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Reportaje:Las huellas de la ocupación argentina en las Malvinas /1

Los malvinenses, apenas recuperados del susto, tratan de comprender lo que ocurrió en la guerra

Andrés Ortega

Las informaciones que siguen se basan en declaraciones de los malvinenses -algunos hablan y muchos entienden el castellano-, aún aturdidos p,or lo ocurrido. En las Malvinas, el rumor es el rey. Lo ocurrido con A.rgentina es difícil de establecer. Hay contradícciones en las declaraciones, que no por ello son falsas. En esta pequeña ciudad, más bien pueblo, durante la ocupación argentina, los habitantes de un.a punta no podían comunicarse con los del otro extremo. A las cuatro de la tarde sonaba a diario el toque de queda.Los 1.800 mallvinenses son gente pacífica; sólo necesitan dos policías. En muy pocos casos habían visto antes del 2 de abril, fecha de la invasión, fusiles o armamentos más grandes. El susto fue grandioso. También la desproporción y la exageración de los medios argentinos: 10.000 soldados contra 76 marines y una población reducida.

La desproporción creció en los días posteriores. Los argentinos trajeron a las islas, días después de la invasión, once grandes vehículos de transporte acorazado de tropas, que pasearon por la ciudad, destrozanilo los caminos, para volver a embarcarlos hacia Argentina tres días después. 'Podo este despliegue, incluida la vigílancia en los tejados y los vuelos de lo helicópteros, tuvo para los isleun sólo significado: intimidación. A algunos liabítantes, segun aseguraron, les encañonaron.

Pequeña deportación

A unos quince malvinenses de Puerto Stanley les deportaron a la bahía del Zorro, en la otra isla. Los argentinos fueron directamente por quienes tenían algún cargo civil o militar. lino de ellos es Stuart Wallace, miembro del consejo local, que pertenecía al ejército terrítoríal (voluntarios) de las Malvinas. Wallace aseguró que los argentinos disponían al llegar de un informe sobre casi todos los habitantes de las islas. Les habían estado espiando.

Los argentínos llevaron a caboregistros en las casas en busca de armas, máquinas fotográficas y.ra diotransmisores (un equipo común en unas islas donde la comunicación es dificil). Pero los argentinos se afanaron en estas pesquisas. De Comodoro Rivadavia llegaron instrucciones de seguir buscando transmisiones piratas. Este enviado especial encontró un télex en el basurero municipal. Sólo en algunas aldeas aisladas pudieron conservar estos aparatos para casos de urgencia médica. Robin Pitaluga, según su cuiíado Desmond King, propietario del único hotel -el Upland Goose-, estaba en su granja de San Salvador, al norte de la Malvina oriental., cuando captó el 2 de mayo -seis semanas antes del final de la guerra- un mensaje del portaviones Hermes, en el que el viceal rnirante Woodward pedía a los ar gentinos que se rindieran. Pitaluga fue a contárselo a los argentinos. Su arresto y traslado a Puerto Stanley fue inmediato. Se le interrogó y se le dejó toda una noche en una trinchera a cargo de dos soldados, cuyo único alimento era una taza de mate y unas galletas.

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Está, entre otros, el caso de Mike Butcher, contratista, que dibuja como un nifío pequeño; le acusaron de espionaje. Le interro garon, amenazándole, sin herirle, con un revólver y un hierro de soldar. Lo libéró el vicecomodoro Carlos Blumary, cabipza de la Administración civil argentina en las Malvinas. A Buteher le quitaron su Land Rover y su tractor, causando daños a su propiedad por valor de tres millones de pesetas. Espera que ahora le compense el Gobíerno británico.

Muchos de los habitantes de Puerto Stanley se marcharon al camp -a la! granjas en el campo- a esperar que pasara la tormenta. Pero ha habido casos demalvinenses en iéalas condiciones, como los 115 encerrados en una casa de Goose Green.

Algunos oficiales argentinos se instalaron en el hotel o en las casas, pagando sus alquileres. El peso argentino se mantuvo a un típo de cambio fijo: 20.000 pesos por una libra esterlina. Los salaríos de los malvinenses siguieron siendo pagados en libras. Pero en muchas de las casas los argentinos realizaron grandes destrozos, según estos testimoníos, pues cuatro semanas después de la rendición ya estaban más o menos arregladas. Paseando ahora por Puerto ,Stanley y otros lugares no se aprecian grandes daños en las fachadas de los precarios edificios, muchos de madera. Siete casas fueron arrasadas por los bombardeos británicos; una, la comisaría de policía, quedó destruida por un cohete argentino mal disparado.

Comportamiento correcto

En general, los civiles argentinos, según estos testimonios, tuvieron un comportamiento correcto. A su frente estaba el vicecomodoro Carlos Blumary, ya citado, y para el cual todo el mundo tiene buenas palabras. Conocía las Malvinas y fue traído de Alemania, donde trabajaba en la Embajada argentina, para esta ocasión. Los médicos argentinos atendieron bien a los isleños.

Los oficiales argefitinos tampoco parecieron tener un comportamiento incorrecto, aunque sí algo despectivo. No hícieron nada -salvo una mala televisiónpara ganarse las simpatías de la población local. Hubo casos extraños, como el del comandante Dowline, quien, según Desmond King, amenazó con fusílar a toda la población.

Los testimonios describen al general Mario Menéndez, gobernador militar argentino del archipiélago, como educado y correcto. Se instaló sin Rrandes lujos en la Casa de la Gobernación, áonde sólo se robó la plata. Dicho sea de paso, se encontraron muchas medicinas en su escritorio. Debía ser un hipocondriaco. Según Desmond King, en las contadas ocasiones que Menéndez se paseó por Puerto Stanley lo hizo con diez soldados alrededor, que apuntaban con sus fusiles en todas las direcciones. ¿A quién temía? .

Mala distribución de víveres

Un encargado británico de Obras Públicas pudo constatar, en la cuestión de las requisas, la tensión, rivalidad y descoordinación entre los diversos cuerpos de las fuerzas armadas. La relación entré los isleños y los militares empeoró cuando se acercó la fuerza expedicionaria británica y cuando se produjo el desembarco en San Carlos, el 21 de Mayo. Pero en el hotel Upland Goose, los oficiales se quedaban en sus habitaciones o en el salóri sin hacer nada:

Otra cuestión es la relativa a la situación de la tropa argentina, especialmente de los reclutas. Había comida para todos en cantidades ingentes (la prueba es todo lo que ha quedado). Sin embargo, algunos soldados, al parecer, pasaban hambrer. Fue una cuestión de mala distribución. Los que estaban en las colinas regresaban hambrientos; en las tríncheras de Puerto Stanley, al lado de unos soldados que sólo tenían una barra de chocolate y unas galletas para todo el día, otros tenían a diario una barbacoa de came.

La comida no les faltó a los malvinenses. John Smith invitó en algunas ocasiones a soldados argentinos a comer algo caliente en su casa. Estaba prohibido, y Menéndez había amenazado con fusilar al soldado que aceptara. Smith les vio hurgar en los gacos de basura de los malvinenses en busca de restos de pan o de carne.

Los reclutas argentínos estaban a la vez nerviosos y aburridos. Jugaban con el gatillo de sus armas y se divertían encaílonando a los isleños a través de las ventanas. No hubo, sin embargo, ningún incidente con mujeres, aunque el miedo estuvo siempre presente. Los reclutas, según diversos isleños, no hacían nada, no se entrenaban, no desfilaban. La ruptura de la disciplina fue casi total.

Sus rondas eran un peligro; así, una noche dispararon veintisiete tiros contra la casa del sacerdote católico Daniel Spraggon (dependiente del nuncio papal de Londres) y dos tiros contra el hotel; según Spraggon, tras sus protestas, los oficiales argentinos encargaron estas rondas a las tropas regulares y a los cabos.

La suciedad fue harto evidente por doquier en las alfombras, en la lana de los depósitos y en muchos otros lugares, cuentan los rrialvipenses. La defecación fue una forma de protesta. No estaba bien claro contra quién.

Esas dos últimas semanas fueron las más d uras para los habitantes de Puerto Stanley. Había soldados en todas partes y los civiles se sintieron rehenes de la batalla final en una ciudad de edificios poco robustos. Sin embargo, Blumary, según el sacerdote católico, había asegurado que no ha.bría combate en la capital.

Circuito de televisión

Los malvinenses se establecieron en algunas casas seguras. En la de John Smith, además de su familia, se instalaron en el sótano otras once personas, construyendo una barrícáda delante de las ventanas bajas para protegerse. De hecho, en las doce últimas horas de la batalla final, los británícos dispararon 6.000 obuses en Puerto Stanley y sus alrededores.

¿Qué ha quedado de la presencía argentina? Los invasores, no llevaron a cabo ninguna actividad cultural. Tan sólo instalaron un circuito de televisión con programas en vídeo de partidos de fútbol, de Tom y Jerry y de poco más. Se terminaban con una oración religiosa en la que Dios estaba de parte de los argentinos, lo que irritaba a los dos centenares de católicos de las Malvinas.

El tráfico pasó a la derecha con el nuevo régimen. Los signos sobre el asfalto han quedado borrados. Los argentinos no cambiaron las señales de tráfico en inglés.

No hay síntomas de Colaboración de la población con las filerzas de ocupación, sino de pasividad y de no resistencia. El gobernador, Rex Hunt, había pedido, antes de ser deportado, que se mantuvieran los servicios esenciales, pero el agua potable falló. Eran instalaciones calculadas para dos millares de personas, no 10.000. Hubo al final, algunos actos heroicos de los malvinenses.

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