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Reportaje:

La vida puritana en el Irán de Joimeini

Las calles de Teherán no son un «inmenso mar de chador», como se escribía, en apresurada búsqueda de metáforas, en los días anteriores a la revolución que derrocó al sha. Sólo en los arrabales de la ciudad son excepción las mujeres vestidas a la europea. Más arriba, en las calles en las que se encuentran la oficinas y los barrios residenciales se ven ahora menos velos negros que en la época en que reinaba el sha. El ayatollah Jomeini ha logra do vencer algunas de las costumbres occidentales: el alcohol, el cine erótico, la música pop..., pero ha sido incapaz de imponer la moda retroislámica. Hace tres meses que cerró Classis, la resistencia hecha discoteca. Classis estuvo abierta en los días más duros de la revolución y también ha sido la última en cerrar. «Sí, aquellos fueron los días más duros», le decía su propietario al final de la primavera pasada, a nuestro enviado especial Félix Bayón. «Temí que la quemasen... Pero este era un riesgo que tenía que asumir... Entonces nos visitaron varias veces los comités revolucionarios. Yo fui detenido en tres o cuatro ocasiones, pero el negocio siguió abierto. Cuando el 10 de febrero se asaltaron los cuarteles y se empezó a repartir armas, yo también me hice con algunas y organicé mi propio servicio de vigilancia, para que los clientes pudiesen bailar tranquilos... También es verdad que venían pocos clientes.»Pero ya no existe Classis. Para los occidentalizados habitantes del norte de la ciudad sólo queda ya un punto de cita: el bar del Sheraton, donde se sirven unos sabrosos zumos de fruta. El ligero punto ácido de la bebida, el tintinear de los cubitos de hielo y la inmensa copa hacen recordar, de algún modo, los placeres del decaído Occidente. El bar del Sheraton sigue siendo también el lugar de encuentro de los elegantes de la ciudad y también el de los homosexuales. Porque las rígidas penas impuestas por les tribunales islámicos no han conseguido vencer la operación destape iniciada por los homosexuales inmediatamente después de la caída del sha.

Hace ya un par de meses que el mercado negro de bebidas alcohólicas ha pasado a mejor vida. En su mejor momento, se llegó a pagar hasta 10.000 pesetas por una botella de escocés. La importación estaba prohibida, pero había una estrecha válvula de entrada: la de los extranjeros que entraban en el país cargados de botellas compradas en las free-shops de aeropuertos europeos o americanos.

Ya no queda ni esa pequeña posibilidad. Los aduaneros no dejan pasar ni una sola botella. La vida frívola transcurre en Teherán con modestia y languidez. Los grupos de jóvenes amigos valoran ahora algo tan inaudito como los rudimentos de química. Un amiguete enterado puede improvisar en su cuarto de baño una destilería clandestina con capacidad de producción suficiente como para alegrar las fiestas del fin de semana.

El bricolage alcohólico viene dando lugar a muchas desgracias: son cada día más frecuentes los casos de las personas ingresadas en hospitales con daños cerebrales por haber ingerido alcohol metílico. Algunos pícaros transgresores de los preceptos islámicos terminan encontrando la ceguera o la muerte horas después de la celebración de un guateque.

Si bien sigue existiendo una prostitución de lujo al alcance de extranjeros adinerados, el más rígido puritanismo reina en todo el país. Los dibujos animados de la televisión marcan el punto máximo de la frivolidad permitida. En los cines sólo se siguen encontrando películas políticas o de karate. La saltarina violencia de Bruce Lee no es considerada contrarrevolucionaria.

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