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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En torno a Schmidt

UNA VEZ más, el centro de gravedad de la política europea está en Alemania Federal, y esa es la razón del velocísimo, repentino viaje del presidente Suárez a Bonn. La República Federal, con su territorio nacional partido y todavía amurallado, y la capital tradicional hipotecada, recibió después de la guerra toda clase de ayuda económica, política, moral y militar por parte de Estados Unidos, lo que le permite hoy representar un primordial papel de «centinela».Pero es el país más amenazado, quizá la primera víctima en una conflagración europea, aunque fuese convencional. La preocupación por este tema allí es mayor desde que la socialdemocracia ocupó el poder y cambió, con la «apertura al Este», la línea de la dinastía democristiana fundada por Adenauer. Schmidt está tratando ahora de conducir la política internacional de su país manteniendo una sensación de firmeza y de condena al expansionismo soviético, pero limitando las condiciones de riesgo y tratando de reducir la tensión. Podría ocurrir, incluso, que Schmidt pensase en obtener de esta crisis, si logra dominarla en el campo europeo, algunas ventajas de intercambio por parte de la URSS: una mayor permeabilización del muro de Berlín y de la frontera con la Alemania democrática, un crecimiento del volumen bilateral de negocio, unas relaciones más profundas con las repúblicas socialistas europeas. Y, desde luego, el no empeoramiento de las relaciones con los países islámicos.

Desde su entrevista con Giscard en París, la actividad diplomática de Schmidt es incesante. El mismo, lunes en que recibió a Suárez llegaba de Londres, de ver a Margaret Thatcher. Y el día 5 de marzo volverá a Washington para entrevistarse con Carter. La idea que parece dominarle, y que sin duda querría llevar a Washington, es la de una actitud común europea que, al mismo tiempo que sirva para demostrar a la URSS que no le será tolerada ninguna forma de expansión, evite el traslado a Europa del centro de la crisis, en forma de guerra fría.

Parece que en la conversación de Bonn, aparte de los naturales cambios de impresiones sobre todos los temas generales, se ha tratado especialmente de la conferencia de Madrid y de los Juegos Olímpicos. Parece que el punto de vista común es favorable a la celebración de los dos acontecimientos, tan dispares entre sí y tan extrañamente ligados en esta crisis. Si Suárez, por el comunicado de su entrevista con Carter en la Casa Blanca y por el distanciamiento creciente de Francia, parecía hasta ahora partidario casi sin matices de la política de Carter, después de la entrevista de Bonn y de los sucesivos movimientos de retracción en Europa se tiene la impresión de una mayor moderación en las posiciones del Gobierno de Madrid. Si esto es verdaderamente así, si España puede jugar un papel en la búsqueda de una posición unida y no sectaria de la Europa occidental, se habrá dado un gran paso, no sólo en la definición de nuestra política exterior, sino en la búsqueda de soluciones reales a la tensión que los dos grandes imperios del mundo vienen creando.

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