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Adiós a los cabellos largos

Uno de nuestros peluqueros más famosos en el ámbito intemacional, Enrique Llongueras, acaba de presentar en Madrid los nuevos estilos de peinado para la temporada de primavera-verano 1980, en la que se dice adiós a los pelos largos. El auge de medidas medias y cortas, secados de raíces con peine y a contrapelo, así como el empleo de rizos anchos (próximos al ondulado natural) contituyen las principales caraterísticas de esta nueva moda que hace gala de rapidez y ofrece resultados de aspecto sumamente juvenil.Veía Baudelaire en la cabellera femenina el objeto-fetiche por excelencia para atraer a los hombres. Poéticamente, los cabellos son la sustancia total, próxima del gran centro vital, marino vegetal, océano o floresta. No en balde para entrar en las iglesias se les exigía a las mujeres que ocultaran la zona. Y cortarle la trenza a una niña era faena castradora. Pero los peluqueros, alquimistas joviales de la moda, han procuarado desdramatizar las guedejas de toda eventual novia del perverso Reverte. Por eso, frente al erizamiento habitual en las presentaciones, ellos, sin trasquilones desabridos, van y dan un convite jacarero.

Fuimos citados en el nuevo salón de los hermanos Llongueras, sito en la madrileña calle de Claudio Coello, donde nadie decía ni palabra sobre el lugar y el tono de una anunciada fiesta con sorpresas. Nos trasladaron luego en autocares a Torrejón de Ardoz. Allí, en La Casa Grande, un águila bicéfala (sueño, tal vez, de todo peluquero) anunciaba la entrada al festín. Nadie sabía aún de que iría la cosa sigilosa. Mientras tanto, junto a la mesa de aperitivos, una señora comentaba: «En casa también comemos mucha morcilla. Pero no en pinchos, sino como Dios manda. »

Comienza el espectáculo. Sobre una tarima, con fondo de tapiz irrespirable, Enrique Llongueras -bigote, traje negro y cabellos muy libres- presenta con gracejo su moda de primavera-verano a las chicas y chicos de la prensa. Hay, además, gente madura. Y adolescentes duros, con pinta de chaperos, apoyados en frías columnas Hay extrañeza por adelantado.

Todo comienza con un desfile medieval -olor a chamusquina-. A un modelo se le quema la gorra con una antorcha. La música, insensible a tanto olor a chamusquina, subraya el dramatismo de los tiempos ya idos. Y, en un abrir y cerrar de ojos, las modelos se despojan con furia de los trajes caducos y quedan convertibles en muchachas modernas.

Bajo un ritmo de reggae, empieza la presentación de los nuevos peinados. El primero ha sido realizado con siete bigoudis sobre un cabello semilargo. Tan sólo lleva permanente en las puntas. Para secarlo hay que frotar en sentido giratorio. Los rizos son muy anchos. El final del secado es mejor que no cuente con ayuda artificial, sino que se conforme con la bendición de los aires.

El creador de estos peinados subraya que se acabó la moda de los cabellos largos. Hace, al tiempo, el elogio de la imaginación, de la rapidez y de la frescura. Marietta, su colaboradora, mima la cabellera de las modelosjóvenes.

La segunda muestra no lleva permanente. La técnica se denomina así: «doble batido ladeado». Patillas muy cortas, un poco de pico en el flequillo, puntas disparadas y muy lisas. Cortes rápidos, secado sin cepillo y colaboración elemental de un peine. El acabado es casi insólito a fuerza de naturalidad.

Un peinado propuesto para hombres lleva ligera permanente con anillas. Es muy suave y da movimiento y volumen al cabello. Tampoco hay que secarlo.

El cuarto corte se realiza con la cabeza inclinada hacia adelante. Rectas las puntas, secado al peine y aspecto final de cómodo sombrero. Ni aquí ni en ningún otro momento se utiliza la laca.

Se pasa a un corte recto, dado sobre una cola frontal. Lleva cierto colorido, sólo un tono o dos más bajo que el del propio cabello. Y cuenta con reflejos en las puntas, no más acentuados que los que otorga el sol durante un verano.

Otro peinado masculino ha sido realizado a base de permanente con algodones. Ríios muy anchos. Se seca solo. Y tiene una apariencia firme de espontaneidad. El modelo ha sido maquillado; pero nunca -nos dicen- se habla de maquillaje con un hombre. Se le llama realce: para ocultar ojeras e impurezas diversas en la piel.

Finalmente, dos techniciennes presentan una atrevida creación de maquillaje global. La modelo, semidesnuda, exhibe numerosos lunares en las mejillas, una pierna verde y otra anaranjada. Suena ahora una canción de los Buggles.

El personal aplaude con ahínco. Y pasamos al comedor. Todo el mundo se olvida de buscar pelo en la sopa. Hay una última sorpresa: en la tarta se esconde un diamante. Así quedaba rizado el rizo.

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