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Noche de tómbola y misses en Madrid

A la una de la madrugada de ayer José Luis Uribarri saludaba a los privilegiados que en la boite Caribiana de Madrid iban a vivir «una noche muy especial» dedicada a la mujer; «a esa mujer que trabaja, que va escalando puestos en la sociedad, que se va superando y además es bella; por eso está aquí está noche», diría a bote pronto la presentadora de alterne, la televisiva Mercedes Rodríguez. Se trataba de elegir a Miss Madrid y Miss Centro, una especie de fase eliminatoria para la competición de Miss España. En verdad una noche muy especial «dedicada a la mujer» que desfilaba sobre la pasarela, a los hombres que las contemplaban desde las butacas y, sobre todo, a las casas comerciales. Una noche que uno no sabe si la ha echado a misses o a una tómbola de Cáritas. Escribe Daniel Gavela.

Porque aquello fue antes que nada una noche de tómbola pregonada con sonrisa profesionalizáda por el inevitable en estos menesteres, José Luis Uribarri y su locutora deuteragonista, Mercedes Rodríguez, que no querían ser pesados, pero que no cesaban de mencionar la prodigalidad de las casas comerciales para con las protagonistas de la noche de la mujer. «Un reloj de Enrique Busián para la sexta clasificada», decía él; «un tratamiento cosmetológico de Cristina Herráiz»; decía ella; «una cubeta con botella de whisky», añadía él; «una maquinilla Lady Shave», añadía ella.Sin embargo, las menos afortunadas de la noche, las que no quedaron clasificadas entre las seis primeras, no cubrieron gastos. Chicas de extracción modesta casi en su totalidad -no faltaba la niña-bien- se gastaron entre 10.000 y 15.000 pesetas en ropa para los distintos pases eliminatorios a que fueron sometidas hasta llegar a la «gran noche». Diez mil pesetas se gastó Mari Mar Gómez, dieciocho años, modelo de vocación frustrada por su baja estatura, que pretendía, no con mucha confianza, crecer unos centímetros a costa de una corona de bisutería.

Todo muy en orden, la organización fue perfecta -«chicas, al salón»; «a formar en el pasillo con el número en la izquierda», decía Alberto Arjona, de Caribiana-, una a una fueron desfilando; primero, en traje de calle; luego, en traje de baño -«la prueba de fuego», al decir del señor Uribarri-. Finalmente, todas juntas describieron sobre el escenario repetidas ruedas de presos para que los miembros del tribunal tomaran las tallas de rigor -busto, cintura y caderas- a ojo de buen cubero.

¡Cómo traicionaban los nervios, sobre el escenario! Ni la sonrisa natural, ni siquiera la ensayada tantas veces ante el espejo brotaba de los labios de las aspirantes. ¿Qué quedaba sobre las tablas de aquel movimiento insinuante y convincente, cuando las más parecían arrastrar con los pies una red de pescador llena de peces muertos? Sólo alguna, la más profesionalizada, logró lanzar una mirada, tangencial a su propia cadera y un ppco sesgada a retaguardia, sobre los jueces.

Los jueces sentenciaron: Miss Centro, Lourdes Manjabacas García («Por favor, quitadme ese apellido, que además trabajo en una central lechera»), de veinte años y 1,70 de estatura, y que quiere ser modelo; Miss Madrid, Lola Forner Toro, de diecinueve años y 1,69 de estatura, que, ¡cómo no!, quiere ser actriz, a pesar de que Damián Rabal, patrón de lo mejor de los cómicos nacionales, afirmara que «de aquí no salen actrices, eso no me lo creo yo; aquí se viene para estrella y se acaba siendo carne de cañón».

A las cuatro y media de la madrugada una niebla azulada llenaba Cariblana, cuando se vaciaba de gentío. No era polvo de estrellas, ni siquiera polvo de ilusiones de estrellas. Era humo de tabaco.

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