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No hay representatividad ni base para reformar el reglamento

A pesar de la lentitud, por otra parte razonable, con que se discute el articulado del reglamento taurino para su reforma, entre representantes de la Dirección General de Seguridad y de los restantes estamentos que componen la fiesta, hay una precipitación inexplicable en el hecho mismo de esa reforma, que no es necesaria ahora -por lo menos en lo esencial- y que se hace sobre un vacío que émpieza por la consideración de si quienes la llevan a cabo tienen verdadera representatividad.Durante la existencia del sindicato vertical, y con independencia de cuanto se pueda aducir respecto a su fundamento, no había problema, en términos generales, pues toda la profesión, en sus distintas parcelas, estaba sindicada y tenía unos representantes legales. Que los profesionales tuvieran unos representantes sindicales no dejaba de constituir, en muchos casos, una flicción, pero el juego era ese (en el sector taurino y en todo el país), y llegado el momento de emprender una tarea de tanta proyección como es la reforma del reglamento, estaba claro quién debía participar en ella. Pero ahora ocurre todo lo contrario. Los toreros pueden estar afiliados a la central sindical que más les convenga, y lo paradójico es que ninguna de ellas haya sido citada para las reuniones en que se estudia la reforma. Además, extinguidó el sindicalismo vertical, la torería, que tenía en él su único aglutinante formal, ha quedado sin organización y sólo cuenta con las garantías que puede ofrecer la ordenanza laboral.

De esta manera, en los artículos ya reformados, se recurre a la ambigüedad, para llenar esta laguna, y donde el reglamento aún vigente dice Sindicato Nacional del Espectáculo pasa a decir la organización profesional correspondiente. Pero está claro que no existe tal organización profesional

En aspectos parciales -algunos de ellos sustancia misma del espectáculo- no ha habido estudio previo por parte de los profesionales del toreo (y aficionados; insistimos en que la participación de verdaderos y ecuánimes aficionados es imprescindible) y el debate se produce ya en las reuniones para la reforma, según tenemos entendido con fuerte dispersión de ideas, excesivas inconcreciones y sin que haya certeza de que puede estar conforme la mayoría de los representados en lo que se acuerda.

De manera que hay la sensación de que están empezando la casa por el tejado. Valga, a título de ejemplo, una de las propuestas de los ganaderos, la de que los novillos que se lidien sean de tres y cuatro años y no de tres a cuatro años, a lo cual se oponen los toreros en principio; pero quizá modificarían aquéllos su propuesta o éstos su oposición si uno y otro estamentos estudiaran con seriedad y sosiego, y en mesa redonda, las ventajas e inconvenientes de ambas opciones.

Todo el toreo debe organizarse con urgencia, desde luego, en el aspecto laboral, como ya viene haciendo la mayoría, pero también en el profesional, para crear una institución o conjunto de instituciones que estructuren las diversas actividades. Y serán los representantes de esas instituciones, y los de las centrales sindicales, más los grupos independientes, y la afición (repetimos, una vez más) quienes digan si la reforma es necesaria, en su caso propongan cómo debe hacerse, y la defiendan ante los poderes públicos.

Otra cosa -lo que ahora se hace, sin ir más lejos- es parchear y dar palos de ciego.

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