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Reportaje:COYUNTURA ECONÓMICA

Instalados en la crisis

Quizá el mensaje más breve a través del cual expresar la situación económica española sea el de aplicarle el término de desfallecimiento en el sentido de ir a menos, perdiendo poco a poco el aliento, vigor y fuerza, como señala la precisa definición de la Academia.Podría decirse que, a través de esta caída gradual, la economía española se va instalando paulatinamente en la crisis. Una crisis que se traduce a través de dos consecuencias fundamentales: la debilidad en el crecimiento de la economía y la disminución de las oportunidades de empleo en la población. A esta debilidad productiva y al limitado horizonte de las cifras de empleo se añade la persistencia de la inflación, inevitable acompañante de la crisis económica actual. Cerrando el cuadro, la crisis aguda de las inversiones, principal testimonio de la debilidad de la presente coyuntura, ha continuado su ya larga comparecencia en estos meses y amenaza con seguir presente en los próximos.

Pese a este comprometido horizonte -que es común a España y a otras economías para desgracia de todos-, cabe encontrar en la situacion española algunos activos que una diligente política económica debería de tratar de aprovechar de la mejor manera posible de cara al proximo ejercicio. Repasar ese su mario, parte coyuntural, constituirá el propósito del presente trabajo.

Como se ha indicado, los síntomas que presenta la situación de nuestra coyuntura no señalan una brusca caída, un colapso o una interrupción violenta en el continuo fluir de las distintas magnitudes que aprecian el pulso de la economía, sino un descenso paulatino, una pérdida gradual y persistente del escaso ritmo de crecimiento conseguido con no pequeños esfuerzos en la primera mitad del año. La economía en el tercer trimestre de 1979 ha ido a menos dentro incluso de la ya precaria situación en que la crisis nos mantiene desde hace casi un lustro.

Sin embargo, esta situación general de desfallecimiento ofrece matices distintos según cuáles sean las magnitudes objeto del análisis. Por ello, sin perjuicio de un estudio más detallado de los datos existentes -que se realiza en distintas notas que acompañan este trabajo-, interesa ahora trazar una panorámica general de la situación a la vista de la perspectiva que ofrecen sus principales componentes.

Una demanda débil

Como es conocido, la demanda viene configurada por el comportamiento de cinco grandes núcleos de gasto: el consumo y la inversión privada, los gastos de consumo e inversión del sector público y la demanda exterior. Trataremos de dar una breve impresión del panorama que presenta cada uno de estos componentes.

La demanda de consumo está determinada, en buena parte, por el comportamiento de los salarios, ya que no en vano éstos suponen más del 60% de la renta nacional. Pues bien, los datos disponibles hasta el momento muestran que a la altura del mes de julio la masa salarial en el sector de la industria y de los servicios no parecía estar creciendo, con respecto al mismo mes del año anterior y teniendo en cuenta las pérdidas de empleo, a tasas superiores al 18 % en términos monetarios. Los salarios agrícolas están registrando también una marcada desaceleración, mientras en julio señalaban un crecimiento situado en torno a un 17%, a la altura del mes de septiembre ese aumento era inferior al 14%. Teniendo en cuenta que el crecimiento medio de los precios de consumo en el mes de julio, respecto al año anterior, fue de algo más del 16%, el crecimiento real de la masa de salarios no ha debido superar el 2%, y, en tales condiciones, parece fundado suponer que el aumento del consumo en términos reales no haya podido ser muy elevado.

La situación de la demanda de inversión privada padece actualmente una fuerte depresión frente a los niveles del año anterior -que, a su vez, eran, en términos reales, menores que los del año precedente-, por lo que tampoco cabe esperar en este ámbito un apoyo suficiente al crecimiento de la demanda global. En una nota que acompaña a este trabajo se presentan los datos disponibles sobre la inversión productiva, con un análisis desglosado por clases de inversión, por lo que no se insistirá aquí sobre este punto, aunque subrayemos que la profunda depresión que viene experimentando esta variable económica en los últimos años ha continuado agudizándose en estos últimos meses.

El sector público, otro factor de la demanda

Otro de los componentes de la demanda a que anteriormente se hacía referencia es la demanda del sector público. Aunque también en este ámbito los datos disponibles son parciales y sólo se refieren al subsector Estado, cabe advertir que -en términos monetarios- los créditos autorizados para gastos corrientes presentaban, en el mes de septiembre de este año, un aumento próximo al 15% respecto a los autorizados hasta el mismo mes del año anterior, mientras que los créditos para inversiones, por el contrario, habían disminuido en casi un 12% respecto a las cifras de 1978. Si se tiene en cuenta la variación de los precios de un año a otro, cabe concluir con certeza que -en términos reales- los gastos corrientes del Estado no han aumentado respecto al año anterior y que los gastos de inversión han debido reducirse de forma notable respecto a las mismas fechas de 1978. Aunque estos datos sólo se refieran a las operaciones presupuestarias del Estado, constituye indicio suficiente para concluir que la demanda pública debe estar también pulsando a la baja en los momentos actuales.

El resultado conjunto de todos estos comportamientos no puede ser otro que el de una situación de atonía en la demanda interna.

¿Qué puede decirse del comportamiento de la demanda externa?

Durante 1978 la demanda exterior constituyó el elemento más dinámico de la demanda global. No puede afirmarse lo mismo en este año, en el que la desaceleración que se observa en todas las magnitudes internas de la economía española en el tercer trimestre también ha afectado a la demanda exterior, si bien con matices.

Las mejores perspectivas las Tresenta la demanda exterior de mercancías, que, por el momento, continúa ofreciendo tasas importantes de crecimiento monetario, próximas al 19% en lo que va de año. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las exportaciones de servicios, que han comenzado a mostrar síntomas de debilitamiento en los últimos meses. El resultado neto de estos factores no es otro, como acaba de indicarse, que la aparición de síntomas de debilitamiento gradual en este componente de la demanda global.

El desfallecimiento de la oferta en el segundo semestre del año actual es un claro síntoma que detecta cualquier reconocimiento superficial, incluso de los contados datos de los que dispone la economía española. Ese desfallecimiento es general y afecta a los tres grandes sectores de la economía: la agricultura, la industria y los servicios.

La excepcional cosecha de 1978 puso las cosas muy difíciles para conseguir crecimientos positivos en la producción rural en 1979 y, aunque el año agrícola actual no pueda calificarse de malo, sin embargo, no ha conseguido alcanzar los resultados del ejercicio pasado. Una desigualdad extendida domina las distintas producciones, con registros negativos en cosechas vitales como cereales, patata temprana, remolacha, almendras y aceite. La producción ganadera y otras producciones agrarias compensa, en parte, esa pasividad, pero no del todo, con lo que la caída de la producción agraria será un hecho situado en torno al 3 %.

La debilidad del sector servicios, como se indica en una nota siguiente, halla su origen en la primera crisis turística sufrida pot España en los últimos años. Origen sólo, ya que la crisis afecta a otros sectores: transportes, comercio.

Cerrando el cuadro, la producción industrial, que experimentó una aceleración en la primera mitad de 1979, ha ido perdiendo fuerza con claridad durante el tercer trimestre.

Los precios: estabilidad tensa

El estado de tensión subyacente bajo una situación aparente de relativa estabilidad es la característica más acusada del comportamiento de los precios al consumo en los momentos actuales.

Así, frente a un crecimiento de los precios de consumo, a finales de 1978, del 16,5 %,su aceleración actual se sitúa en torno al 15,5 %. A juzgar por las apariencias, la tasa de inflación parece, pues, relativamente estabilizada.

Sin embargo, en la nota que expone el crecimiento de los precios y sus causas se hallarán motivos suficiéntes para justificar la afirmación de que nos encontramos ante una situación de estabilidad «tensa», pues la heterogeneidad en el comportamiento de los distintos componentes de los precios y, sobre todo, el comportamiento decisivo de los precios agrarios parecen anunciar -en este ámbito futuras tormentas que, según todos los indicios, no tardarán mucho -desgraciadamente- en presentarse.

El empleo: reducción paulatina

Uno de los datos más significativos de la coyuntura económica española es la caída continuada del empleo. La encuesta de población activa del segundo trimestre del año en curso señalaba ya una pérdida en el empleo próxima a los 85.000 puestos de trabajo, en relación con el trimestre anterior. Si a estas cifras se unen las pérdidas de empleos durante el primer trimestre de 19 79, el resultado final es una pérdida neta de más de 185.000 puestos de trabajo en los seis primeros meses del año en curso, que si no han tenido reflejo con igual intensidad en las cifras de paro se ha debido a la intensa disminución de la población activa. Característica destacada de la coyuntura actual, que reclama una atención continuada y creciente y un análisis detenido. Conocemos mal los problemas de empleo de la sociedad española y esta ignorancia debería remediarse.

Las previsiones para el tercer trimestre no pueden ser optimistas cuando se tiene en cuenta que durante el mismo -según hemos indicado- la actividad económica ha flexionado a la baja y por lo mismo, cualquier previsión que pueda realizarse en materia de empleo compondrá, sin duda, un cuadro más grave todavía que el que acaba de comentarse.

Los activos de la situación de cara a 1980

El panorama que acaba de exponerse no es, ciertamente, brillante, pero importa subrayar que la situación descrita no es exclusiva de la economía española, sino que en parecidos términos se manifiesta la coyuntura de los países de la OCDE. España no es, diferente. La recesión mundial es un hecho y los síntomas que hemos descrito no son más que la versión española de una epidemia -casi pandemia, después (de tan frecuentes repeticiones- de carácter prácticamente universal.

Frente a ese panorama adverso, la economía española cuenta con algunos activos importantes: en primer término, con una situación exterior saneada, que permite afrontar el futuro con relativa confianza; en segundo lugar, con una evolución de los costes salariales que demuestra la inexistencia -por el momento, al menos- de actitudes maximalistas o irresponsables en las fuerzas sindicales; en tercer lugar, se ha realizado ya un proceso de reajuste del empleo, que ha supuesto fuertes ganancias de productividad para la economía en su conjunto; finalmente, nuestras tasas de inflación, aún siendo todavía muy altas, continúan por ahora descendiendo en un contexto internacional de precios alcistas. No perder estos activos en 1980 es importante. Ganar más es difícil.

Es evidente que, de cara al próximo año, no se le pueden pedir a la política económica grandes milagros. El crecimiento- económico exterior establece unos techos muy claros al desarrollo económico y al comportamiento de la política económica en España. Los vientos que soplan desde ese frente exterior son contrarios. Cuando las tasas de desarrollo exterior no pro-, meten valores positivos y cuando las tasas de inflación van a continuar sosteniendo crecimientos semejantes en los precios a los que hoy se registran, es vano esperar que nuestra economía rompa los moldes de un comportamiento generalizado con realizaciones singulares y extraordinarias. No pueden esperarse milagros. La situación exterior obliga a fijarse objetivos modestos de cara al próximo ejercicio, objetivos que nos permitan conseguir un desarrollo positivo de la producción, además de mantener los equilibrios de la economía, no situándonos demasiado lejos de nuestros competidores, al mismo tiempo que realizamos el ajuste productivo que el tratamiento de la actual situación crítica económica reclama y liberalizamos -según lo prometido en el PEG- la vida económica. El ajuste productivo se ha olvidado un tanto y la liberación es más una buena intención que una realidad. El ajuste productivo debería discurrir en tres direcciones: aumentando las producciones que resultan imprescindibles para mejor las limitaciones de la oferta (energía, materias primas, productos agroalimentarios), corrigiendo algunos de los males profundos que afectan al sector de la construcción (el gran pasivo de la situación presente) y tratando de alterar el horizonte de aquellas producciones en situación hipercrítica (siderurgia, construcción naval y bienes de equipo). Este esfuerzo español tendente a crecer un poco más de lo que dejarían los vientos dominantes de la coyuntura, a registrar una inflación un poco menor de la que impondría un comportamiento excesivamente reivindicativo de los distintos grupos sociales y el conseguir más competencia y un, ajuste productivo más en consonancia con los datos de la crisis, requiere, pese a su modestia, un gran esfuerzo de la política económica. Ciertamente, la diligencia no ha sido la principal virtud en la administración de la economía española en los últimos meses. Los empresarios y los ciudadanos se quejan con razón del retraso, en el cual se adoptan decisiones políticas a las que nadie se opone y de la preocupante indolencia que caracteriza al comportamiento de la Administración española en la resolución de sus expedientes. Por esta causa, sería bueno que un programa modesto, realista, pero elaborado con firme voluntad y aplicado con energía y perseverancia, tratase de conseguir los mejores resultados permitidos a una economía que se ha instalado en la crisis.

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