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Un final de septenio marcado por veleidades monárquicas y escándalos políticos

Todos los franceses reconocen en el presidente-candidato, Valéry Giscard d'Estaing, a «una cabeza» fuera de lo común. Sus primeros pasos como presidente de la República, en 1974, también fueron saludados como «una era nueva», liberal y moderna, según sus propias manifestaciones públicas. Pero, al final del septenio, su imagen aparece gravemente erosionada. Los llamados affaires (asuntos) y su comportamiento de tendencia «monárquica» son posiblemente las razones de esa inesperada evolución.

Los primeros tiempos del septenio de Giscard d'Estaing dejaban con la boca abierta a no pocos de sus conciudadanos. Se convirtió en una gran ceremonia permanente. «Yo mismo», repetía ante los periodistas, «quiero ser un presidente moderno». Y más aún, filosofaba: «Para mí, el protocolo no es más que la manera de cómo un pueblo toma conciencia de los acontecimientos que le conciernen. Este nuevo estilo será el mío y el de Francia». ¿Había perecido el Giscard hijo de una rancia aristocracia que, en 1922, compró el apellido «D'Estaing», que había pertenecido a un almirante ennoblecido por sus lazos y luchas al lado de La Fayette?

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Al final de su septenio, Giscard d'Estaing y sus colaboradores ven una injuria o una calumnia en cada alusión al «último emperador de Europa», al «rey sin corona». Pero ya no se cuentan las anécdotas sobre los esfuerzos de Giscard d'Estaing para presentarse como «descendiente de Luis XV».

"Locuras" protocolarias de un casi-rey

Parece ser que cuando, en un banquete en el palacio del Elíseo, ningún convidado es del mismo rango que el presidente, una silla vacía al lado de este último jerarquiza la situación. Un día, el diputado gaullista Ives Guena, progiscardiano, sin embargo, comentó al final de uno de estos ágapes: «A mí me tocó sentarme al lado del agujero (entiendase, la silla). Chirac, que padeció igualmente este tipo de «desviaciones monárquicas», estalló también: «De Gaulle era tan cínico, altanero y despiadado, pero con él se podía hablar. Con Giscard, que cada día imita más al general, ni eso».Libros y, artículos se han multiplicado durante los últimos mesessobre esas cuestiones «domésticas». Y luego, distribuidos a lo largo del septenio han surgido los tres incidentes que tampoco han favorecido precisamente la imagen de Giscard. En 1976, un giscardiano notable, diputado, ex ministro y amigo de Giscard d'Estaing, el príncipe de Broglie, fue asesinado en París. Sus negocios múltiples, complejos y dudosos, sus amistades más complejas aún, dieron lugar al primer escándalo político-jurídico-económico, en el que también se descubrieron ramificaciones que llegaban hasta el Opus Dei. Nadie ha podido clarificar aquel «incidente».

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Asuntos sucios

En 1979, el ministro de Trabajo, Robert Boulin, se suicidó. Mezclado, por ignorancia parece ser, en una estafa y relacionado con el hombre de negocios Henri Tournet, cuya trayectoria también se reveló dudosa, Boulin se quitó la vida al verse, por añadidura, repudiado por sus «amigos políticos, el ministro de Justicia, Peyreffitte, en particular». Y, por fin, el tercer misterioso caso: los diamantes de Bokassa.

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