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SEXTA CORRIDA DE LOS 'SANFERMINES'

Pablo Romero ataca

ENVIADO ESPECIALPablo Romero endereza su ganadería hacia la integridad física y la fiereza. Pablo Romero, con sus reses fachendosas, era la risa del taurinismo y de la afición, porque aquellas moles se desmoronaban con sólo mirarlas. Pero la risa va por barrios y ahora el ganadero ataca. Una vez eliminado lo que hacía trastabillar sus productos, ha conseguido que salgan igual de grandotes, foscos y armados como antes, pero duros de pezuña y broncos.

Naturalmente, también salen poniendo en peligro la vida de los toreros, que una cosa trae la otra. Para empezar, el primer Pablo Romero de ayer envió a a enfermería al valiente José Luis Palomar. El diestro soriano, nada más abrirse de capa, sacó el toro al platillo, donde aguantó dos espeluznantes embestidas por el pitón derecho, y a la tercera resultó cogido de forma impresionante. El Pablo Romero le tiraba cornadas por todas partes, incluso a la cabeza. Era horroroso. Palomar se marchó por su pie a la enfermería, de donde ya no pudo salir.

Plaza de Pamplona

11 de julio. Sexta corrida de los sanferminesCinco toros de Pablo Romero y quinto de Cebada Gago, todos de gran trapío, mansos y broncos, excepto el tercero, noble. José Luis Palomar: Cogido por el primero, sufre herida en el brazo derecho y erosiones en la cabeza, de pronóstico leve. No pudo continuar la lidia. Morenito de Maracay: Estocada corta baja. Pinchazo, estocada corta atravesada, descabello (aviso), y otro descabello. Pinchazo, estocada y descabello. (Silencio en los tres toros). Víctor Mendes: Estocada desprendida, rueda de peones y siete descabellos. Pinchazo, bajonazo, descabello, otros dos pinchazos y un descabello más. Estocada. (Silencio en los tres).

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Mano a mano Morenito de Maracay y Víctor Mendes, con los Pablo Romero fieros y duros, aquello era un trago, y no únicamente para los diestros. Para los espectadores, también. El venezolano y el portugués estuvieron torpones en la lidia, vacilantes con la muleta y desmedidos al banderillear, pues lo hicieron en todos los toros, como si fuera de obligación. Curiosamente, los mejores pares se produjeron en el primero, que se arrancaba fortísimo, a oleadas, a pesar de lo cual le ganaron muy bien la cara, reuniendo con valor y prendiendo arriba.

Hasta cuando más llovía y la gente pedía a gritos que aligeraran, a la altura del quinto de la tarde, banderilleó Morenito. Era ese toro, de Cebada Gago, un veleto tremendo, que rebasaba los seiscientos kilos, difícil, con muchos pies, y le obligó varias veces a pasar en falso y a tomar el olivo. Luego lo trasteó mal, librando achuchones y coladas. Toda la corrida la trastearon ambos espadas a estilo era y, si aportaron arte, debió ser de alpargata.

Nadie les podía pedir florituras, por supuesto, con aquellas reses de sentido, ágiles de cuello, broncas, pero sí un muleteo de recurso que las redujera con eficacia. Tienen poca excusa los dos. Y cuando salió el toro noble, tampoco supieron hacer mejores cosas. El segundo de Morenito era docilón, admitía la faena de los dos pases y muchos otros. Un espontáneo que se tiró al empezar el último tercio le pegó unos cuantos muletazos sin problemas. El diestro venezolano tuvo el sorprendente detalle demagógico de brindar la faena al espontáneo, lo cual contentó mucho a las peñas. Y luego las descontentó, porque no supo torear. A la nobleza del animal correspondió con una interminable sucesión de aburridos derechazos, seguida de pases por alto en cadena. Era el día de la alpargata, no cabe duda.

El sexto embestía fuerte, aunque boyante, y Mendes, asimismo atacado de furor derechacista, pegó cien pases hasta que, en un momento dado, el toro dijo "ni uno más como Santo Tomás" (que lo dijo) y se puso a tirar derrotes. Al fin pudimos escapar de aquella murga. Empapados, pues llovió de firme durante media corrida, y pesarosos de que tan hermosos y emocionantes Pablo Romero lanzados al ataque no hubieran tenido verdaderos lidiadores.

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