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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Ganar la paz

Estamos ganando la paz democrática con la pacífica intervención de nuestras palabras hechas cuerpo en millones de personas. En esa batalla con bandera blanca están acompañándonos con eficacia liberadora algunos jefes y oficiales del Ejército, con Juan Carlos I al frente, que de manera inteligente e incluso promoviendo un cierto impulso hegemónico, desde hace más o menos un año llevan a buen término en sus filas una labor explicativa, clarificadora, decisiva, plausible en suma, para avanzar sin enfrentamientos cruentos por el camino de la democracia que refleje fielmente las opciones del pueblo.Entre los historiadores y científicos de la política soy uno de los poquísimos autores de hoy que he hecho un análisis sistemático, y también una crítica a fondo, de las Fuerzas Armadas españolas, desde sus etapas de formación en el siglo XIX hasta la guerra civil y la consiguiente dictadura. Por ello ahora me siento autorizado a saludar positivamente las tareas y los discursos, las claras tomas de posición, para hoy y para el futuro, que han adoptado los generales Gutiérrez Mellado y Vega Rodríguez durante los últimos tiempos.

Todavía no hace una semana, en Mundo Diario (3 enero 1978) de Barcelona, escribía yo un artículo en el que criticaba las declaraciones de determinados generales «en las que no faltan directas o indirectas asperezas que ponen interrogantes simbólicos a la transición a la democracia» así como criticaba a los generales que «hablan con tolerancias matizadas por reservas respecto a la reconstrucción de una vida política que está generalizada desde hace décadas en Europa occidental» a fin de pedirles respetuosamente «que imiten, por lo menos, la serena ecuanimidad de los «grandes mudos» del ejército francés. En efecto, en Francia al ejército se le llama la grande muette (el gran mudo), definición popular que han hecho suya los textos de historia y de ciencia política, y que describe certeramente lo que han de ser unas fuerzas (esto es: una institución que guarda respetuoso silencio ante el poder político). Pero hoy hemos de felicitarnos por la claridad rotunda y con ejemplos concretos con la que se han expresado los dos principales jefes del Ejército español.

Estoy a mil leguas, y tal vez incluso a una distancia de años-luz, de Líster, pero reconozco que he tenido una satisfacción histórica, democrática, al leer cómo el general Vega ha elogiado su capacidad militar y la de Modesto, otro general comunista de la guerra civil.

Probablemente me encuentro también a una gran distancia ideológica de los generales Gutiérrez Mellado y Vega Rodríguez, pero quiero subrayar sus declaraciones de celebración de la Pascua militar como las que corresponden a unos grandes patriotas, a unos generales civilizados que se muestran dispuestos, contra vientos y mareas, a jugar la carta de la democracia. Y saludo de manera positiva esas intervenciones, no a humo de pajas, sino con la doble razón de quien, desde una posición estrictamente intelectual (al hacer el servicio militar fui un simple soldado de segunda, que no daba ni una en el blanco, así que me dedicaron exclusivamente a llevar la responsabilidad de la escuela para analfabetos), desde la actitud propia del investigador de la historia y de la actualidad, ha seguido muy atento todos los acontecimientos que se han producido en el seno de las Fuerzas Armadas durante los pasados meses.

Esos acontecimientos constituyen los fundamentos materiales, son profundamente explicativos de los discursos que ahora nos brindan los generales Vega y Gutiérrez.

Recordemos unos pocos de esos acontecimientos para que el lector pueda hacer con nosotros su propia reflexión:

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La fecha inicial (en lo que se refiere a la cuestión militar) del proceso histórico al que estamos asistiendo podemos fijarla en el 22 de septiembre: el general Gutiérrez Mellado pasa a ocupar el puesto de vicepresidente del Gobierno. Pocos días después, exactamente el primero de octubre, se toma una decisión importante: pasar a la reserva a los conocidos generales ultra De Santiago e Iniesta (esta decisión fue anulada después, si bien ya había alcanzado buena parte de los objetivos que pretendía: eliminar la influencia antirreformista de tales jefes). En el mes de enero de 1977 se concentran numerosas tensiones en el Ejército. El día 13 se da a conocer el nombramiento del general Vega como primer jefe del Estado Mayor. Pero el 24 es la jornada de mayor dramatismo de esta transición a la democracia: no sólo se produce el asesinato de los abogados laboralistas, sino que el «misterioso» GRAPO, que mantiene en un lugar secreto a Oriol, secuestra asimismo al general Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. Estas son las más graves tentativas de involución.

A pesar de ello, los militares favorables a la reforma democrática siguen pronunciándose en ese sentido. Durante el mes de febrero, Gutiérrez Mellado interviene inequívocamente en dos ocasiones: el día 7, durante una visita a la Capitanía General de Sevilla, insiste en la «obligada neutralidad de los ejércitos», y durante el funeral por unos policías asesinados impone silencio, a gritos, al capitán de navío Menéndez Vives, que se manifestaba en contra de la reforma.

Otra serie de grandes tensiones se plantea a partir de la legalización, el 9 de abril, del PCE. Como protesta, el día 13 dimite el almirante Pita da Veiga de su puesto de ministro de Marina. El 14, el Ministerio y el Consejo Superior del Ejército publican una nota de repulsa contra dicha legalización. Pero el 20, los responsables de la redacción de esa repulsa quedan cesados (el general Álvarez Zalba, jefe de la Secretaría Militar del Ministerio, y el teniente coronel Quintero, ex jefe superior de Policía de Madrid y dependiente de esa secretaría).

Sería redundante (y además ocuparía demasiado espacio en este artículo ya largo) seguir haciendo tal relación. Lo apuntado es suficientemente demostrativo de cuanto venimos diciendo. Una parte determinante de los jefes de las Fuerzas Armadas contribuye a ganar la paz democrática. Que los partidos democráticos, y en especial los de izquierda, sepan contar sensatamente con esta extraordinaria alianza.

Y mientras seguimos avanzando en la reconstrucción de la libre vida política, a veces me acuerdo con simpatía de aquel general, de aquel culto patriota, que está allá lejos, demasiado lejos en El Cairo.

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