores, de los que en su momento no se tuvo referencia suficiente. Estas son las situaciones que crean conflictividad en la ópera. Katia Ricciarelli y Leo Nuzzi ya tenían contratos firmados para cantar, en estas mismas fechas, La traviata, en un teatro de Suiza. Así que yo me he visto obligado, con los papeles en la mano, a aceptar sus desplazamientos. Por esto, yo, que ya sentía cierta reticencia a interpretar Falstaff en el Covent Garden, he visto confirmados mis antiguos temores. En fin, aquí había un importante compromiso entre Los Angeles y el Covent Garden, y se ha tratado de conciliar todo de la mejor manera posible. Pero yo me siento más satisfecho de los resultados de trabajo obtenidos en Los Angeles, donde interpretamos y grabamos la pieza con el mismo reparto. En América no hubo problemas: durante 40 días se ensayó y se preparó la representación con todo cuidado, y, luego, entre cada función, nadie se movió de Los Angeles. Para mí esto representa el ideal.

P. Quizá, en relación con otros Falstaffs del pasado, se pueda hablar de un personaje más noble de lo normal.

R. Pero yo no creo que Falstaff sea, en absoluto, noble. Se trata de un personaje muy complejo, de múltiples caras, de fisonomía siempre distinta. Pero yo no le consideraría noble. Piense en la primera escena: Falstaff demuestra un cinismo increíble, una total falta de comprensión humana ante el engañado doctor Caius. Y luego está su grotesca filosofía sobre el honor. A lo largo de la obra le vemos actuar como un cínico, como un egoísta, un descomunal soberbio pagado de sí mismo. Claro, se dice que se trata de un personaje bufo, pero no creo que eso responda a la verdad, por lo menos a la verdad latente en Shakespeare y en Verdi., Las situaciones que Falstaff vive son bufas, cómicas, pero él, como ente, no es nada bufo, muy al contrario, es un personaje potencialmente trágico, un viejo egoísta -cuyo signo distintivo es -para mí la ausencia de bondad- que insiste en hacer girar el mundo en tomo a él. Recuerde el comienzo del acto III, su monólogo después de haber sido humifiado y arrojado al Támesis: habla de los otros, del mundo en general, pero con el más absoluto desprecio, con la convicción de que, después de él, ningún hombre merece simpatía o compasión. Esas famosas palabras, "Reo mondo, mondo ladro, mondo rubaldo", no significan un arrepentimiento, una tristeza, sino un último acto de repulsa. Falstaff no asimila la propia derrota, al contrario: el mundo, según dice, es una plaga que no caído sobre los pobres humanos.

P. Volviendo a su actividad en las salas de conciertos, muchas personas no dejan de sorprenderse ante su vinculación, casi de tiempo completo, con la Filarmónica de Los Angeles, una orquesta que no está entre las primeras del mundo en estos momentos.

(Es este el único momento de la conversación en que el tono de voz de Giulini se altera ligeramente, para proclamar una ardiente defensa de la calidad de su actual agrupación).

R. Me permitirá que no esté de acuerdo con esa apreciación. Hoy la Orquesta de Los Angeles es una de las primerísimas del mundo. No sé si ha escuchado recientemente a la orquesta, pero en la reciente gira por el Japón los críticos se han expresado con tremendo entusiasmo. Confío en que nuestra próxima gira europea termine de confirmar esta impresión. Yo no sé cuánto tiempo durará el matrimonio Giulini-Los Angeles, pero sí puedo decirle, con plena objetividad, que la orquesta está a nivel mundial.

P. Usted ha sido un mahleriano tardío, pero sin duda el más sobresaliente de los últimos años. Hasta hace poco sólo interpretaba las Sinfonías primera y Novena de Mahler, que según usted dijera en 1976, representan el triunfo del hombre y el triunfo del espíritu del hombre, respectivamente.

R. Sí, efectivamente. Pero es que no me gusta avalanzarme sobre las obras, prefiero dejar pasar el tiempo hasta tener la convicción de que he llegado a entender una música determinada. Ahora estoy interpretando también La canción de la tierra, en el caso de Mahler, con grabación de la obra, y también voy a hacer para el disco todos los ciclos de canciones. Quizá en un año o dos aborde dos de las Sinfonías intermedias. Algo parecido ocurre con Bruckner: sólo ahora, este verano, en los Pronis de Londres, me he decidido a interpretar la Séptima sinfonía, pues hasta ahora sólo tocaba la Segunda, la Octava y la Novena. El artista, tal como yo lo veo, ha de madurar, no puede tener prisa. Lo mismo se puede aplicar a los discos: no tengo prisa por grabar discos, por producir consumo. A los ejecutivos de la Deutsche Granimophon, especialmente a Ganther Breest, que fue quien me llevó a esta firma, se lo he dicho muy claramente: por favor, déjenme ir despacio, no se crean obligados a editar grabaciones mías, hagamos sólo aquello que entendemos está justificado por motivos artísticos y por mi necesidad de dar una mayor difusión a un trabajo propio. Lo demás, la comercialización, las ventas, el star-system, no me interesa, no sirvo para eso.P. Ha citado usted los Proms, los Promenade Concerts de Londres. ¿Cómo se siente cuando ve a todas esas personas, muchas muy jóvenes, escuchando la música de pie, participando tan activamente en el concierto?

R. Se sienten muchas cosas. Le diría que hay una respuesta fundamental, y es la de la esperanza. La música, el arte, permiten dear en libertad a la fantasía, nos conceden el viejo sueño del hombre de la imaginación sin fronteras. Creo que los más jóvenes han terminado por prescindir de muchas cosas de nuestro tiempo, como la televisión o incluso el cine -todas esas ilusiones que se perciben a través de los ejos-, también los automóviles o las motos, porque su contexto no sale del mero materialismo, porque no aportan un resultado de verdadero carácter humano. Todas las grandes conquistas técnicas de los últimos años tienen un cierto estigma de esterilidad. Un coche, el mejor coche del mundo: muy bien, ahí está, ¿y qué más? ¿Qué me resuelve un coche en el plano de la comunicación humana? ¿Qué me dice de mí mismo, de los otros? Me temo que nada. La música, como otras actividades del hombre, empieza a hablar de nuevo a la humanidad, y no sólo como un hecho intelectual, o simplemente epidérmico, de mera sonoridad, sino como un hecho de comunicación: a través de un hombre, de un creador, yo oigo la resonancia de mi propia voz interior, cualquiera puede oírle si presta atención. Y este extraño arte, que se expresa a través de sonidos y no de palabras -aunque a veces las incorpore-, posee una vitalidad universal, es accesible a todos los hombres. Hoy, más que nunca, entiendo que la humanidad necesita angustiosamente de esa realidad misteriosa que devuelve la libertad a su fantasía.

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