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MOSCU 80

La ceremonia de apertura, inmejorable

La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Moscú será dificil de mejorar. En Los Angeles, dentro de cuatro años, Hollywood y Broadway tendrán un reto casi insuperable en el espectáculo fastuoso de Moscú. México, con su simpatía; Munich y Montreal, con su colorido, han quedado como un vago recuerdo. Ayer, 16.000 personas, en el estadio Lenin, proporcionaron un espectáculo imaginativo, armónico y deslumbrante. La música, la danza, la gimnasia y la acrobacia proporcionaron hora y cuarto inimaginables. El boicoteo, los países con banderas olímpicas y los que renunciaron a hacer acto de presencia en la parte de mera representación deportiva quedaron totalmente difuminados. El gran error de muchos países fue no transmitir el acto. Hubiera merecido la pena.

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Ochenta y un países, de los 145 pertenecientes al Comité Olímpico Internacional, tomaron parte en la sesión inaugural de los Juegos. La salida de los participantes, como es tradicional, se inició con la presencia, en primer lugar, de Grecia. Por orden alfabético -ruso- fueron desfilando los deportistas. A España le correspondió hacerlo en el puesto trigésimo primero. Dieciséis delegaciones hicieron su aparición sin su bandera. nacional. De ellos, siete: Bélgica, Italia, Luxemburgo, Holanda, San Marino, Francia y Suiza lo hicieron sin un solo representante. Gran Bretaña, Irlanda y Portugal -una señorita- aportaron únicamente el abanderado. Australia, Dinamarca, Nueva Zelanda y Puerto Rico desfilaron con la mayoría de sus representantes. España hizo su aparición con la bandera del Comité Olímpico, blanca con el escudo en el centro. Puerto Rico, que se unió al boicoteo, ha venido a Moscú con tres hombres, porque el boxeador Mercado "se negó en rotundo a secundar las órdenes de Carter. La URSS, que cerró el desfile, pasó por la mitad de¡ estadio a los acordes de la marcha musoliniana Bajo la doble águila.

El desfile de participantes fue el menos lucido de los últimos celebrados. La ausencia de Estados Unidos, Alemania Federal, Canadá y Japón, que suele acudir con grandes representaciones, se dejó notar. El desfile deportivo moscovita registró un notable aumento de los países del Tercer Mundo, tanto en nacionalidades como en individuos. Por vez Primera desfiló el equipo olímpico de Zimbabue, compuesto por blancos y negros. El boicoteo iniciado en Munich por la Confederación Africana de Deportes contra la antigua Rhodesia ha desaparecido ya, al haber constituido el equipo representativo sin distinción de razas.

Los espectadores del estadio Lenin, que, en contra de las previsiones, se llenó, respondieron con gran calor ante la presencia de los equipos de los países socialistas, y en una graduación de ovaciones podría afirmarse que España estuvo tras ellos. En la tribuna de espectadores hubo atletas australianos con su uniforme oficial. Al rato llegaron junto a ellos varios cubanos. Los antillanos no participaron en el desfile, porque hoy tienen sus primeras competiciones. Sobre los australianos del graderío no hubo versión alguna.

Especial recibimiento tuvo la formación de Afganistán. Peculiar fue el «paso de la oca», aunque menos marcial que el de los relevos de la guardia del mausoleo de Lenin. Las checas portaron ramitos de flores; las polacas destacaron por su belleza; los húngaros fueron los más elegantes; la representación de Guyana fue la de menores efectivos -siete personas en total- entre las que desfilaron completas, y la URSS compuso el mayor equipo,, con un total de cien mujeres y 250 hombres. España con Herminio Menéndez como abanderado, desfiló con ocho mujeres y 99 hombres.

Presencia de Breznev

El acto se inició con los cuatro sones del carillón del Kremlin, que tuvo el acompañamiento de trompetas. En ese instante hizo su aparición en el palco presidencial el jefe del Estado soviético, Leónidas Breznev. Tras el himno soviético, la orquesta, situada en los bajos del graderío en el que se encuentra el pebetero de la llama olímpica, anunció, con música de Shostakovic, el comienzo de la ceremonia. En la pista de atletismo hicieron su aparición grupos ataviados a la manera de la Grecia antigua. Los jóvenes portaron los cinco anillos simbólicos, y las mujeres rosas de distintos colores. Tres cuádrigas ambientaron este prólogo.

Tras el desfile de todos los participantes, el presidente del comité organizador pronunció un breve discurso para presentar a lord Killanin. El presidente del Comité Olímpico Internacional acabó su corta alocución invitando a Breznev a inaugurar los Juegos. Breznev cumplió con el protocolo y sus palabras dieron paso al trompeterío.

Por la puerta de la teórica torre de maratón, que este estadio no posee, ocho deportistas soviéticos hicieron su aparición portando la bandera olímpica y acompañados por otros veintidós atletas, portadores cada uno de ellos de una paloma blanca. El izado de la enseña olímpica fue saludado con el vuelo de las albas palomas. Niños representantes de la villa de Montreal y de la villa de Moscú hicieron entrega en el podio al alcalde de la ciudad moscovita de la bandera olímpica, que habrá de custodiar hasta dentro de cuatro años.

Tras este cambio apareció el portador de la antorcha, el atleta tres veces campeón olímpico Viktor Saneev, que hizo el penúltimo relevo hasta donde había sido izada la bandera. Allí recogió la antorcha el también medalla de oro en baloncesto Serguei Belov, que la llevó hasta los pies del pebetero, a través de un inesperado pasillo hecho en zig-zag con tablas sobre las cabezas de los soldados, que durante toda la tarde estuvieron realizando figuras alegóricas con una gran perfección. El pasillo hecho a Belov fue, sin duda, lo más sorprendente de esta primera parte y detalle sorpresa, que fue guardado con gran celo por los organizadores.

Con el encendido de la llama olímpica fue estrenada La oda al deporte, del compositor Artemiev. El juramento olímpico por parte de los deportistas lo hizo el campeón soviético Andrianov, y por parte de los árbitros, el también soviético Alexander Mevdev.

Tras cumplir todo el protocolo deportivo, se inició el espectáculo. A partir de ese momento, todo fue una sucesión de fantásticas exhibiciones. Representantes de las quince repúblicas federadas participaron en una danza moderna, a modo de saludo a los espectadores y participantes, y acto seguido comenzó a ser interpretada la suite folklórica La amistad de los pueblos, con la intervención de danzantes de los diferentes pueblos de la URSS.

Miles de bailarines interpretaron los sones peculiares de las repúblicas federadas. Cada movimiento tuvo como protagonistas a los representantes de cada país soviético, y, al tiempo, los restantes acompañaron a modo de coro inmenso. La sucesión de bailes rusos, moldavos, bálticos, armenios, azerbaijanos, georgianos, ucranianos, hecha con una armonía singular, una conjunción y un colorido deslumbrantes, produjo la admiración en quienes hemos visto en varias ocasiones espectáculos de este tipo.

La masa de participantes fue impresionante. Cómo de película norteamericana. Todo el césped, que fue cubierto con una moqueta verde, hubo momentos en que estuvo repleto de grupos folklóricos, en entradas y salidas trepidantes. Fue como si esos espectáculos soviéticos que hemos visto en España de las danzas ucranianas y de Rusia, el Bolshoi y el Moseev y los coros del Ejército, que dirige el maestro Alexandrov, hubiesen sido multiplicados por cíen para una sola interpretación. El final gimnástico de gran imaginación, con la parte dedicada al mundo infantil, con niños acróbatas disfrazados de osito Misha, fue un digno colofón. El espectáculo se salió de todos los moldes. En la vieja tradición olímpica nunca se vio algo similar. Los soviéticos mejoraron en la apertura lo que en lo deportivo, en varios deportes, está devaluado.

La anécdota de la tarde la protagonizó un joven norteamericano, que lució en el graderío una pequeña bandera de su país, que no fue acogida con especiales manifestaciones. El acto propagandístico de todo el tinglado residió en la conexión televisiva, con la plata forma espacial, desde la que los dos astronautas soviéticos saludaron a los participantes en los Juegos. La imagen de los cosmonautas fue vista por el público a través de los dos tableros electrónicos, en los que, junto a los resultados, los espectadores podrán ver la repetición de los grandes momentos deportivos.

La ceremonia ínagural, para la que se habla augurado una media entrada, tuvo un lleno absoluto. La entrada más cara costó 2.500 pesetas.

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