_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El nuevo pacto de acero

La política produce, en ocasiones, extraños compañeros de cama, como es el caso del presidente electo de Líbano, Bechir Gemayel, y el primer ministro de Israel, Menájem Beguin.El primero es hijo de Pierre Gemayel, fundador y líder del partido falangista libanés, cuyo nombre evoca de forma totalmente deliberada la formación política que presidió José Antonio Primo de Rivera, y que fue fundado en 1936 como homenaje a la Alemania de Adolf Hitler, a la que rindió visita aquel año de la olimpiada el entonces debutante político libanés.

El segundo es un judío de la diáspora, un hombre del gueto polaco, que pudo salir de una patria que no le contemplaba con demasiado cariño, antes de que las cañas se volvieran lanzas. Beguin combatió entonces contra el terror nazi, para seguir luchando en su nueva tierra, Palestina, contra todos los que se oponían, musulmanes o cristianos, al sueño de la independencia israelí.

La historia, sin embargo, se mueve a veces en ondas elípticas que acaban por reconciliar a los extremos. Y así, el curso de la vida subsiguiente de Beguin y de Gemayel, fue adquiriendo una necesaria simetría.

Beguin ha sido durante la mayor parte de su existencia un marginado; un radical aparentemente condenado a moverse en los confines de la extrema derecha casi innombrable, hasta que un reciente corrimiento electoral le diera una mayoría democrática para hacer realidad el sueño del guerrillero: la conquista de las nuevas fronteras exteriores de su país.

Lo mismo habría que decir de Gemayel. La delicada arquitectura de Líbano estaba basada en un acuerdo establecido en 1943, por el que el presidente de la nación tenía que ser un cristiano maronita, en atención al porcentaje de población que entonces profesaba esta confesión religiosa. Pero no cualquier maronita, sino sólo uno sólidamente aceptable para el resto de las comunidades religiosas establecidas en Líbano. Por el contrario, los Gemayel representan todo lo que es contrario a ese modo de vivir; todo lo que es pugna en favor del hegemonismo de la parte sobre el conjunto, del sectarismo sobre el consenso.

Bechir Gemayel es el Beguin de Líbano en la medida en que ambos son no sólo dos señores de la guerra, sino, que, además, representan una especie de revancha del piel roja sobre el rostro pálido.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Por eso hay que ver al nuevo presidente libanés como un quisling de sí mismo; no tanto aquél que representa a los intereses de Israel como aquel cuyos intereses se identifican sustancialmente con los de Beguin, como creyeron identificarse un día los de Hitler y Mussolini con la ratificación del infausto pacto de acero.

Importante coincidencia de intereses y hasta de perfiles biográficos entre quienes se distinguieron un día por combatir: el israelí al terror nazi, y por rendir: el libanés, el homenaje turbulento de una vida al lejano fascismo de los años treinta.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_