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Los recuerdos alterados

El avión daba la vuelta ya para descender sobre el aeropuerto de Niza. Alguien, de entre mis compañeros españoles, me sonreía. Todo había comenzado el día antes cuando, de Producciones Querejeta, me llamó primero Esther Rambal diciéndome que me habían otorgado el «gran premio de interpretación masculina» por la actuación en Pascual Duarte, y yo, sabiendo el humor que reina en la productora, colgué el teléfono, enojado por la broma. Tuvo que llamar Primitivo Alvaro, que, como siempre, me convenció de que era cierto. La salida había sido a una de caballo, con un traje negro, de antes, metido en un bolso, para recibir el premio.Ahora ya sabía que serían Natalie Wood y Robert Wagner quienes oficiarían la gala. Hacia él tenía la estima que me producía su emanación personal en la pantalla, y su constante, esforzada ejecutoria de actor. Ella era el recuerdo turbador del adolescente cinéfilo, dividido ya por el cine y el teatro, desde la penumbra de las salas del cine Rábida o el cine Mora de Huelva, o de alguna cinemateca de por ahí. La impresión indeleble era la de sus ojos, hondos y oscuros, dejando adivinar un mundo interior que parecía contradecir el de sus facciones, y la capacidad emocional rápida, fluida, sin tic, tan característica de los buenos actores americanos. Hacia ambos emergía la simpatía compartida para con dos personas que hicieron el duro viaje de la pareja hasta el divorcio, y el reencuentro con nuevo matrimonio.

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" El coche del festival nos llevaba ya hacia Cannes. Era probable que llegáramos tarde a la entrega de premios. Quizá fuera en París, en la Cinemateca, donde vi un filme de John Ford, The Searchers, donde creía recordar que ella interpretaba una joven blanca adoptada por los indios. ¿Era ella? Quiero creer que sí, y que estaba excelente. De Esplendor en la hierba, de aquel Kazan que nos mostraba esos actores distintos, quedan ella y Dean, imborrables; Rebelde sin causa.... sí, pero esos recuerdos de adolescencia mitificadora eran sustituidos ahora por el interés de hablar quizá un momento con ellos, acerca del trabajo, del cine...

Los lavabos del hotel Carlton no eran el lugar más idóneo para cambiar unos jeans por un traje negro y una pajarita, pero los minutos contaban y la gala estaba comenzando. Empecé a temerme que no podría tomarme ni medio café con Natalie Wood y Robert Wagner. Pregunto al encargado de Prensa de la película acerca del tema. Me responde: «Mais, sans doute». Tal cual.

Desde cajas, el escenario del palacio del festival, lleno de flores y luz, relampagueando de flashes que se suceden sin parar, flotando en el rumor de la invisible sala que estalla unas veces en aplausos, otras en silbidos, aparece como un lugar temible. «¡Ahí están los dos! En otras películas les sentaba mejor el vestido. No entiendo cómo puede haber elegido un modelo así», pienso. «Esta pajarita me cae fatal», añado.

No sé por qué todos los premiados que desfilan atraen mi atención infinitamente menos que mis dos mitos juveniles. «¿Cuándo me tocará? ¿No se habrán olvidado? Parece más mayor, pero los ojos tienen el mismo brillo, el mismo segundo término». Suena al fin mi nombre. Alguien me empuja. Ella avanza hacia mí y, de la mano, me conduce ante un esmoquin que me entrega un gran papel. Después sabré que es el premio. Ella sonríe. No habla. Musito apenas audible: «How are Your». No dice nada, sonríe. Ahora me coloca entre Robert y ella, casi en proscenio, ambos me aprietan las manos, afectuosos. Estalla el aluvión de flashes y aplausos. Alguien silba. «¿Quién será ese maldito?». Sonrío lo mejor que puedo, pero intuyo que peor que ellos dos. Le miro a ella. Me mira. Pienso que se percata de lo que estoy pasando. Sonríe nuevamente, esta vez de otra manera, y dice: «Are you happy?». Me quedo cortado, pero al cabo, tranquilo, le digo: «I'm not sure». Después soy arrastrado hacia afuera y Natalie Wood y Robert Wagner desaparecen de nuevo en el limbo de los mitos. Hasta el remake de De aquí a la eternidad en televisión, y Bob, Carol, Ted y Alice, de Mazursky.

Natalie, con su extraña mezcla de humanidad latente reaparecía en mis recuerdos, alterada, casi como una amiga. Ahora los periódicos traen la noticia de su muerte, quizá casual, absurda como todas. Mucha suerte en el otro lado, Natalie.

José Luis Gómez, actor, es director del teatro municipal Español, de Madrid.

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