_
_
_
_
_

La novia, impresionada ante el millón de personas que llenaban las calles de Londres

La monarquía británica, "la más histórica, segura y eficiente del mundo", según afirma un editorial del Times de Londres, se sumergió ayer en una explosión de entusiasmo popular en torno a la boda del príncipe Carlos con una jovencisima aristócrata, once años menor que él, llamada Diana. La tímida Di, como se la conoce familiarmente en Inglaterra, se vio desbordada, a su paso por las calles de Londres, por las muestras de afecto del público, alrededor de un millón de personas, con predominio de gente joven.

Más información
Expectación en Gibraltar

El espectáculo, pues, lo fue en todos sus detalles, incluidas las cuatro apariciones en la balconada del, palacio de Buckingham de la familia real, una vez transcurrida la ceremonia en la catedral de San Pablo, y resultó impecable. Los uniformes de gala de la guardia real contrastaban con los vaqueros de los turistas, muchos de los cuales hicieron noche en las aceras, a pesar de la amenaza de lluvia, que no se cumplió. Hasta la meteorología amaneció plenamente monárquica: apenas si hizo calor y lució el sol.Las primeras en partir fueron las cabezas coronadas asistentes a la boda, cada una a bordo de un coche negro, muy al estilo norteamericano. En cuanto apareció la reina, en compañía de su esposo, el príncipe Felipe de, Edimburgo, comenzaron los vivas y gritos, que no besaron hasta que pasó la única carroza cubierta de todo el cortejo, la que transportaba a ladi Di y a su padre, el conde de Spencer.

Era, también, el único carruaje escoltado por la policía, y no por la guardia real, ya que la novia, que tan sólo tiene veinte años, aún no había pasado a ser un miembro de pleno derecho de la familia real.

La incógnita que rodeaba al atuendo de ladi Di hizo aún más expresivas las muestras de sorpresa y aprobación cuando dejó ver su rostro, cubierto por una cascada de tules, a través de las ventanas de la carroza: que la llevó desde Clarence Flouse (residencia de la reina madre) hasta la escalinata de la catedral disfrazado de lacayo viajaba algún que otro policía, temeroso de que algún individuo soitario pretendiera atentar contra alguno de los personajes de la histórica boda.

Mientras tanto, en la puerta del Ayuntamiento, un grupo de simpatizantes del IRA realizaba una huelga de hambre simbólica, al tiempo que lanzaban al aire mil globos negros para protestar por el contraste entre estos festejos y las huelgas que protagonizan los presos republicanos del Ulster. Una sola detención, la, de un carterista, se produjo a lo largo de la jornada. Y doscientas personas fueron atendidas en centros hospitalarios por causas leves, talesn como caídas y mareos.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Al salir del palacio en el que nació hace 32 años, el príncipe Carlos apareció con una expresión entre divertida y complaciente. En cambio, cuando apareció en el umbral de la catedral, llevando del brazo a su esposa, el rostro se le había transformado. Fue en este momento cuando ladi Diana realizó su primer saludo oficial a la multitud que la aclamaba. Un gesto tímido, con la mano izquierda (que soltó brevemente del brazo de su marido), en la que lucía la flamante alianza de oro galés. El viaje de vuelta lo realizaron juntos, a bordo del landó descubierto del príncipe, tirado por cuatro soberbios caballos.

Una vez que toda la familia real se encontró de nuevo en palacio, la policía permitió a la gente acercarse hasta la verja que rodea el edificio para que pudiera aclamar a los recién casados, que se vieron obligados a salir por cuatro veces consecutivas, ante la insistencia del público, que no cesó de dar vítores durante cerca de un cuarto de hora.

A las cinco y media de la tarde, hora de Madrid, los príncipes de Gales, en carroza descubierta y con modelos más apropiados para viajar, se dirigieron a la estación de Waterloo, donde subieron a un vagón especial que les llevó a Broadiands, residencia del asesinado lord Mountbatten, donde permanecerán hasta que pasado mañana partan hacia Gibraltar para embarcar en el Britannia.

Las calles por las que atravesaron las diversas comitivas quedaron hechas una pena, llenas de basura, pero los británicos ya tienen, al fin, una futura reina.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_