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El Vaticano, dispuesto a mediar en el secuestro de Moro

El Vaticano está dispuesto a mediar en el caso de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana de Italia, de cuyo secuestro se cumplen hoy, domingo, diecinueve días. Una nota anónima, publicada ayer en L'Osservatore Romano, en la que se confirma este propósito, explica que la misión de la Iglesia no es sólo la de predicar el Evangelio, sino la de llevarlo a la práctica con «todas aquellas acciones concretas que estén al alcance de sus posibilidades».

Sin embargo, la declaración vaticana tropieza con una dificultad. Los secuestradores del señor Moro no han pedido realmente el canje del dirigente democristiano por otros brigadistas encarcelados (por ejemplo, los quince a los que actualmente se juzga en Turín). Tampoco han pedido formalmente la mediación vaticana. Esta idea, avanzada por Aldo Moro en la carta escrita desde su cautiverio, carta que las Brigadas Rojas consideran de carácter «privado», no es seguro que sea compartida por los secuestradores.De cualquier forma, está claro que las Brigadas Rojas quieren establecer un diálogo de poder a poder y que después de la negativa de la Democracia Cristiana a negociar con los brigadistas, actitud que comparten los otros partidos políticos del llamado arco constitucional, sólo el Vaticano podría dar visos de negociación de Estado a este diálogo.

¿Pretenden las Brigadas Rojas obtener, con la mediación vaticana, una especie de reconocimiento internacional parecido al que logró de la ONU la Organización para la Liberación de Palestina? Saliendo al paso de esta hipótesis, uno de sus portavoces ha dicho: «La Santa Sede, desde una posición superior de humanidad, en casos como éstos, trata con las personas, no con las organizaciones; trata con los hombres, estén éstos dotados de poderes reales o arbitrarios. Para desarrollar su misión evangélica y humanitaria, la Santa Sede ha tenido y tiene contactos con cualquiera que sea, sin que esto implique ninguna forma de reconocimiento.»

La prensa italiana es muy cauta en este punto, entre otras cosas porque no quiere hacer el juego a las Brigadas Rojas, que están utilizando a los periódicos para la divulgación de sus comunicados.

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Posibles contactos secretos entre Brigadas Rojas y familiares de Aldo Moro

(Viene de la primera página.)

Sin embargo, no puede rechazarse de plano la eventualidad de algunos primeros contactos con los brigadistas, siquiera sea de tanteo, a través de vías particulares. Esta hipótesis la avala la aparición en la escena pública de una segunda carta del señor Moro, la dirigida a su familia, de la que no se supo nada hasta el viernes y de la que no se conocen sus términos exactos. Lo más que se ha dicho es que se trataba de unas cuantas líneas para explicar a su mujer y a sus hijos la situación en que se encuentra y para exhortarlos a tener fe.

De todos modos, sigue estando oscuro de qué modo llegó esta carta a manos de Eleonora Moro, esposa del dirigente político secuestrado. Al parecer, horas antes de que las Brigadas Rojas anunciaran al periódico turines Secolo XIX la existencia de una carta de Moro, hubo una llamada telefónica de los brigadistas al domicilio particular del presidente de la DC, anunciando la llegada de esa carta. Pero, ¿en manos de quién?

Se ha dicho que del arzobispo de Turín, el carmelita descalzo Anastasio Ballesteros, que anteriormente fue obispo de Bari, ciudad natal de Aldo Moro.

Se ha barajado igualmente el nombre de un cura párroco de Génova, Bruno Venturelli, que ya medió entre Gobierno y Brigadas Rojas durante el secuestro del juez Mario Sossi. Solo que estos dos sacerdotes han negado tal mediación. Queda, en fin, un hermano del secuestrado, Alfredo Carlo Moro, presidente del Tribunal de Menores, el cual se entrevistó, el viernes, durante dos horas, con il procuratore. Giovanni de Matteo, que instruye las diligencias. Se cree saber que Alfredo Carlo Moro (por cierto, acusado en la apertura del presente año judicial de juzgar con mano ancha a los menores), visitó al señor De Matteo en su despacho oficial no sólo para reconocer la letra de su hermano Aldo en la carta que se le atribuye, sino para ser interrogado sobre «algunos elementos sustanciales que afectan al contenido de la misiva».

No se ha perdido, por tanto, la esperanza, e incluso existe el convencimiento, de que Aldo Moro, tarde o temprano, será puesto en libertad por sus secuestradores, como lo fue el juez Sossi al cabo de cuarenta y tantos días de cautiverio. Pero resta la impresión de que volverá invalidado para la vida política, en la que era tan imprescindible, no sólo porque Aldo Moro, en los últimos veinte años, haya sabido aunar mejor que ningún otro a las corrientes en que se divide la Democracia Cristiana de Italia.

Lo fundamental, lo que hace insustituible al prisionero de las Brigadas Rojas es, en estos momentos de crisis, tu capacidad de dar visos populares al contenido conservador del partido en el Poder. Era, ha dicho un periodista que lo conocía bien, como un cardenal del Renacimiento capaz de leer en versión original, sin subtítulos (esto es, en latín), a clásicos como Horacio y, al mismo tiempo, de hacerse entender con la servidumbre en romancesco.

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