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Mítica figura del nacionalismo vasco

Pocas personas han tenido y tendrán un carácter tan mítico dentro del nacionalismo vasco. Manuel de Irujo, que había nacido en Estella el 25 de septiembre de 1891, conoció el nacionalismo en sus orígenes: su padre, Daniel Irujo, abogado como él, fue el defensor de Sabino de Arana durante el proceso que, a principios de este siglo, acabó conduciéndole a la cárcel. Quizá después de Arana y junto a José Antonio de Aguirre, Irujo sea una de las personas que haya tenido una decisiva influencia dentro del PNV.El león navarro como le han conocido sus correligionarios, se inició en la política en 1921, cuando resultó elegido diputado foral de Navarra por el PNV, cargo para el que fue reelegido en 1930. De la política foral dio el salto a diputado en Cortes, elegido por Guipúzcoa en las legislaturas de 1931, 1933 y 1936, mientras José Antonio Aguirre, primer lendakari de Euskadi, salía elegido por Navarra. La guerra civil le sorprendió en San Sebastián, en donde gestionó la rendición de la guarnición militar de la ciudad, logrando de esta forma eliminar un foco de resistencia contra la República.

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En septiembre de 1936, Largo Caballero le llamó para que formara parte de su Gabinete en representación del PNV. Así, el 25 de septiembre era nombrado ministro sin cartera, pasando a residir primero en Madrid y, posteriormente, en Valencia. El 17 de mayo de 1937, Manuel Azaña, a propuesta de Negrín, nombra a Irujo ministro de Justicia, iniciando una extensa labor en su nueva faceta. Autorizado el ejercicio del culto, se preocupó directamente del trato a los presos y dio órdenes para la apertura de varias iglesias clausuradas en la zona republicana. Sin embargo, no pudo continuar su obra por las discrepancias que mantenía en torno a la insuficiencia de garantías de la independencia del poder judicial, por lo que presentó su dimisión en diciembre de 1937. No obstante, y por disciplina de partido, volvió al Gobierno como ministro sin cartera, hasta agosto de 1938.

Antes de que finalizara la guerra civil, se instaló en Londres, en donde organizó el Consejo Nacional Vasco. Allí, en 1940, conoció al general De Gaulle, dirigente del movimiento francés libre, con quien llegó a un acuerdo, entonces secreto, nunca cumplido. De Gaulle a cambio de la ayuda de brigadas vascas en la lucha contra las tropas invasoras de Hitler, se comprometió a realizar un referéndum en el País Vasco francés o Euskadi Norte en el momento que el País Vasco pudiera recuperar el estado conseguido con la II República española.

Irujo, que participó en la Conferencia de San Francisco, que fue origen de las Naciones Unidas, ocupó el cargo de ministro de Industria, Comercio y Navegación del Gobierno de la República en el exilio, con residencia en París. Fue presidente, sustituyendo a Salvador de Madariaga, del Consejo Federal Peninsular del Movimiento Europeo y las Juventudes Demócratacristianas Europeas le nombraron «amigo de Europa» en 1974. Volvió a Pamplona en marzo de 1977, después de haber residido en América y Europa. Antes de su regreso, en su última entrevista concedida a este periódico, en Biarritz, aseguró: «Un exiliado oficialmente hace el ridículo en todas las partes del mundo. Yo he cumplido con ese deber humano de hacer el ridículo con la maleta hecha durante cuarenta años».

En junio de 1977 fue elegido senador por el PNV en Navarra. Dos años después, en marzo de 1979, parlamentario foral, hasta que, en julio de este año, sufrió un ataque cerebral. A lo largo de su dilatada vida, Irujo hizo gala de un desmesurado amor a su tierra natal, Navarra. «Yo soy navarro con toda mi alma», aseguró en una ocasión, «y vasco hasta la última gota de mi sangre». El fue quien, en plena campaña abstencionista del PNV sobre la Constitución, afirmó en Pamplona: «Para los vascos, nuestra Constitución es Gora Euskadi askatuta».

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Manuel de Irujo dijo también, en otro momento, que «el Partido Nacionalista Vasco es, en el orden genérico, un partido de democracia social, y, en el orden específico, una afirmación nacional vasca». Su obra escrita es importante, más por la calidad que por la cantidad. Destacan los siguientes títulos: Inglaterra y los vascos, Instituciones jurídicas vascas, La Comunidad Ibérica de Naciones, Arana Goiri ante los tribunales y Biografía de Arturo Campión.

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