Políticos y tecnócratas
Hubo un tiempo de tecnócratas en la política española. Un tiempo muy próximo que ahora suena lejos aunque a veces verdea de nuevo con la amenaza del retorno. Aunque, ¿no son éstos de ahora tan tecnócratas como sus precursores? En aquel tiempo concreto los tecnócratas eran más evidentes e hicieron su «revolución». Hablo de la década de los años sesenta.Ellos trajeron la técnica de la Administración pública y montaron la economía de los planes de desarrollo. Un aire más europeo en los Ministerios y, unos horarios más racionales se infiltraron con ellos en el aparato del poder. Muchos retratos de José Antonio pasaron al desván y en los teléfonos oficiales se hablaba inglés y francés, por primera vez en muchos años.
Los tecnócratas llegaron al poder por los pasillos de los ministerios. Ni habían hecho la guerra ni habían ganado unas elecciones. Llegaron sin ser vistos ni oídos. De improviso, de golpe y en oleadas. Esa escalada silenciosa ha sido, sin duda, la operación política más hábil, discreta y «exitosa» de los grupos de presión durante la vida del Régimen de Franco.
En una estructura de poder monolítica nadie tuvo mayores resortes que ellos para hacer y deshacer para otorgar o denegar, para autorizar o prohibir. Nadie antes ni después durante el tiempo de Franco concibió la conquista del poder con espíritu de grupo y planificación de objetivos. Nadie alcanzó tantos éxitos ni nadie quizá sea tan responsable como ellos de las cosas que se hicieron y de las que quedaron por hacer.
Su estrategia hubiera fracasado en otra circunstancia política. Más aún. Hubiera sido inviable. Pero en la etapa histórica en que lo intentaron y lo consiguieron su técnica fue un modelo de ejecución.
Entre ellos, sin embargo -y contra lo que se piensa- no todos eran de la misma cuerda. Respondían eso sí, a un retrato robot. a un mismo modelo de fábrica. Eran además, una élite seleccionada y depurada, «joseantonianos» únicamente por el hecho de que ellos sí que fueron «inasequibles al desaliento». Infatigables en el horario de trabajo y en la ambición de poder, con dedicación Plena a sus quehaceres y otras mil virtudes y defectos.
Estos hombres de la tecnocracia pura, que los historiadores del futuro juzgarán con adjetivos de distintos colores, hicieron de todo -bueno y malo - en la Administración pública española de aquel tiempo. De todo quizá menos política. La prensa de entonces, impotente para otras aventuras, los calificó peyorativamente de tecnócratas.
A pesar de sus estadísticas espectaculares, de la explosión consumista. de los viajes al extranjero y de la renta per cápita. A pesar también de sus protestas, pues varios de ellos afirmaron que eran políticos y no tecnócratas. Y en cierto sentido y medida era verdad. La política en la historia de la Humanidad se ha hecho muchas veces en los pasillos de palacio, en la antecámara de los parlamentos, en los despachos de los banqueros y en las salas de banderas de los cuarteles. Se ha hecho y se sigue haciendo aquí y en el resto del mundo sean cuales sean o hayan sido los regímenes políticos.
Pero la política de nuestro tiempo y circunstancia, la que nos corresponde como nación es la que se gana y se pierde en las elecciones. Es la que se debate frente a la opinión pública: la que se apoya en la libre decisión de los conciudadanos. Es la que exige negociación. pacto y compromiso.
El político en la democracia -que es la fórmula más civilizada de gobierno- es el que llega por esos canales, el que asciende hacia el vértice de la pirámide de poder con el respaldo de sus electores. El que logra la credibilidad v confianza de sus representados a la luz de sus argumentos. Quienes públicamente se someten al juicio de los demás. Por ese camino, y sólo por ese. se gana y se pierde la condición de político. En ese sistema, y sólo en ese, la gloria del poder -a cualquier escala y nivel- está contrapesada por el peso de la púrpura y la carga de la responsabilidad.
Los tecnócratas del Régimen llegaron al poder con su habilidad para alcanzar el favor de quien lo ejercía. Sólo tuvieron que mirar hacia arriba pues el favor o la desgracia de allí venían. No tuvieron otra responsabilidad que ante quien les nombraba ni otro riesgo que el de perder la confianza de sus superiores.
Así fueron ministros, procuradores gobernadores y alcaldes. Ellos, los más brillantes tecnócratas y otros muchos que con diversos títulos tuvieron acceso a los pasillos que conducían al poder. Decía al empezar que los tecnócratas se han ido y no es verdad. Todavía en la Administración pública española -desde el Gobierno a las Cortes pasando por el Consejo Nacional-, se se leccionan por el curriculum vitae, con este argumento tan sólido: «La intervención en el Gobierno de una élite educada resulta más eficaz que la de un Gobierno es cogido por el voto de la mayoría.» A lo que Macaulay, en el siglo pasado, hubiera contestado con estas palabras: «Muchos políticos de nuestro tiempo afirman que ningún pueblo debiera ser libre hasta que estuviese en condiciones de utilizar su libertad. La máxima es tan válida como aquella de los locos del viejo cuento que resolvieron no entrar en el agua hasta que hubieran aprendido a nadar. Si los hombres han de aguardar la libertad hasta que se convierten en buenos y sabios dentro de la esclavitud, ciertamente esperarán siempre.»
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