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Tribuna
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¿Fuerzas ocultas?

Agente de Cambio y BolsaLa Bolsa es siempre noticia, y estos días de una forma especial; pero no hubiera yo cogido la pluma y dirigido a uno de nuestros primeros periódicos si mis colegas no me hubieran provocado. Probablemente mi doble condición de agente de Bolsa y articulista y el hecho de haber escrito en una obra sobre la Bolsa española que «en el caso de los valores bancarios, el sistema de especialistas aplicado en España no encuentra justificación suficiente» es razón bastante. Me encuentro y encontraba -como otros muchos agentes de Bolsa- entre los críticos del sistema seguido para la conformación de los precios de las acciones bancarias. Ahora bien, de ahí a poner en duda la ortodoxia de los métodos de contratación y la significación de los precios bursátiles o denunciar maniobras oscuras sobre la Bolsa hay un largo recorrido.

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Podemos contemplar las cosas con enorme serenidad, pues ya tenemos muy poco que perder; si la Bolsa española no se ha cerrado ha sido por auténtico pudor, porque mayor indiferencia ante la ruina de una masa de ahorradores no puede pedirse.

El tópico de las maniobras oscuras que hoy renace al ver caer en picado la cotización de las acciones bancarias es viejo. Hace exactamente dos años, un ministro del Gobierno -creo que de Trabajo-, haciendo gala de locuacidad, afirmaba que lo que sucedía en la Bolsa no tenía nada que ver con la situación de la economía española. Es probable que este disparate pueda disculparse ante el optimismo que suele embargar a las personas cuando estrenan «poltrona» tras largos años de espera: placer efímero, pero placer intensísimo, que ha tenido la virtualidad de descarriar el cerebro de no pocos que acuden ahora a mi memoria. A dos años vistanadie puede decir que la Bolsa no anticipaba el hundimiento de la economía española, como los recientes sucesos de Wall Street y la escalada del oro anuncian acontecimientos para los meses próximos. Lo verdaderamente grave es que aquel Gobierno se creyó «a pies juntillas» aquello de las fuerzas ocultas y misteriosas y dejó que las cosas siguieran como estaban. Se consoló y sigue consolándose con un informe elaborado por nutrida comisión que podemos anticipar fracasará ruidosamente,porque estamos a tiempo de equivocarnos. No hubo entonces fuerzas ocultas y no las hay ahora tras la reciente caída de las acciones bancarias que resistían -ahí ancladas- en lo que es ya el gran «crack de la Bolsa española del siglo XX»: cinco años largos de caída de precios y unas pérdidas que superan los 15.000 millones de dólares; algo así como cuatro veces la factura petrolífera que tanto se airea.

El informe de la comisión es especialmente deficiente en el tema de la fijación de los precios bursátiles, y esto sucede porque, como ya he indicado en v arias ocasiones, al informe español se le puede hacer la misma crítica que un gran economista norteamericano -Georges Stigler- le hacía a un informe paralelo elaborado para Estados Unidos por el SEC, que carece de una teoría económica válida para explicar el fenómeno de la formación de los precios en Bolsa. He disculpado a la comisión española porque tal vez no dispuso de tiempo, pero a veces, al releerlo, pienso si esto no es una galantería. Una vaguedad como la siguiente no está justificada más que en la insuficiencia de un armazón teórico preciso, principal defecto del informe, «en especial», nos dice, «habría de evitarse que por parte de las entidades emisoras de los títulos -u otros intermediarios conectados con ellos- se establezcan posiciones predominantes que impidan la libre formación del cambio. No parece factible ni conveniente impedir que dichas entidades puedan preocuparse de la cotización de los valores, pero deben hacerlo en total igualdad de condiciones con respecto a los restantes operadores del mercado, esto es, no actuando en él una vez conocidas las posiciones de los demás» (capítulo IV).

Las entidades bancarias consideran que,si han de preocuparse de la cotización, tienen que saber la posición; de lo contrario, no ven la forma de hacerlo. Pero lo que muchos nos preguntamos es de dónde se ha sacado el informe que los emisores deben preocuparse de la cotización de sus valores interviniendo el mercado.

El celo de la banca española por cuidar sus cotizaciones tiene una explicación bien sencilla: piensen ustedes que con la humilde cantidad de 6.000 millones de dólares se podían quedar con toda la banca del país. Desde luego, la banca siempre ha propiciado una cotización alta de sus accionescomo medio de evitar la penetración de otros grupos bancarios y seguir cada uno en su isla. Por eso nunca dejé de sonreírme cuando se acusaba a la banca de manipular la Bolsa con fines de desestabilización política o económica. En realidad, la banca ha sido impotente para evitar un desplome que a ella nunca le ha interesado. Por esa misma razón tengo que seguir sonriendo cuando estos días se nos dice que el especial sistema de contratación de las acciones bancarias está siendo manipulado con este fin. La banca es la primera interesada en que sus acciones no se coticen al nivel de las demás, y a este paso tampoco podrá evitarlo.

No hay fuerzas ocultas, ni es nada nuevo el especial sistema seguido para fijar el precio de los valores bancarios. La vicepresidencia económica tuvo ocasión de modificarlo, precisamente a propuesta mía, hace más de cuatro años, y no juzgó prudente hacerlo. Pero hoy esto ya no sirve de nada: el mercado bursátil se ha hundido porque nuestra economía está en las cuerdas y nadie podía haber instrumentado una política financiera más desgraciada que la de los programas económicos españoles.

Lo grave de esta situación -que el propio presidente del Gobierno no oculta ya- es que el pesimismo de nuestras autoridades y la inercia por reconocer los errores que se han cometido no nos hacen vislumbrar salida alguna y no nos queda ya otro recurso que el de arriesgar la previsión, y por lo que a mí toca, ya lo he hecho y lo subrayo. Si la política financiera continúa en los planteamientos iniciados en 1973-1974, el fracaso será ruidoso, ya lo está siendo.

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