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Reportaje:

Las radios piratas acosan a Sealand

Los piratas y conquistadores de islas no han muerto. Siguen más vivos que nunca. Durante el pasado mes de agosto, un misterioso comando de piratas permaneció vigilante en aguas del mar del Norte, muy cerca de la desembocadura del Támesis y tan sólo a trece kilómetros del gran puerto inglés de Harwich. Pero su objetivo no se encontraba en Inglaterra, ni en sus costas, sino en Sealand, un diminuto país artificial, levantado sobre el mar, que no es más que una plataforma de hormigón con una extensión de 340 metros cuadrados. Desde las playas inglesas se podían observar con detalle las operaciones de guerra de los aspirantes a invasores, pero ningún organismo europeo pudo impedir esta amenaza. Ni Inglaterra ni otro país europeo tienen jurisdicción sobre este minúsculo Estado.

Los piratas evitaron dar publicidad a su presencia y actuaron con un exagerado sigilo. No eran mercenarios. Y los defensores de Sealand -un país tan pequeño, que sólo cuenta con 180 pasaportes- velaron noche y día para preservar, según aseguraban ellos mismos, «la integridad y libertad de su territorio». Afortunadamente, los agresores fueron reducidos y no hubo lugar a una confrontación armada. El príncipe heredero, que había sido secuestrado, volvió a su país sano y salvo.No es la primera vez que ocurren episodios de este tipo en Sealand, un trozo de tierra en el mar que, en su origen, fue una plataforma militar con dos torres fragosas que los ingleses construyeron en 1942, a siete millas de Harwich, fuera de las aguas territoriales británicas. Al firmarse la paz entre los países beligerantes de la segunda guerra mundial, Gran Bretaña se olvidó de esta pequeña fortaleza marina. Y las radios piratas, muchas de ellas de carácter pop y underground, empezaron a refugiarse en sus torres seguras. Muy pronto, las autoridades británicas tuvieron trabajo extra: desalojar a los ocupantes, furtivos.

Uno de los piratas que opuso resistencia a los británicos fue Roy Bates, un antiguo mayor de la armada británica, convertido hoy, a sus 57 años, en el príncipe de Sealand. En diciembre de 1966, la familia Bates ocupó la plaforma y defendió su derecho a apoderarse de algo que era res nullius. «Las leyes internacionales reconocen el derecho a ocupar un bien abandonado. Pues bien, Sealand está situado fuera de las aguas territoriales del Reino Unido y ha sido abandonado», explica el mismo Roy Bates, a los doce años de su hazaña. Esta afirmación no sólo no ha sido desmentida oficialmente por Inglaterra, sino que ha sido avalada por la propia Corte de Justicia británica. El heredero de Bates, su hijo Michael, fue juzgado en Inglaterra por disparar sobre los hombres que intentaban expulsarles. La sentencia del juez inglés fue clara: no existía jurisdicción británica sobre el pequeño territorio y, por tanto, no existía delito de ocupación.

El príncipe Roy, soberano

Este incidente legal, resuelto tan favorablemente para su causa, confirmó la tesis de Roy Bates. En la actualidad, Sealand es un principado independiente gobernado por su soberano, el príncipe Roy. En mayo de 1976 se hizo pública la Constitución del nuevo Estado y Gran Bretaña, Francia y la República Federal de Alemania admiten su pasaporte. El miniestado emite sellos y monedas de oro y plata con las efigies del príncipe Roy y su esposa, la princesa Joan. Pero no hay ministros ni aparato estatal. De momento, se trata de un Estado familiar, en el que Roy Bates lo personifica todo. Y la bandera nacional, cortada en dos triángulos de colores rojo y negro y con un reborde blanco en la parte superior derecha y en la inferior izquierda, se alza segura y sin complejos de país enano.«Nuestro Estado será un país de libre comercio, un puerto franco como Andorra. La plataforma está asentada sobre un banco rocoso y firme, que nos permite construir varios pisos de forma octogonal, creando un puerto que dará acceso a Sealand por el mar», afirma el príncipe Roy. «En un futuro inmediato construiremos un gran hotel, apartamentos, bancos, despachos comerciales, inmobiliarias, etcétera, prosigue el soberano de Sealand. El problema del financiamiento también parece haberse allanado como en las buenas películas. Contamos con el apoyo de un grupo de banqueros alemanes», comenta orgulloso Roy Bates.

Al parecer, este consorcio alemán tiene destinada la cifra de 36 millones de libras (unos 5.000 millones de pesetas) a este fin. Pero no existe aún el peligro de que el país más pequeño del mundo se convierta en breve en un feudo o en una pequeña isla alemana. Las operaciones financieras se rigen por las leyes comerciales británicas y Roy Bates -que antes fue carnicero, y más tarde, propietario de una flota pesquera- no parece dispuesto a hipotecar su plataforma. Por lo pronto, el príncipe de Sealand no desea que su nación se convierta en un paraíso fiscal. Ya ha dictado leyes en las que indica, que los ciudadanos con ingresos anuales superiores a las. 5.000 libras tendrán que pagar un 30% de impuestos. La mayor preocupación de Roy Bates es crear una nueva plataforma contigua y dotar a su Estado de una sofisticada red electrónica que resguarde a su país de la voracidad ajena. Hasta ahora la seguridad con que cuenta es más simbólica que efectiva. El reino de Sealand, visto desde un helicóptero, parece un pequeño portaaviones que flota encima del agua gracias a dos enormes pilares que lo sostienen. Antes de aterrizar es necesario tener el permiso reglamentario y la identificación y localización del helicóptero. Pero esta sencilla operación, requiere que dos hombres desmantelen el helipuerto de Sealand y retiren las planchas de madera que impiden cualquier aterrizaje por sorpresa. Tres hombres armados -en ocasiones, además de la familia real, son los únicos habitantes de Sealand- inspeccionan los papeles y bagajes de los extraños visitantes, en este caso, periodistas.

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Acceso sin trámites al jefe del Estado

Una de las ventajas que ofrece al informador un país tan exiguo es que no es necesario pasar por trámites burocráticos para hablar con el jefe de Estado. Al salir del pequeño círculo del helipuerto, el visitante encuentra con facilidad al príncipe Roy. Con cortesía exquisita, el soberano muestra las reducidas construcciones de su dominio: un salón, tres pequeñas habitaciones con camas, una sección de radio, dos cañones, un generador eléctrico y otras dependencias anexas. A pesar de que Sealand es aún un embrión de Estado y su independencia, una especie de milagro, muchos ojos avispados acarician la idea de comprarlo o al menos compartirlo. Los promotores de radio y televisiones libres no saben ya que hacer para convencer o amenazar a Roy Bates de que debe permitir instalar sus emisoras. Los ataques de piratas, se relacionan, precisamente, con esta especial guerra de ondas. La última conocida fue la del pasado mes de agosto.En relación con este tema, el propio Roy confirma el suceso de forma sucinta: «El 10 de agosto, un helicóptero Simorski con el emblema de KLM, pidió permiso para aterrizar en Sealand. Mi hijo heredero, Michael, le denegó la autorización. Como respuesta, los visitantes lanzaron un papel con mi firma, gesto que obligó a mi hijo a aceptar el falso documento y a darles la entrada. Unos hombres armados bajaron al helipuerto y tomaron a Michael como rehén, llevándolo a un barco de pescadores. A cambio de la libertad de mi hijo, los secuestradores pedían la instalación de una estación de radio y televisión. Nosotros logramos localizar el barco y liberamos a mi hijo, a la vez que insistimos en la independencia de Sealand. La situación defensiva de nuestro país es privilegiada y sólo autorizaremos la presencia de emisoras responsables.»

Sealand, un país con vocación capitalista, desea mantener relaciones cordiales con todos los países y estados. Pero es muy probable que hechos tan rocambolescos como el anterior puedan repetirse. Al menos, las amenazas de piratas y, espías pueden capitalizarse para atraer a aventureros y turistas.

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