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Tribuna
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La censura cinematográfica, una medida insufrible

El principal problema que se plantea al recién nacido Ministerio de Cultura es el de cambiar la filosofía del departamento cuyas funciones hereda. Como es sabido, la sección cultural del fenecido Ministerio de Información tenía por objeto hacer, inviable cualquier expresión artística que no se ajustara a las pautas estético-político-religiosas del régimen.Para llevar a cabo sus propósitos, información contaba con un variado arsenal de medidas. Sin embargo, ninguna más rastrera, más insufrible y filistea que la censura, institución ésta que heredada de siglos de intolerancia supo elevarse a categorías de refinamiento administrativo verdaderamente notables.

Por su enorme poder de difusión entre las masas, la censura cayó sobre el cine español con tal entusiasmo que le prohibió cualquier tipo de invocación a la realidad, incluso la más imprescindible para hacer verosímiles personajes y situaciones. Su vertiente lingüística, el doblaje, favoreció el cine americano y como además a éste se le, aplicaron estándares de tolerancia distintos, el cine español fue desapareciendo poco a poco, en la misma medida y al mismo ritmo que el régimen se separaba del tiempo real para acabar no siendo más que un zombie político.

Pero el cine es también el resultado de una fuerte inversión económica. Así, Información dispuso de un segundo medio a su alcance, tan efectivo como la propia censura, para yugular cualquier intento de cine coherente: el manejo a su antojo del Fondo de Protección, alimentado por los impuestos a la importación de películas extranjeras. La unión de censura y protección orientada hizo del cine el campo de acción privilegiado de una burocracia cerril y garbancera que no vaciló en destruir comienzos prometedores, hundir proyectos meritorios, o hacer quebrar productoras incómodas. (El caso de Uninci es ejemplar. Haber producido Viridiana, uno de los mejores filmes de la historia del cine y nuestra única Palma de Oro en Cannes, le costó una quiebra de la que no se ha repuesto. Mota Filins corrió la misma suerte por haber intentado (El hombre oculto y Tirarse al monte. La lista es larga.)

Esa política salvaje es la responsable de que no contemos con el cine que un país como el nuestro puede generar, así como del derrumbamiento sistemático de todo novel prometedor. Algunas de esas trayectorias personales, terminadas en claudicación o fracaso, inexplicables desde fuera, se convierten en lógicas en cuanto se conoce la política de Información de una parte, y su lógico correlato, la estructura de la producción y la distribución en España.

Ahora bien, el cine, en razón misma de su difusión popular, va a ser un test para el Centro Democrático. Lo está siendo ya. Continúan prohibidas películas fundamentales de la historia del cine. Reflejos en un ojo dorado, de Huston; La batalla de Argel, de Pontecorvo; Senderos de gloria, de. Kubrick; El último tango en París y Novecento, de Bertolucci, por no citar más que unas pocas. Respecto al cine nacional la situación tampoco ha variado mucho, aunque una mayor tolerancia permita secuencias atrevidas, según los criterios anteriores. Hay que dejar esto claro: no se trata de que la vieja censura eleve su techo de tolerancia ypase hoy un seno y mañana un protagonista que además. de ser el bueno es de Comisiones Obreras. Se trata de garantizar a todo cineasta la libertad de expresión sin más adjetivos.

Tampoco es muestra de los deseos de cambio el que desaparezca, como se dice que va a desaparecer, la protección automática, esto es, a porcentaje fijo sobre recaudación en taquilla. Esa podría ser , efectivamente, la manera de poner fin a tanto bodrio como el que ahora padecemos y el comienzo de una política cinematográfica seria. Pero podría ser también una manera de hacer selectiva la protección ante la perspectiva de que la censura no garantice -como hacía antes- la eliminación previa de toda película incómoda.

Tarea censorial

En cualquier caso el Ministerio de Cultura no puede asumir la tarea censorial de Información. El nuevo Ministerio ha de rechazar su papel de obstéculo natural entre la Óbra de arte y su expresión pública. Más aún. Le corresponde a él promover la desaparición de toda suerte de trabas en el cam o de la libertad de creación y en primer lugar de las normas de censura, del Reglamento de Policía de Espectáculos y de parte del articulado del Código Penal, gracias al cual se ha prohibido definitivamente una película tan inofensiva como La dolce vita, de Fellini..

En tanto esa política se materializa es de la máxima urgencia. Uno: que el Ministerio deje de ser la ventanilla que dice sí o no a una película en función de criterios político-eróticos desfasados, con la que se entablan diálogos administrativos kafkianos que suelen terminar en cortes, supresiones de diálogo y otras humillaciones. Dos: desmontar la Junta de Calificación. Este organismo -nombrado en 1971 por Sánchez Bella- juzga, como su nombre indica, la calidad de las películas españolas y su decisión determina, de manera importante, el destino final de un filme, ya que la subvención se otorga en función de sus juicios de valor. Lo asombroso no es que la Junta aplique los criterios que aplica -lógicos si se tiene en cuenta quién la creó y cuándo- sino que todavía hoy prosiga su tarea con admirable entusiasmo y no menos asombrosa impunidad. Tres: eliminar de sus cargos en el Ministerio a quienes además de tener funciones administrativas decisorias son representantes por sí -o por hombre de paja- de grandes intereses economicos cinematográficos americanos o españoles.

Si el Centro ocupa ese espacio político que dice que ocupa y el Ministerio de Cultura asume su doble papel de defensa de la libertad de creación y de neutralidad ante el contenido político-social del producto, será posible el estallido de un cine español importante y significativo. Sólo pedimos que se eliminen los obstáculos que nos impiden asumir ese compromiso.

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