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Un cambio radical en la forma de contar las noticias

Si tomamos un suceso cualquiera, del tipo de un crimen procesado, por ejemplo, y queremos saber cuál es la historia original que ha desencadenado toda la posterior maquinaria judicial, tendremos que escuchar, según las partes interesadas, toda una serie de interpretaciones individuales, tales como la del asesino, los posibles testigos, el policía que realizó la investigación; olvidar el testimonio físicamente invalidado de la víctima, etcétera. Con todos estos ingredientes en la mano y un poco de sal deductiva podremos preparar el caldo de la supuesta historia «Objetiva», la historia juiciosa con la que habrán de trabajar el juez y el redactor de la correspondiente nota de sucesos. Pero si tanto los filósofos, como la práctica, como la lógica, nos enseñan que el juicio es una costumbre estúpida, una falsedad, una engañifa sobre la que se sostiene todo un mundo de errores y terrores, es de suponer que la interpretación de los que pretenden plasmar la definitiva «historia verdadera» será tan fácilmente discutible como cualquiera de las otras, y probablemente más aburrida.Así pues, eliminada la exigencia de la verdad, de la fidelidad, de la tranquilidad, en el relato de los hechos, ¿qué nos queda exigir? La emoción, tal vez. ¿Y cuál ha de ser la historia más emocionante? Posiblemente la que nos cuente el asesino, con sus frases manchadas en la sangre. ¿Qué quiere esto decir? ¿Que el asesino ha de convertirse en periodista? ¿Que el periodista ha de convertirse en asesino? Solamente que la historia del periodista ha de intentar superar en emoción a la del asesino. Y es aquí donde el reportero pasa de su condición de ser anónimo e inerte a protagonista activo.

Más información
Wolfe, Kerouak, Capote, Mailer, Bukowski...
Bibliografía en castellano

La información, sabido es que está sometida a todo tipo de manipulaciones, archisabido que una de las más abominables es la que el Estado y otros mecanismos de poder realizan, de modo continuo, para seguir manteniendo la sartén cogida por el mango. La prensa independiente se ve ante el dilema de enfrentarse a tal manipulación, ofreciendo una información supuestamente objetiva; de subjetivizar esa información, contrarrestando el peligro del lavado cerebral que podría producir en los lectores; u olvidarse de toda escritura de poder y realizar un periodismo de inutilidad informativa, que sólo se justifica por su propia presencia e interna coherencia literaria. Entre todas estas gaitas, por algún lugar de la danza entra en escena el nuevo periodismo.

Aquí siempre pasa algo

En la dorada década de los sesenta ocurrieron muchas cosas. Tomemos un lugar: Estados Unidos. Un país tan grande y tan alucinantemente estructurado, que sus millones de habitantes desquiciados y felices son capaces de realizar los actos más sorprendentes, las atrocidades más escalofriantes, el arte más atrayente y las extravagancias más exasperadas. Todo es noticia. Si hay algún lugar donde nunca pasa nada, no es este. Aquí siempre pasa de todo. Y en los años sesenta todo fue una vorágine de múltiples estallidos. Revolución sexual, revolución negra, revolución estudiantil, revolución.... drogas, flores, cortes de mangas a la guerra, surrealismo cotidiano, arte pop, automóviles, hombres en la Luna, rock and roll, música del silencio, bombas atómicas, happennings, chinos, minifaldas, surtidores de Coca-Cola, horror y náuseas, Nueva York, Las Vegas, Hell Angels, contracultura, napalm, travestis, marihuana en la Casa Blanca, macrobiótica, el culo de Warhol, nenas, nenas, acné juvenil, hippies, yippies, panteras negras panteras, bañeras de ácido lisérgico, budismo zen, Woodstock, cowboys en avioneta, amor, televisión en color, cita en San Francisco, un cerdo de verdad candidato a presidente, camisas estampadas, hijas que se van de casa, matrimonios que se entregan a la promiscuidad exterior, conmoción, conmoción, conmoción...Puesto que la realidad superaba a toda ficción, ¿por qué no aprovechar el pandemonio de hechos reales como temas para hacer una literatura conforme con los tiempos que se corrían? Mas aquellos a quienes supuestamente correspondía esta labor, esto es, a los literatos o artesanos de la palabra, digamos que el asunto se les escapó de las manos, y se hizo patente su incapacidad para abandonar su vidriosa posición intelectual y glacial afectación fabuladora. Tuvieron que ser los periodistas, al parecer, los que se acogiesen al ritmo frenético de los días y cogiesen al toro por los cuernos, comenzando a publicar un nuevo tipo de artículos, con temas nuevos, tratamientos nuevos y un estilo nada frecuente en el mundo periodístico. Del habitual lenguaje ramplón y sintaxis elemental de la prensa se pasó a la brillantez, libertad y subyugación del lenguaje literario. El nuevo periodismo, como caído del cielo, vino a brindarles, a reporteros y demás fauna de linotipia, la posibilidad de realizar su sueño, de lucirse, de hacer escritura de creación a partir de unos ¿hechos? reales. La imaginación podía, al fin, entrar en el ruedo, el arte moderno podía plantar pie en las redacciones; los editores concedían libertad a sus chupatintas, la inmediatez de difusión ofrecía un sinfín de atrayentes posibilidades. Y, lo que era mejor, el invento se vendía.

El público, acostumbrado a leer el periódico como si fuese un acto más de la teatralidad del desayuno, sintiéndolo en su forma, en su figuración u obligación, mas tan ajeno a él en sus noticias, su frialdad, su carácter impositivo de una realidad oficial generalizada, que apartaba de su mente toda idea de poder disfrutar con su lectura, y mucho menos de ser deslumbrado y absorbido por ella, descubrió, asombrado, que podían encontrarse reportajes, pocos al principio, más abundantes a medida que transcurría el tiempo, que eran capaces de recoger su atención, de entretenerle, de acercarse a su propia realidad, ofreciéndole sensaciones, pensamientos, diálogos, naturalidad, y no simples datos o impersonales recuentos de víctimas. Es por esta razón por la que también el número de posibles temas periodísticos se multiplicaba hasta hacerse infinito, puesto que lo que importaba no era lo que se contaba, sino cómo se contaba, ya no era necesaria la noticia tradicional, lo insólito o lo obligatorio de informar; cualquier hecho intrascendente, vulgar, cotidiano, podía convertirse en fascinante reportaje gracias a la sensibilidad y el buen hacer del reportero.

Cualquier cosa era válida para ser escrita o descrita desde la subjetiva visión del artífice del artículo: desde el viaje de un presidente a la jornada laboral de un exterminador de ratas, del diálogo con un sacerdote de la iglesia baptista a la conversación con un alcohólico vendedor de biblias. Lo único que necesitaba el periodista era saber contar las cosas de modo que pudiesen hacerse lo suficientemente fascinantes para ser dignas de interés. Hasta llegar a casos en los que el supuesto tema se olvidaba para que sólo el exclusivo protagonismo del autor y sus pensamientos, alucinaciones o indisposiciones físicas diesen cuerpo al artículo. Pero, hum, estamos haciendo historia, tan insultante como cualquier otra. Qué asco. ¿Es que ya no existe el nuevo periodismo? Claro que sí, pero ya no es tan nuevo. De hecho, nunca ha sido nuevo. Desde muchos años antes, hubo casos aislados, muy aislados en ocasiones, de este tipo de periodismo, que por su carácter, a menudo autobiográfico, puede absorber a toda clase de autobiografías, género, por lo demás, bastante antiguo, y a escritores que, por no saber hacerlo de otra manera, le daban un tratamiento básicamente literario a sus colaboraciones en los periódicos al informar sobre las guerras a las que se acercaban, o de sus viajes, o de lo que fuese.

También, por supuesto, hubo valientes periodistas, que sin ser más que eso, periodistas (en cuestiones de profesión), pudieron colar aquí y allá trabajos impregnados de novedad años antes de... iboum!, el estallido que produjo por doquier la eclosión de nuevos escritores, que ya no precisaban de la ladrillesca forma del libro para encauzar sus inquietudes, que se apoyaban en las livianas páginas de diarios y revistas, ebrios de offset, de ciclostyl y prensas. La no-ficción era más emocionante que la esforzada ficción. Cualquiera podía realizar grandes escritos y asomarse alocadamente a las columnas de los periódicos. Que nadie pidiese carnets, que nadie pidiese disciplina, las letras podían circular a saltos y entre sombras y golpes de luz. Sólo mirar alrededor, sólo escuchar, vivir y redactar actos de resistencia. El uso cotidiano de la droga permitía nuevos enfoques, nuevos giros y disecciones. Detrás de todo aquello estaba la noticia, delante de todo el autor, y en medio, la barahúnda, el kistch, la organización social, la locura, la inutilidad teatral. Y, encima de todo, la etiqueta: nuevo periodismo, para orgullo de algunos y recelo de otros, colgando sobre las cabezas y las máquinas de escribir. Que viva la novedad. Viva el periodismo. Pero.... ¿quiénes eran?

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