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Crítica:LOS CONCIERTOS DEL REAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Presentación de la Orquesta Tonhalle, de Zurich

Creo que por vez primera nos ha visitado la Orquesta Tonhalle, de Zurich, la más famosa de Suiza después de la Suisse Romande, de Ginebra. Una y otra alcanzan una calidad excelente y, a juzgar por lo escuchado, la de Zurich se encuentra en un momento espléndido por afinación, seguridad, poder expresivo, belleza sonora y agilidad.La dirige, desde hace cuatro años, Gerd Albrecht (44 años), un director de mérito revalidado tanto en el campo sinfónico como en el operístico. Como solista actuó Justus Frantz, un alemán de 45 años, bien conocido de los públicos en versión directa y a través de una abundante discografia. Su versión del «segundo concierto» de Beethoven fue clara, musical, incisiva, dotada del espíritu clásico vienés que corre por sus pentagramas. Y la Orquesta colaboró con flexibilidad y encanto sonoros. Antes, una obra tan bella como negada al fácil éxito multitudinario, la obertura de Alceste, de Glück, evidenció la transparencia y el «Iegato» de las cuerdas así como la seriedad de criterio del maestro Albrecht.

Temporada de la Orquesta y Coro nacionales

Orquesta Tonhalle, de Zurich. Director: Gerd Albrecht. Solista: Justus Frantz. Obras de Glück, Beethoven y Bruckner. Fuera de programa: Juan Straus. Teatro Real, 23, 24 y 25 de noviembre.

Después, la Novena de Antón Bruckner, la gran inacabada del compositor de Ansfelden. También una de las más bellas y más evidentemente herederas del pasado schubertiano. Desde el comienzo, solemne (por cierto, la traducción de feierlich por festivo que da el programa de mano es del todo impropia), percibimos la naturaleza de una voz última, de un canto resumen, tal y como Bruckner había pensado sin suponer que no llegaría a concluir su partitura dedicada al buen Dios. Incluso se ha querido ver tal intención en la analogía o cita de ciertos fragmentos de obras anteriores (dos misas, sinfonías quinta, séptima y octava), por más que tales alusiones habían sido ya practicadas por el compositor y por otros muchos como, entre nosotros, Manuel de Falla.

En cualquier caso, Bruckner no finaliza su vida y su obra en gesto espectacular, sino en actitud de continuidad: tratando de ahondar, más y más, en su pensamiento y dejándonos páginas de tanta emoción como las del Adagio, sólo comparables a su homónimo de la Octava. Quizá en el scherzo superó cuanto, dentro de esa forma y ese espíritu, había logrado antes por la originalidad y riqueza de las ideas, aumentadas en el singular trío. En cuanto al catedralicio primer tiempo, prolonga la grandeza de los de otras sinfonías en un desarrollo sinfónico capaz de agotar las posibilidades de las ideas radicales.

La Orquesta de Zurich, exactamente seguidora del criterio de su maestro, expuso la Sinfonía en re con esa solemnidad constructiva que pide el autor y dentro de la expresión misteriosa que reclama. Misterio que, una vez más, no es en Bruckner, sino el que se deriva de su fe religiosa, «espacio-místico», búsqueda de una manera especial de hacer música para Dios desde la meditación fervorosa.

En resumen: bondad de formas, nobleza de ideas y procedimientos. Tal fue la ética que animó la estética del compositor, que movió su obra «de tejas arriba». El éxito más decidido acompañó la presentación de la Sinfónica Tonhalle.

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