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FERIA DE SAN ISIDRO: VIGESIMA Y ULTIMA CORRIDA

El arte sólo estaba en la imaginación de los taurinos

Uno de los espadas -qué más da ahora quién era- le soltó un exabrupto al novillo cuando lo vio rodar muerto y bien muerto. Hijo de tal. Como si aquel animalito hubiera sido un «pregonao». Tendrá queja ese espada de tantas ínfulas, con lo que le salió por los chiqueros; él y sus compañeros de terna y de fatigas. Seis novillos, incluido el manso de Lupi, que sobre ser escasitos de presencia y de fuerza, exhibían nobleza suficiente para hacer el buen toreo y, alcanzar un triunfo sonado en Madrid.Desde luego, el buen toreo, salvo los pases de pecho, algunos trincherazos y varios ayudados a dos manos de Luis Reina, no se vio en absoluto en toda la tarde. Y no es que la terna estuviera formada por tres indocumentados. Por el contrario: son parte sustancial de la novillería que más destaca, acaparadores de festejos y de orejas, argumento predilecto de taurinos de segunda fila, a quienes se les llena la boca al cantar sus proezas: «No veas cómo anda con los toros. No veas qué cante tiene. No veas con cuánto arte se pone a ligar pases en un palmo de terreno.»

Plaza de Las Ventas

Vigésima y última corrida de feria. Cinco novillos de Antonio Arribas, escasos de presencia, justos de fuerza, con casta y nobleza, y uno de José Samuel Pereira Lupi, protestado por cojo, manso y noble. Luis Reina: pinchazo y estocada contraria (petición y vuelta). Estocada corta delantera atravesada Y dos descabellos (aplausos y saludos). El Mangui: Media desprendida, rueda de peones y descabello (silencio). Dos pinchazos, estocada corta trasera y caída, ruedas de peones y descabello (vuelta con algunas protestas). Mario Triana: Media estocada, aviso con minuto y medio de retraso y se acuesta el novillo (palmas). Estocada baja (palmas y saludos). Presidió con desigualdades el comisario Pajares. Hubo una excelente entrada y mucho ambiente triunfalista.

No veas. En efecto: no los veas, porque te va a dar lo mismo. Fantasías de taurinos, en cuya imaginación es donde únicamente se encuentra el arte de estos fenómenos. A la hora de la verdad, en Madrid, con una novilladita de lujo bien elegida y bien preparada, lo que referían de andar es pernear; lo que ligar con arte, pegar pases, siempre los mismos, uno tras otro; lo que cante, cantar la gallina. Con otros toreritos de menor nombre y escasamente placeados, enfrente de aquellas novilladas con verdadera seriedad y trapío que salían en temporadas anteriores, no veíamos tantos enganchones y tan escasa técnica, y encima la afición les juzgaba con la severidad debida.

Para los de ayer, en cambio, todo eran facilidades, y muchos aplausos a la menor ocasión, y el torito ese que es una mona y se deja dar pases, uno, dos, tres, mil, los que sean y como salgan, sin decir este cuerno es mío y ahora te vas a enterar. Así los seis; pero sobre todo el quinto, que en la embestida pronta, alegre y suave, metía la cabeza con el morro arrastrando por la arena, sin un mal movimiento lateral, como si la tuviera entablillada; y El Mangui, un coletudo envarado, sin gusto, sin arte y sin casi oficio, pegaba pases más seguidos que ligados, ninguno de ellos con la menor sombra de una calidad mediana.

La gente aplaudía, y en diversos pasajes de la faena hubo hasta entusiasmo en los tendidos; pero hay que tener en cuenta la clase de público que había el domingo en Las Ventas, casi todo él de talante triunfalista y aplaudidor, al cual le daba lo mismo chicha que limoná. El caso era alcanzar la meta última de sus deseos, que son las orejas. Y para las orejas, las ovaciones previas que allanan perfectamente el camino. Pero ni aun con esta ayuda inapreciable las consiguió El Mangui, que falló con la espada, como no las consiguieron sus compañeros de terna y fatigas.

Luis Reina había estado aseado en el inocentón primero -un esmirriado animalito-, pero en el fondo desaprovechó las excelentes embestidas, y en el boyante cuarto se puso pesadísimo, dale que te pego al derjechazo y al natural, sin cuajar nada que tuviera cierta garra, salvo unos ayudados al final de la faena. Mario Triana, que sufrió una voltereta tonta, no templaba ni mandaba, y de tanto enganchón dejó varias muletas hechas unos zorros. Sólo nos gustó en los finos capotazos con que fijó a su primero. El Mangui trasteó embarullado al segundo y sufrió varios achuchones.

Ya se sabe que a los novilleros no se les puede exigir la perfección técnica, que es más propia de matadores de alternativa, pero a quienes ya están en puestos destacados, como es el caso de los «fenómenos» del domingo, lo menos que se les debe pedir es que sepan aprovechar el toro bueno. Claro que a lo mejor ni se enteraron de que lo tenían. Desde luego, el del exabrupto no se enteró. ¿Qué tipo de novillo habrá que sacarles ya? Es difícil imaginarlo, porque Canorea ha batido en Las Ventas, unas cuantas veces, la marca de las novilladas indecentes. A lo mejor ahora piensa en las becerradas. No nos extrañaría, porque hace lo que le viene en gana y, además, le dejan.

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