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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La mujer peruana ante las elecciones de 1980

El proceso electoral de Perú en 1980 será de especial importancia para la mujer peruana, que por primera vez se perfila como un potencial político significativo. En 1956, cuando se le concedió el voto, las circunstancias políticas y sociales, principalmente, eran distintas.A consecuencia de la reforma encabezada por los militares en 1968, algunas características de la estructura socioeconómica, basada principalmente en la agricultura y la minería, fueron afectadas. El campesinado peruano, conformado también por gran porcentaje de mujeres, vio por primera vez, en más de 150 años de vida republicana, cambiar sus posibilidades de participación en la vida política del país.

Los militares peruanos no pudieron llevar más adelante su proyecto de cambio, condicionados por factores externos e internos, entre los que no se puede dejar de señalar la crisis internacional de 1974-1975 y los desajustes consecuentes a medidas internas, como la reforma agraria y educacional, entre otros. En 1978 se instaló la Asamblea Constituyente, que presidió el fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, fallecido recientemente.

Conformada por representantes de todas las tendencias políticas del país, entre las que el 30% perteneció a diferentes sectores de la izquierda, esta Asamblea redactó una nueva Constitución que reemplaza a la de 1933. En ella se persiguió incorporar algunas de las más importantes reformas que lograra el Gobierno del general Juan Velasco Alvarado. En lo que a las mujeres concierne, ha sido de suma importancia la aprobación del voto para los analfabetos.

El status de la mujer, dentro de una sociedad profundamente clasista y conservadora como ha sido la peruana, estaba marcado por actitudes tradicionales, discriminadoras y machistas. Países como Argentina, Chile, Uruguay fueron más abiertos a la educación de la mujer, y su profesionalización más frecuente ha sido la saludable consecuencia que le ha permitido tomar parte activa en la vida política de sus países, ofrecer su aporte a la cultura y participar en mayor grado en la vida nacional en general.

La mujer peruana conforma casi el 67% de los dos millones de analfabetos en edad de votar que hay actualmente en Perú. En la zona costeña, el índice es menor al de las sierras andinas, pero si tomamos en cuenta las grandes migraciones que suceden desde 1960, aproximadamente, hacia los centros urbanos, en busca de mejores salarios, el elemento humano en desplazamiento impide hacer predicciones exactas sobre la conformación del voto local los próximos meses.

El jurado nacional de elecciones de Perú ha ampliado el plazo de inscripción para los analfabetos al 18 de enero de 1980 porque hasta la fecha sólo han alcanzado a inscribirse 400.000, lo que privaría de representatividad a uno de los sectores más olvidados del país: los nativos y la mujer.

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La nueva Constitución política peruana entrará recientemente en vigencia con el nuevo Gobierno civil. El proceso electoral será regido por el decreto-ley 22.652, promulgado hace pocas semanas por el Gobierno del general Francisco Morales Mermúdez.

Las condiciones reales en que la mujer peruana se enfrenta a sus responsabilidades políticas de 1980 no son muy diferentes a las típicas de subordinación de la mujer latinoamericana en general. Hay que reconocer, sin embargo, que los logros de la lucha feminista de los últimos veinte años en otros lugares del mundo han colaborado al despertar de su conciencia, impulsándola a la demanda y defensa de sus derechos.

Aunque en desventaja en cuanto a capacitación y entrenamiento, se afirma en sus demandas para la realización de su potencial intelectual y una mayor participación en las instituciones que rigen la vida social y política del país.

Autoritarismo político

Los pueblos latinoamericanos están familiarizados con el autoritarismo político y con las condiciones de dominio que se manifiestan en violencia directa contra los seres humanos: el impedimento principal para lograr una vida con dignidad y condiciones más humanas en que lograr el paso a la modernización que nos demandan los países altamente industrializados como requisito para la conservación de sus elevados niveles de vida.

Dentro de las desfavorables características del subdesarrollo, la mujer encuentra doblemente difícil enriquecer su formación cultural, desarrollar libremente su conciencia social y confrontar ideologías. Esto es válido tanto para las mujeres dé los estratos conservadores que han tenido los privilegios de la educación como para las campesinas y obreras. Las mujeres de la burguesía tradicional son impulsadas por la defensa de estos y otros privilegios, pero su falta de confrontamiento con las representantes de otros sectores las estultifica aún más. Los medios de comunicación son más accesibles para las del primer grupo; mujeres de origen popular rara vez llegan a un diálogo público a través de la prensa, la radio o la televisión.

Es justo señalar también que ambos sectores temen finalmente el cambio, cuyos primeros mecanismos han sido puestos en marcha en 1968. Esta actitud se explica, como en otra época de la historia, por la aparente amenaza que la modernización implica para los trabajadores del campo y los arte sanos en formas de desempleo, de mandas de adaptación dentro del proceso migratorio en el que se ven captados y que los lleva hacia las urbes, a conformar, como sucedió también en el siglo XIX en Europa, los grandes barrios-miseria, con todo lo que ellos conllevan en injusticia, explotación y condiciones de vida inhumanas.

Sus antiguas instituciones y valores tradicionales les ofrecen todavía. una precaria seguridad. ¿La arriesgarán en 1980? Durante la reforma 1968-1975 permanecieron casi a la expectativa. La mujer -dentro de su condición de sumisión, dependencia, culto a la virilidad, santificación del matrimonio y la maternidad- ha sido alienada por generaciones, recortada en sus derechos y demandada de ser el símbolo de la obediencia y el renunciamiento. Ella es también la encarnación de la lealtad al poder.

Imperativos culturales generados en una pauta jerárquica heredada y basada fundamentalmente en clase social, raza y sexo hacen que la mujer tienda a ser reacia a la aceptación de nuevas alternativas de pensamiento al cambio. Los cambios en las estructuras sociales, económicas, políticas, culturales implican también cambios en la estructura de la personalidad. Estos no pueden ser sencillamente ignorados ni reprimidos, pues se dan, en primera instancia, a nivel subjetivo.

A nivel individual, las relaciones entre dominador y dominado se manifiestan, como lo comprobamos muy bien las mujeres, en pautas de conducta autorrepresiva, propiciadoras de una actitud de defensa del statu quo. A nivel colectivo se manifiestan en el enjuiciamiento de los valores encarnados en las instituciones sociales existentes; es decir, se da el cambio social en sí. Reprimir, ignorar estas dinámicas relaciones no hace sino ahondar los problemas sociales y fomentarlos hasta que éstos se hacen sentir sordamente como una inestabilidad constante a todo nivel de la vida humana. Sobreviven entonces situaciones de conflicto, la subversión y la resistencia.

La mujer de derecha e izquierda en Perú, la de grupos privilegiados y la de los menos favorecidos, está igualmente marcada por estas pautas de dominación; su mentalidad tiende a ser, por ende, conservadora. La falta de experiencia política de la mujer peruana, su falta de capacitación y entrenamiento, sumada en el primer grupo a una profunda falta de sensibilidad social serán factores a tomar en cuenta.

No todo el electorado femenino es, pues, homogéneo, y habría que estudiar más detenidamente su composición, promover la discusión de los programas propuestos por los diferentes sectores, y que básicamente han de ser los que son comunes a todas las mujeres del mundo: política poblacional como un medio para aliviar la pobreza y legislación civil y laboral más justa para la mujer.

En estos momentos, en Perú, tanto los sectores femeninos de derecha como de izquierda pretenden ser reformistas o revolucionarios; ninguno, conservador. La contradicción inherente de algunas de sus percepciones está dando por resultado hoy un falacioso juego «ideológico» que desvía a la mujer de sus objetivos políticos más inmediatos, que están decisivamente dependientes de una mayor comprensión del nuevo papel de la mujer en la sociedad peruana contemporánea y en la comunidad mundial y de cómo ella es afectada a nivel social, cultural, económico y político por estas relaciones, que deben ser analizadas respecto al poder.

En mi país se vive la apariencia de una posible participación de la mujer en la vida política, pese a que no se materializa aún una discusión coherente entre las dos supuestas corrientes de pensamiento político femenino. Es una nueva protagonista de gran valor, pero no con iguales posibilidades reales a una competencia democrática por el poder político; está íntimamente recortada por su propia autopresión o la falta de los instrumentos necesarios para hacerse escuchar.

Cecilia Bustamante © 1979, Austin (Texas).

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