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ELECCIONES MUNICIPALES / MADRID

La manipulación de la arquitectura

Desde que nuestro mundo es lo que es, y eso al parecer no hay quien lo cambie, la arquitectura ha sido manipulada por los estamentos dirigentes como un medio más de transmitir al pueblo la imagen de sociedad que en cada momento se veía conveniente.En la actualidad, la publicidad y los mass media han adquirido una importancia cada vez mayor, viendo la arquitectura disminuida parte de su importancia emblemática como símbolo de fuerza, poder e ideología. Pero esa función no ha desaparecido y aun la más moderna arquitectura es utilizada por el poder económico como imagen de prestigio y solidez. No hace falta más que un breve paseo por la «nueva» Castellana para ver cómo la antigua y cortesana imagen de los palacetes se ve sustituida por la mucho más anónima, dinámica, y corporativa de los grandes rascacielos que, bajo emblema comercial, se alzan majestuosos y esbeltos, alardeando de los últimos y no regateados adelantos en la técnica constructiva.

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Todo ello se realiza con un olímpico desprecio de consideraciones urbanísticas globales. La intención del poder prima sobre las necesidades comunes, y tanto el arquitecto como el individuo de a pie ven levantarse castillos cuyas consecuencias urbanas no parecen haber sido tenidas en cuenta.

Pero esto no es nuevo. El despegue de la realidad urbanística se dio ya en Madrid, a partir de los años cuarenta, con una serie de proyectos y teorías más próximos a la corte de Carlos I que a la cultura occidental del siglo XX. Entonces se realizaron pequeños Escoriales de ladrillo y granito que en la mente de ideólogos como Giménez Caballero significaban: « La unificación de la España liberadora, pétrea, castellana, católica y escurialense con los rojos de la España liberada.» Desde esta perspectiva surgieron el hasta hace poco Ministerio del Aire, el Instituto de Cultura Hispánica, los colegios mayores San Pablo y José Antonio, etcétera.

Pero aún más dislocadas eran muchas teorías y proyectos que no se llevaron a cabo. Así, el derribo y construcción de la Puerta del Sol, del arquitecto Palacios; el monumento a la Contrarreforma, de Aburto y Caballero, o los monumentos del «sueño arquitectónico para una exaltación nacional», de Luis Moya. Esta etapa culmina con la construcción del Valle de los Caídos, claro producto de una obsesión megalómana de ribetes freudianos.

Entre todo este pandemónium idealista se coló el plan Bidagor (aprobado en 1946), que pretendía actuar sobre la Castellana y su entorno, incluyendo hábilmente proyectos y obras iniciados en la década anterior. Sin embargo, hacia el año cincuenta comenzaron a cambiar las primitivas directrices, pasándose a un confesado deseo de emular, y aun de superar, las grandes construcciones americanas y europeas. Así, cuando se concluyó la torre de Madrid (1957), fue calificada con el mayor de los triunfalismos, como la estructura de hormigón armado más alta del mundo y como el edificio más alto de Europa, piropos que consagraban una mala y equívoca utilización de un material (el hormigón armado) que no se adecua a las grandes construcciones en altura. Al mismo tiempo y de la mano de Gutiérrez Soto, comenzaron a aparecer rascacielos por toda España, como queriendo significar con ello que estábamos a la altura de las circunstancias impuestas por el turismo, el plan de estabilización y los Gobiernos tecnocráticos.

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Comenzamos, por tanto, mal; tratando de introducir la arquitectura que se daba en los países avanzados, sin un planeamiento urbanístico acorde con ella. Copiamos la imagen, pero no las soluciones globales que dicha imagen impone.

No es cuestión de criticar la edificación en altura, sino de comprender que ya no se puede concebir una arquitectura aislada de su entorno, pagada de sí misma y situada en el limbo de los Juicios de valor.

El centro Azca se parece, o tal vez supera, a los grandes complejos americanos, pero sus consecuencias para todo Madrid son imprevisibles, precisamente por no previstas. La arquitectura declarativa de edificios o complejos no tiene una crítica sino en cuanto se contemplan sus relaciones con el entorno, su inclusión afortunada o no dentro de un planeamiento global (todo lo dinámico que se quiera) que trate de transformar la ciudad no en una aglomeración de neurosis, sino en un lugar habitable.

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