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MOSCU 80

España, sin capacidad para organizar unos Juegos

España no está capacitada para organizar unos Juegos Olímpicos. La elección de Juan Antonio Samaranch como presidente del Comité Olímpico Internacional ha comenzado a despertar ciertas apetencias del triunfalismo más trasnochado. Hay que ser realistas. Un evento de ésta categoría necesita dos cosas fundamentales: una gran inversión monetaria y un plantel de deportistas capaces de competir entre los mejores. Ningún país tiene la obligación de ser el mejor cuando organiza unos Juegos, pero sí ha de contar, como mínimo, con un nivel capaz de emocionar a los espectadores. Aunque afortunadamente las disciplinas olímpicas no requieren las forofadas futbolísticas, sí tienen un cierto componente «chauvinista».

La ilusión de Samaranch sería, como manifestó a EL PAÍS, presidir la inauguración de los Juegos de 1988, pero antes de llegar a esa utópica ceremonia es necesario cubrir una serie de etapas. En principio, España tiene adjudicada una Universiada de invierno. Jaca será una buena prueba para pensar en unos primeros Juegos Olímpicos blancos. A partir de ahí sería posible comenzar a tener algunas aspiraciones.Probablemente habrá quienes pensarán que tras un Mundial de fútbol ya tendremos una infraestructura organizativa capacitada. Nada más lejos de la realidad, porque el fútbol tiene una dispersión absorbible y, en cambio, los Juegos Olímpicos presentan como nota característica la concentración de espectáculos en una misma ciudad. El desembolso que habría que hacer para construir las instalaciones idóneas es para echarse a temblar, y no parece que un país con tantos problemas económicos por resolver deba empeñarse en una empresa de este calibre.

Barcelona ya aspiró en su momento a ser sede olímpica, pero aquel viejo estadio de Montjuich, que entonces sólo necesitaba un lavado de cara, requiere ahora su total demolición y la consiguiente construcción. Un estadio olímpico, por otra parte, sería un gasto superfluo si posteriormente no tuviera la debida utilización. La rentabilidad de estos grandes recintos está comprobado que se basa en el fútbol, y en nuestras grandes ciudades los clubes sólo desean la propiedad de sus propias instalaciones. La mayoría prefiere la propiedad costosa al alquiler módico. En Barcelona, por no salirnos del tema, no ha prosperado la idea de reconstruir Montjuich, en una operación en la que, además del ayuntamiento y la propia Federación Española de Atletismo, estaría involucrado el Español, que estaría dispuesto a abandonar Sarriá si éste fuera recalificado urbanísticamente.

La gran ventaja de las próximas ediciones de los Juegos va a residir en dos factores determinantes: la televisión y la publicidad. Cabe la posibilidad de que en el futuro la celebración de unos Juegos no sea, gravosa para una ciudad, como lo fue, y mucho, para Montreal. De. momento, en Sarajevo, para los Juegos blancos, los organizadores yugoslavos han asegurado más de 9.000 millones de pesetas con el contrato firmado con la ABC norteamericana. Con ingresos de este calibre en una sola partida es factible pensar en organizaciones de este tipo.

Todo parece indicar que los Juegos de Los Angeles tampoco serán una ruina para el municipio, porque la comisión organizadora tiene el respaldo de una serie de grandes empresas que se han responsabilizado del tema. En España esa posibilidad es más que remota. Para cuando formalmente se piense en los Juegos es probable que las multinacionales cubran un porcentaje decisivo de lo que supone la infraestructura.

El futuro de los Juegos no está sólo en manos del Comité Olímpico Internacional. Las multinacionales han tomado ya firmes posiciones. Hace ocho años, en Munich, se pensó en la posibilidad de descalificar a Mark Spitz porque, en un momento de euforia, levantó las zapatillas de las «tres bandas» por encima de su cabeza. Aquello se entendió como un acto publicitario. La publicidad ha sido ya admitida por el COI como algo irremediable.

El camino que las grandes empresas han seguido para imponerse, por encima de cualquier reglamentación, ha sido el de los grafismos. Las multinacionales han creado identificaciones sin necesidad de recurrir a la escritura. El mundo de la publicidad ha sabido burlar eficazmente a los viejos guardianes del puritanismo. En Moscú no se ha visto ninguna selección sin una identificación publicitaria. Habría que preguntarse ya hasta dónde llega la influencia de cierta marca deportiva en la política deportiva mundial.

Todos los seleccionados españoles han sido equipados con las «tres bandas» y los baloncestistas han comparecido con su marca patrocinadora como si tal cosa. Casualmente, los baloncestistas han sido los únicos que han lucido vestimenta en la que se ve el nombre de España, y junto al escudo olímpico ha estado la bandera. El baloncesto ha rizado el rizo del boicoteo político.

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