Del imperio austriaco al Gobierno socialdemócrata
En el escaparate de la pastelería Demel, de Viena, antiguos proveedores de la casa imperial, las reproducciones en merengue de Carter y Brejnev toman café en una clásica mesa de tapa de mármol y patas de hierro, mientras juegan a las damas con misiles y otros ingenios balísticos. En otra mesa, un poco más atrás, dos austriacos, el secretario general de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim, y el canciller Bruno Kreisky -caracterizado con la indumentaria de Metternich- vigilan atentamente la partida.Los austríacos contemplan la escena con admiración y sonrisas. Para la gran mayoría, el encuentro reciente de Carter y Brejnev y la consolidación de Viena como tercera capital de la ONU supone la consagración del éxito de su segunda república. El jefe del Gobierno no es Metternich. Bruno Kreisky ha realizado una vasta reforma de la política interna con sus sucesivos Gobiernos, pero el creciente protagonismo del canciller federal en la escena internacional hace soñar a algunos austriacos con la sombra de Metternich en los pasillos de las Naciones Unidas.
En el cuarto año de la primera guerra mundial cayeron la monarquía austrohúngara y los viejos sueños imperiales. Nacía la primera república, que vería reducido a una octava parte el territorio de su soberanía. Los enfrentamientos entre los partidos cristianosocial y socialdemócrata y la mala situación económica confirieron una vida efímera a esta primera experiencia republicana.
El acceso de Dolfuss a la cancillería federal, su posterior asesinato y la situación de guerra civil larvada culminaron con la anexión de Austria al Reich alemán. Las tropas del Führer cruzaron la frontera el 12 de marzo de 1938 y al día siguiente se promulgó la ley Federal de Anexión de Austria con el Reich alemán.
Los ciudadanos austriacos de 1979 son muy celosos de su identidad como Estado. Pertenecen a la cultura de habla alemana, pero reclaman constantemente su independencia y autonomía total con Alemania; Los recuerdos de la primera república y el régimen del Aushcland, que causaron división entre la población, son todavía celosamente guardados.
La segunda guerra mundial, la derrota del Führer y la participación parcial de ciudadanos austriacos en la Werhmacht finalizaron con la ocupación del territorio nacional por los ejércitos aliados.
El 27 de abril de 1945 se formaba el primer Gobierno provisional, pero el último soldado aliado no cruzaría la frontera hasta diez años más tarde. En 1945 se celebraron las primeras elecciones libres de la segunda república -bajo régimen de ocupación-, que dieron 161 escaños al Partido Popular Austriaco (antiguos socialeristianos) y al Partido Socialista Austriaco, de los 165 que componían la Cámara. Tuvo que llegar el año 1955 para que Austria lograra su completa independencia. Un subsecretario de Asuntos Exteriores llamado Bruno Kreisky negoció el Tratado de Neutralidad Permanente, que, elevado a rango constitucional por el Parlamento, consiguió la salida del país de los contingentes de tropas americanos, ingleses, rusos y franceses. En aquel momento comenzó la reconstrucción de la Austria de nuestros días.
Gobierno de coalición, salida de la dictadura
Los austriacos confirman hoy día en sus conversaciones que fue necesario un Gobierno de coalición entre los dos grandes partidos -Populista y Socialdemócrata- para hacer frente a la reconstrucción nacional y conseguir la completa independencia del país. El primero de los gabinetes contó con representación del Partido Comunista, que se prolongó hasta 1947. El nuevo estado pagó a la Unión Soviética 152 millones de dólares USA y diez millones de toneladas de petróleo crudo a cambio de la propiedad de la industria pesada -hoy nacionalizada-, que al pertenecer a titulares alemanes fue incautada en la segunda guerra mundial por las tropas soviéticas.
El Gobierno de coalición duró hasta 1966. Los populistas alcanzaron la mayoría absoluta en las elecciones de este año y los socialdemócratas prefirieron pasar a la oposición antes que formar parte del nuevo gabinete. Durante el período de colaboración en el Gobierno de las dos principales fuerzas políticas se creó todo el entramado jurídico-político del nuevo régimen y se crearon las bases económicas y sociales de la segunda república. La Socialpartnerschaft, colaboración permanente de empresarios y obreros con el Gobierno, para arbitrar todas las cuestiones relevantes de precios, salarios y producción, se convirtió -sin figurar en ninguna ley- en una institución primordial para la buena salud del sistema económico y político.
Los rojos, nombre que se dio en la primera república a los socialdemócratas, no cerraron la Opera Imperial, hoy Teatro Nacional de la Opera. Los turistas y vieneses se ponen sus mejores galas para contemplar la Bohéme, de Puccini, pero las barbas contestatarias y los tejanos raídos se aprovechan de la entrada por veinte chelines (poco más de cien pesetas), que dan derecho a ver las representaciones al fondo del patio de butacas, de pie. Sólo ha variado una pequeña cosa: el descanso se ha reducido de casi una hora a quince minutos. El sindicato de tramoyistas no permite unas escenificaciones tan prolongadas. Por eso, el paseo ritual por los salones del palacio con la copa de champán y naranja hay que limitarlo y las tertulias deben reducirse a simples saludos.
Mientras tanto, los socialistas, desde que alcanzaron el poder en 1970, han realizado una amplia labor de gobierno en solitario.
La toma del poder comenzó en 1967, con el nombramiento de Bruno Kreisky como presidente del partido. En 1970, los socialistas lograron mayor número de votos que los populistas y comenzaron un Gobierno en solitario, que no contaba con la mayoría de los escaños. En octubre de 1971, el canciller provocó unas elecciones anticipadas, que esta vez le valieron para alcanzar la mayoría parlamentaria. Las urnas volverían a confirmar este mismo resultado en las consultas de 1975 y 1979.
En esta década, los socialistas dirigieron toda su labor de gobierno al saneamiento constante de la economía, que les ha permitido superar la crisis económica mundial en posiciones envidiables, el desarrollo de una legislación social progresiva y una profunda reforma legal en el derecho de familia y penal, que hace posible la existencia del divorcio y el aborto.
Un 90% de los habitantes profeson la religión católica, y el cardenal arzobispo de Viena es considerado en círculos eclesiásticos como una de las más influyentes figuras del episcopado mundial. Los socialdemócratas consiguieron aprobar por consenso con los otros partidos la reforma del régimen patriarcal de la familia, la despenalización del adulterio y la homosexualidad, e introdujeron el divorcio, que cambiaba la legislación existente, cuyos antecedentes se remontaban al concordato firmado en 1934 por el canciller Dolfus y el secretario de Estado cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII.
La despenalización del aborto, que también contó con la oposición frontal de la jerarquía, no pudo aprobarse por consenso entre las fuerzas parlamentarias, y el Gobierno, con el solo apoyo de su partido, consiguió despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo en los tres primeros meses.
Para algunos austríacos, sin embargo, este balance positivo de la etapa socialdemócrata tiene también sus lagunas y puntos oscuros.
Bruno Kreiski, de 69 años, y de origen judío, es admirado, pero también criticado. Se le considera en algunos círculos excesivamente personalista y con una necesidad imperiosa de controlar los más mínimos detalles de la Administración pública. Los martes por la mañana de todas las semanas, finalizada la reunión del Gabinete, en la antesala de la sala del Consejo de Ministros, de pie, rodeado de los miembros del Gobierno, el canciller responde con gran agilidad a todas las preguntas que le dirigen los periodistas. A pesar de su edad y los rumores sobre la enfermedad que padeció hace año y medio en un ojo, sus respuestas son duras y, en ocasiones, bastante ingeniosas.
Sin embargo, la pieza de mayor escándalo en el actual Gabinete es Hannes Androsch, vicecanciller y ministro de Hacienda. Hombre joven, que contrasta con la avanzada edad de la mayor parte de los políticos austríacos, ha protagonizado algunas actuaciones que han sido denunciadas en los periódicos. El ministro de Hacienda posee un gabinete de asesoramiento fiscal que, a pesar de su excedencia, no ha parecido un negocio muy ortodoxo para el ministro responsable de los impuestos. Los gastos realizados por Androsch con motivo del baile de la ópera, 60.000 chelines (más de 300.000 pesetas), y otros asuntos han rodeado la figura del vicecanciller de una leyenda de enfant terrible del establecimiento político austriaco.
No obstante, estos pequeños escándalos son acogidos con actitud tolerante por la opinión pública. Prueba de esta tolerancia es la confesión de una alta personalidad del Estado, de profundas convicciones católicas, acerca de los problemas generados por la ley de despenalización del aborto. «Mi mayor problema», comentaba, «era ir a misa los domingos con los nietos. Los sacerdotes se llevaron mucho tiempo hablando del aborto desde los púlpitos, y a la salida los niños preguntaban si ellos podían abortar.»
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